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ABOLIR Y COMPONER EL CIELO, POR MARIO ORTIZ

Presentación de Los signos

Del Galileo de Bertolt Brecht al tejido cardíaco en una hostia consagrada. El pasado julio, Mario Ortiz presentó en Bahía Blanca su nuevo libro Los signos (Lux) leyendo el siguiente texto. Llega a Hurlingham Post de la mano de Manuel Pérez, quien también entrevistó al autor acerca de su nuevo lanzamiento.

por Mario Ortiz

Cuando entré a trabajar en la materia Literatura Contemporánea 1 estaba en el programa Galileo Galilei, la monumental obra de teatro de Bertolt Brecht que fue escribiendo, estrenando, reescribiendo y reestrenando a lo largo de casi 20 años hasta el final de su vida. En su última versión, Galileo es la personificación de una ciencia nueva que, basándose en la duda racional y la observación crítica, pretende denunciar la naturalización de los prejuicios arraigados y demoler, si fuese posible, las estructuras de poder que los sustentan. Como Marx, no se conforma con describir el universo, sino que quiere poner el conocimiento al servicio del pueblo para revolucionar los sistemas cosmológicos, económicos y sociales.  Para este Galileo brechtiano es tan importante conocer las órbitas de Venus como el proceso oculto por el cual aumenta el precio de la leche.

   La concepción planetaria heredada desde Aristóteles y sostenida por la Iglesia postulaba que la tierra era el centro alrededor de la cual giraban la luna, el sol y los planetas que se deslizaban sobre sus esferas cristalinas, más allá de las cuales se abría el cosmos, eterno, inmutable salpicado de estrellas fijas, perfectas en el Reino Supralunar del Cielo donde moraban los seres espirituales y bienaventurados. Galileo apunta su telescopio como un bisturí contra la inmensidad de la carne nocturna y en una certera incisión óptica confirma que la tierra no es el centro del universo sino un planeta más que gira alrededor del sol, que las esferas cristalinas no existen, que la Luna es irregular porque tiene valles y montañas, que no hay diferencias entre la región de las estrellas y nuestro mundo porque ambos se rigen por las mismas regularidades físicas y matemáticas. En la escena 3 comparte estos descubrimientos con su amigo Sagredo y el propio Galileo proclama arrogante y satisfecho: “La humanidad asienta en su diario: hoy ha sido abolido el cielo” (p.115). Aunque yo había abandonado la práctica religiosa y mi fe se había licuado, cada vez que leía esa frase ante los alumnos me ocasionaba un malestar indefinido y cierta desazón que guardaba para mis adentros porque las pruebas ofrecidas por Galileo tenían una evidencia abrumadora. Su inteligencia desprejuiciada justificaba que menospreciase incluso a su propia hija por considerarla una boba sometida a una religiosidad supersticiosa.  

    Este malestar se agravaba cuando llegábamos a la escena 6. El Instituto de Investigaciones de la Santa Sede en Roma toma cartas en el asunto. El padre Cristóforo Clavius, prestigioso astrónomo del Vaticano, está en una sala contigua fuera de escena analizando los descubrimientos de Galileo. Mientras esperan el veredicto, los monjes, teólogos, prelados y un cardenal, se burlan de las nuevas teorías y arman una farsa grotesca ante la sola idea de que la tierra deje de ser el centro del cosmos, el trono donde nacieron Jesús y el ser humano. Sin embargo, hacia el final de la escena se abre la puerta y sale Clavius, atraviesa la sala en silencio sepulcral y dice lacónico “Es exacto”. Lo cual significaba que la teoría de Galileo era correcta. Y luego agrega: “Ahora tienen que arreglárselas los teólogos para componer el cielo” (p.146). Era la derrota de la Iglesia. La ciencia había triunfado y los curas quedaban como estúpidos, cínicos y retrógrados. 

   Para colmo, la Inquisición presionó a Galileo y entonces se produjo la conocida retractación. Yo quedaba con un regusto amargo en la boca, pero bueno –me justificaba– estaba bien que Galileo-Brecht denunciasen la opresión de un sistema autoritario que se negaba a desaparecer frente a las potencias revolucionarias del pueblo en posesión del conocimiento científico. La obra termina con un Galileo anciano cuidado por su hija medio boba y chupacirios. En la escena final queda a solas con su exalumno Sarti y le revela que se retractó por miedo y, como al pasar, deja entrever que, a pesar de la censura eclesiástica, siguió trabajando en secreto. Era un ser humano asustado, pero en cierto modo un héroe del conocimiento científico. Y la Verdad Científica se abriría paso con astucia en medio del oscurantismo y el fanatismo.  

    Sin embargo, la historia tiene sus giros como los propios planetas de Galileo-Brecht, o como dijera Vico, l’istoria corsi e ricorsi. En este libro ofrezco el testimonio de que a lo largo de los siglos XX y XXI la ciencia, después un análisis riguroso sujeto a los protocolos metodológicos más exigentes, debió rendirse ante la evidencia de que determinados sujetos que decían estar poseídos por el demonio manifestaban conductas imposibles de explicar: hablar perfectamente en idiomas desconocidos para ellos o revelar secretos de determinada persona que asistía en el exorcismo y sólo ella conocía; el médico francés Dr. Alexis Carrell, Premio Nobel de medicina en 1912 tuvo que admitir que una paciente afectada por tuberculosis gástrica en estado terminal se curó inexplicablemente luego de beber las aguas del manantial en las Grutas de la Virgen de Lourdes; varios especialistas, entre ellos el prestigios forense norteamericano Dr. Frederick Zugibe analizaron una muestra de tejido celular. Sin saber de qué se trataba todos coincidieron en señalar que era un fragmento de músculo cardíaco de alguien que había sufrido dolores traumáticos y que ese tejido estaba vivo. Cuando les informaron que eran fragmentos de una Hostia que se había transformado en carne y sangre en un templo de Buenos Aires, admitieron que eso escapaba a toda explicación científica posible. 

   Yo escuché el audio original con la voz de Lucifer que se manifestaba través de la alemana Anneliese Michel que luego inspirara la película El exorcismo de Emily Rose.

   Yo fui a la parroquia Santa María que está en la Avenida La Plata 286 en CABA y pude ver con mis propios ojos se hundieron como un bisturí en el trozo de carne sagrada, el Cuerpo de Cristo que estaba expuesto en un Sagrario.

   Entonces, en el último giro, vuelvo al Galileo de Brecht y podría imaginar que Cristóforo Clavius atraviesa de nuevo la sala en silencio sepulcral y dice lacónico a los científicos e incrédulos: “Es exacto”. Lo cual significa que el mundo sobrenatural que proclama la Jesús en los Evangelios es verdadero. En el siglo XXI los teólogos podrían advertir a los materialistas más recalcitrantes: “Ahora tienen que arreglárselas los científicos ateos para recomponer las relaciones entre la tierra y el cielo”. 

    Termino con dos o tres observaciones:

–  Niklas Koppernigk, más conocido como Copérnico, fue el primero en enunciar la teoría heliocéntrica que confirmaría Galileo. Copérnico era matemático, astrónomo… y sacerdote católico, canónigo del cabildo de Frombork, la sede del obispado de Warmia, en la actual Polonia.

– La hija de Galileo no era una boba supersticiosa sometida a la soberbia de su padre, tal como lo muestra Brecht. Ciento veinticuatro cartas, que fueron descubiertas después de la muerte del sabio italiano, revelan la estrecha relación que tuvieron padre e hija. Virginia Galilei profesó votos como monja de clausura en el Convento de San Mateo en Florencia, y para honrar la memoria de su padre eligió llamarse Sor María Celeste.

Leído el 5 de julio de 2024 en Factor C, Bahía Blanca.

Los signos, de Mario Ortiz

2024 / 17x22cm / 100 páginas

Ediciones LUX

Dibujos de tapa y lámina: Mondogondo y Sergio Bizzio.

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