logo

HATERS Y LOVERS: DOS CATEGORÍAS BAJO SOSPECHA

Sobre el ensayo “Políticas del testimonio inofensivo” de Tamara Kamenszain

Crítica.

por Magalí Legarralde

Una lógica binaria importada de las plataformas sociales limita, antes que ampliar, los sentidos de lectura. En el artículo “Políticas del testimonio inofensivo”, incluido en Una intimidad inofensiva. Los que escriben con lo que hay (Eterna Cadencia, 2016), la poeta y ensayista Tamara Kamenszain (1947-2021) observó un supuesto devenir lover en la literatura argentina de principios de siglo; una categoría improvisada que abona a la neutralización de la crítica.

El ensayo de Tamara Kamenszain empieza celebrando cierto modo de escribir que define como “lover”. Para sostenerlo, trae la escritura de Cecilia Pavón y abrocha a su estilo la característica de un “sesgo inofensivo de la afectividad”. Bajo esta misma categoría menciona la obra de Félix Bruzzone, hijo de desaparecidos durante la última dictadura, que se vale de marcas subjetivas para narrar sus textos y las convierte en una comedia del absurdo. Sostiene que Bruzzone logra desanclar las referencias de los sesenta y setenta, llevándolas hacia un destino menos “combativo” y esquivando “enunciados litigantes” que las sostenían. Veamos.

Con el objeto de validar su tesis, Kamenszain propone, en 2016, que el léxico relacionado a la militancia y a la memoria como medio transmutatorio queda “descolocado”, y ese guante lo recogería la escritura lover. Agrega que las referencias desde la que escriben tanto Pavón como Bruzzone son “desafiadas” y en cierta medida “superadas” mediante una especie de ingenuidad inofensiva. Por las dudas, después aclara que esa superación no implica que el conflicto haya sido perdonado ni olvidado, sino que la forma de traerlo al presente se tramita por una vía imprevista; espolvoreando, así, un puñado de corrección política a la propuesta.

La tramitación inesperada a la que alude la ensayista se trata de las contingencias de la vida cotidiana que hacen hablar al texto, explorando “el desconocimiento, la ignorancia o incluso la desmemoria”. Ahora bien: es errado, y no lover, plantear que los testimonios en algún modo puedan ser inofensivos. Las palabras inexorablemente tienen efectos y constituyen a los testimonios en tanto tales; de inofensivas no tienen nada, por más “amorosas” o sorpresivas que sean. Mucho menos si pertenecen a testigos de crímenes de lesa humanidad, sea cual sea su estilo discursivo. O, como ocurre con lo escrito por Cecilia Pavón en Un hotel con mi nombre (2012), sostienen: “Hoy conversamos sobre la idea de ‘política pura’, caminamos por la Plaza del Congreso buscando huellas del ‘conflicto’ pero no encontramos nada. Almorzamos en la plaza.” Hay una posición política incluso (o más aun) al mostrar indiferencia ante los hitos y luchas de la historia argentina.

En línea con esta deriva “pacífica”, Tamara Kamenszain plantea una “amnesia activa” que busca pistas lejos de la zona belicosa, “amansando” el lema ni olvido ni perdón. Y alienta una operación para nada ingenua, un movimiento en la literatura contemporánea que va “de lo hater a lo lover”: para Kamenszain la literatura actual ni olvida ni perdona, más bien mira hacia el costado con una postura no involucrada con la realidad acuciante. 

Vale la pena detenerse a reflexionar las categorías empleadas para formular este supuesto proceso. Palabras como “haters” y “lovers” son importadas no sólo de otro lenguaje sino más específicamente (y para peor) de las plataformas sociales. ¿Por qué se importan y qué vienen a nombrar esas intrusas? ¿Cuál es su costo? Haters contra lovers: una dicotomía estancada que no da lugar a una posición suplementaria. Este binarismo injerto en el ensayo funciona a modo de divisor de aguas entre autores, como señalando con el índice quién queda dentro y quién excomulgado de la congregación “amorosa”.

El movimiento que iría de lo “litigante” a lo “pacífico” (tomando palabras en español de la ensayista, para hablar en nuestro idioma), también es señalado como una “operación confusional”, que revelaría “lo que la intimidad tiene de inofensivo”. El gran problema de esta fórmula es que la intimidad se encuentra en las antípodas de lo inofensivo, al estar estrictamente vinculada al continente pulsional más crudo, perverso, polimorfo, sombrío y amoral. La pulsión (lo más íntimo y propio de un sujeto) irrumpe y no pide permiso; más que inofensiva, es avasallante. Esto no quiere decir que la intimidad (llamémosla así) no pueda comportar una faceta tierna, pero de ningún modo inofensiva. En una segunda instancia, o gracias a un revestimiento posterior, se suelda a una identidad, constituida a raíz de marcas subjetivas en determinadas coordenadas biográficas. Esto supone angustia, tropiezos, desamparo, rupturas, duelos, metamorfosis; pero jamás inocencia, en todo caso indefensión ante aquello que irrumpe porque no hay otra opción que pagarlo con saldo subjetivo, y en el mejor de los casos interpelación, que viene de la mano con la responsabilidad propia por aquello que nos pasa y ante lo cual se toma una decisión.

Claro que el proceso de subjetivación es dinámico. Las marcas primordiales pueden reeditarse; es parte del asunto, y de eso se trata la obra de Bruzzone: encuentra un modo singular, su modo, de narrar la filiación, metiendo los pies en el barro de la historia. Así gesta un testimonio errático que configura una memoria propia, suplementaria al universo discursivo previo, e instala un decir novedoso que, como pasa en “Sueño con medusas” (2012), tiene el humor en la punta de la lengua:

Con el tiempo me di cuenta de que, si bien la militancia no era lo que más me gustaba, tampoco estaba mal. Acompañaba a Romina, conocía gente y poco a poco encontré un lugar donde hablar de cualquier cosa –como lo de las medusas– sin tener que dar explicaciones. Como decían ellos, las explicaciones ya iban a llegar.

El ensayo de Kamenszain también trae como ejemplo desafortunado un fragmento de Seudo (2000), de Martín Gambarotta: “Es así como, perdida (o superada) la posibilidad de un saber aseverativo acerca de los hechos pasados, perdida también o como lo mismo la voluntad reivindicativa, estas conflictividades culturales a las que los hechos remitían quedan ahora subjetivizadas”. Si hay algo atendible en el libro de Gambarotta es una presencia inquietante de la memoria de los setenta, que el autor re-memora y no cesa de inscribirse. Sucede que la maniobra puesta en juego en Seudo es de gran sutileza y, por eso, el dispositivo “político” sembrado gracias al filo de la lengua materna queda seudo velado al introducir ese idioma “que aprendió en la cocina” y nos hace masticar mediante versos rimados con audacia, ingenio y hasta humor. Lejos de perdonar o apelar a la desmemoria, el poemario está plagado de  interpelaciones políticas, a diferencia de lo que afirma Kamenszain. Basta correr la cortina para averiguarlo: 

                         armadas revolucionarias
                         en los paredones de las fábricas
                         en los bancos de escuela
                         en las universidades fuerzas
                         armadas revolucionarias.

Tampoco explora el desconocimiento o la ignorancia, sino que le da la vuelta a las convicciones de los sesenta y los setenta: con el lema construye un dispositivo virtuoso, afectado por el contexto social. 

Hacia el final de “Políticas del testimonio inofensivo”, Kamenszain distingue el estilo de Bruzzone como una “entrega” que, según caracteriza, sería propia del testimonio inofensivo. Y brinda una descripción más concreta acerca de este concepto: “Sin ironías, sin odios, sin ponerse en contra de nada (más lover que hater), nos entrega un testimonio inofensivo que, lejos de ser light, acarrea el doble peso ético que significa andar con la casa siempre a cuestas.” 

Al respecto, cabe hacerse varias preguntas; en principio, a qué se refiere Kamenszain con testimonio “light”; cuál es la razón por la cual demoniza a la ironía, un recurso simbólico impecable para tramitar la hostilidad (que pareciera querer borrarse a cualquier costo, como si no existiera, pese a ser una moción constitutiva), por qué “lo pacífico” sería moralmente superior a pronunciarse contra determinada cosa… ¿No fue el desacuerdo, acaso, lo que históricamente produjo transformaciones sociales? 

“Políticas del testimonio inofensivo” emana una bruma casi adoctrinante; como si el desacuerdo y la crítica quedaran censurados, sin lugar para aquello que no sea consenso y afirmación de lo semejante. Recuerda a la lógica algorítmica, en sintonía con las categorías binarias elegidas para sostener los supuestos del ensayo. En este embrollo, ¿dónde queda la estética disidente a la que no le caben las dicotomías moralizantes? 

Hacerse la pregunta suena lover o, al menos, responsable.

Comparti la nota

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp
Telegram