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NUNCA DAR EN EL BLANCO, UNA ENTREVISTA A EZEQUIEL ALEMIAN

ENTREVISTA
por Emilio Jurado Naón

La reciente publicación de Anexo Lindsay por el sello Caleta Olivia pone en perspectiva uno de los trabajos estéticos más singulares de la literatura contemporánea argentina. Poeta, narrador, crítico y codirector de la editorial de culto Spiral Jetty, Ezequiel Alemian (1968) ha publicado, entre otros, los libros Me gustaría ser un animal (2003), Una introducción (2014), Onnainty (2015) y El regreso (2017), y con esta nueva publicación consolida lo inconsolidable: afinar la puntería de la frase para nunca dar en el blanco.

Una rápida búsqueda de los significados de la palabra “anexo” brinda conceptos tales como el de un agregado, a alguien o a algo; cosa propia, inherente o concerniente a algo; una línea telefónica conectada a la central, y los órganos y tejidos que rodean el útero. Todas estas acepciones se llevan bien con Anexo Lindsay, el nuevo libro de Ezequiel Alemian, pero sobre todo son frases, las anteriores, que podrían formar parte, ellas mismas, del texto. Porque el anexo que compuso Alemian, para empezar de una manera descriptiva, es un extenso montaje de imágenes, una después de la otra, divididas en 40 capítulos cuyos subtítulos son, ellos también, frases relativamente independientes y a la vez relativamente asociadas entre sí. Lo que no queda claro es quién o qué es “Lindsay”, y ahí el título representa otra característica del libro: construir su sentido en torno a un punto ciego del sentido. Punto ciego para el lector, pero también para el escritor.


“En el origen del libro”, cuenta Ezequiel, “hay una especie de diario de frases que vengo escribiendo hace tiempo y que va tomando distintas formas. Son frases que voy escribiendo a mano, en libretas en general, en lugares imprevistos y en momentos, no sé cómo llamarlo, como residuales. Momentos en los que no estoy preparado para escribir, que aparecen y que aprovecho. Las frases tienen algo así como de diario, de registro. La idea es que capten algo de lo que estoy pensando o percibiendo en ese momento, pero que ese pensamiento o esa impresión sensorial no termine de constituirse. Entonces son cosas así como en diagonal. O pedazos de pensamientos, o pedazos de cosas que leo en algún lado: el epígrafe de una foto que me pareció interesante en Instagram por algún motivo, o a veces estoy muy entusiasmado con un libro y, de cinco frases, resulta que hay tres que están, casi literalmente, subrayadas y cortadas del libro. O estoy en un bar – muchas veces es en bares –, y veo algo a través de la ventana y simplemente lo registro. Como que quede ahí e inmediatamente pasar a otra cosa. Siguiendo un poco el fluir de la conciencia, ¿no? Pero también creo que hay algo en el hecho de estar escribiendo que hace que uno pase rápidamente de una cosa a la otra. No sé si finalmente el motor es… como si dijera el dibujo de lo que va pasando por mi cabeza”.


Pensar la escritura como dibujo o trabajo plástico – como dice una de las frases del Anexo Lindsay: “recortado con un cúter como si fuesen a utilizarlo en un collage” – es una tentación; también lo es asociar el momento de la escritura a una meditación, como dice Alemian al relacionar su libro con Me acuerdo de Georges Perec: “Él decía que lo que hacía era un ejercicio casi de meditación para vaciar su cabeza de cualquier pensamiento, como que trataba de concentrarse y no tener ningún pensamiento, y cuando le ocurría eso, el primer recuerdo que se le aparecía, lo primero que se le venía a la cabeza era lo que anotaba. Como si lo sacase de una suerte de amnesia total. Hay algo de eso que me gusta, el disociar y el pasar de una cosa a la otra es como si lo estuviese sacando de un lugar medio imprevisto o incontrolado. Hay algo de la falta de control. Por un lado, está la disociación, y hay algo también de liberación, porque en la medida en que son cosas imprevistas o sobre las que no ejerzo demasiado esfuerzo de formalización o de comprensión, me parece que son casi como momentos de libertad y relax. Y todo lo que sucede en ese momento en particular me parece que tiene cierta tensión. Una tensión hacia afuera y una tensión hacia adentro; en la medida en que logre cierto equilibrio, hace que el texto se sostenga”.

Lo más adecuado sería leer el Anexo Lindsay como la búsqueda por superar la tan antigua oposición entre prosa y verso, narrativa y poesía. Alemian se mueve entre dos territorios, sin pisar del todo ninguno pero aprovechando las herramientas propias de ambos géneros.


En un inicio, era una larga enumeración de anotaciones en prosa; una suerte de “gran océano”, que en un momento posterior fue cortado y seccionado en frases – “islas de pasto en medio de una plaza de cemento infinita”, registra uno de los pasajes. Como en una baraja, pero siguiendo menos el orden del azar que el de la tensión interna, Alemian las mezcló y les buscó una nueva serialización. Pero, si bien a simple vista parecen poemas, en el texto no rige la idea de verso tradicional, sino más bien su frustración permanente: “cuando de pronto, sin agregar una idea en particular, algo se quebró en esa oración”. Y aunque muchas veces las frases parecen anunciar el advenimiento de un relato – “si llegaras a una casa donde hay una reunión con muchos desconocidos pero un amigo te susurra al oído: parece que está beckett” – e incluso a veces se formulan a la manera de sinopsis – “la historia de una capital abandonada y de una pareja que se instala en ella para llevar a cabo una misión que no se devela” – lo más adecuado sería leer el Anexo Lindsay como la búsqueda por superar la tan antigua oposición entre prosa y verso, narrativa y poesía. Alemian se mueve entre dos territorios, sin pisar del todo ninguno pero aprovechando las herramientas propias de ambos géneros.


“Me gusta tratar de conseguir como cierto grano. Muchas veces tiendo a dejar un rastro de algo narrativo, como si quisiese buscar lo mínimo narrativo, el núcleo, o el momento en que – si no es una narración pero es un pensamiento, por ejemplo – el pensamiento se tuerce de alguna manera y cambia de estado, o de forma. Esa sería mi idea de imagen. Más un trabajo con el movimiento del sentido en la frase, que la imagen modernista. Me parece que la imagen modernista tiene un nivel de control, o de conciencia, o de pensamiento que no me interesa. Me interesa más que haya una especie de disociación entre la imagen y el sentido de la imagen; cuando hacés esa torsión, más que cuando eso está perfectamente conceptualizado y conseguido”.


El trabajo de registro, recorte y montaje recuerda a un libro anterior de Ezequiel Alemian, DIED. (n direcciones, 2016), que consiste en la edición facsimilar de necrológicas de personalidades célebres, recortados de distintas revistas y periódicos estadounidenses (cuya traducción, realizada por Mirta Rosenberg, saldrá próximamente). El contexto original, que se hacía evidente en DIED. por la textura del papel de diario, se vuelve menos claro en Anexo Lindsay. Como reza una de las frases que lo componen – “tenía las puntas de los dedos lisas porque los años de trabajo con papel le habían limado las huellas dactilares” – la identidad originaria de la cita es limada y adquiere otra distinta una vez que ingresa al artefacto verbal.


Aunque más que las diferencias, Alemian prefiere pensar qué hay en común entre los dos libros: “Me parece que la dificultad de reconstruir el contexto que tiene DIED. pasa porque son textos que están en inglés, que establecen una distancia, mientras que en Anexo Lindsay la distancia está dada en el hecho de que son fragmentarios o son pedazos de oraciones. A alguien que lee un inglés medio, como yo, hay cosas que se le pierden – hay una pérdida ahí, una cosa incompleta – pero de todas formas DIED. lo que tenía y lo que me gustaba es que también son textos nucleares. Van a un hecho anecdótico; si uno los lee, son como cuentitos concentrados, son todos una sola oración que concentran una anécdota, una situación o algo de la vida de la persona que están contando. Y esa especie de tour de force me pareció lo más interesante: buscar la frase concentrada narrativamente en una situación. Lo que pasa es que en DIED. las situaciones son mucho más visibles; en Anexo Lindsay son un poco más opacas”.

“Me acuerdo de que una vez alguien decía que lo que yo hacía nunca daba en el blanco, como que le faltaba siempre un poco para dar en el blanco. Y yo decía, ‘puta, qué mala suerte’. Hay algo ahí de cierta efectividad, con lo cual no me llevo bien. Me doy cuenta de que tengo otra búsqueda, simplemente.”


Sobre todo cuando se trata de poesía, suele hablarse de la construcción de una voz; en este nuevo libro de Alemian, quizás es más natural imaginarse un par de manos como eso que está detrás o por encima de la sucesión de frases, y que le brinda su andamiaje. Las manos de un copista o de un operario; las de un taxidermista que manipula la materia inerte en contra de su descomposición; las del alquimista que prueba mezclar palabras hasta que el lenguaje cuaje en un sentido nuevo: “sí claro / hablaban una lengua nueva / de un sistema infernal”. Pero, al mismo tiempo, Anexo Lindsay frustra de manera deliberada cualquier consolidación exitosa o definitiva – sea de un significado, un relato, una imagen o un ritmo – “donde dice montaje leo monje / donde dice imponente leo impotente”.


“Me acuerdo de que una vez alguien decía que lo que yo hacía nunca daba en el blanco, como que le faltaba siempre un poco para dar en el blanco. Y yo decía, ‘puta, qué mala suerte’. Hay algo ahí de cierta efectividad, con lo cual no me llevo bien. Me doy cuenta de que tengo otra búsqueda, simplemente. Cuando salió el libro de Blatt&Ríos [El sueño de la vaca y el tatuador de camellos, 2022], también decía ‘la mejor novela’, en el sentido de que era la más lograda. Hay esa idea, que yo no la tengo. Por supuesto que tengo un montón de opiniones de cosas que me gustan y que no me gustan. Pero no sé si pasan por cierto modelo de lo que debería ser una imagen lograda. Incluso estos días venía pensando en una nota que leí, que hablaba del deceptive art, como arte decepcionante, que decepciona, pero no en un sentido moral o así, pesado. Habría que ver cuál sería la traducción al castellano. Habría que pensarlo un poco… que te mantiene con cierta distancia, que no es decir ‘¡guau, qué golazo!’ o tampoco decir ‘¡guau, qué cagada!’ Simplemente que te mantiene como en una tensión de acercamiento, de distanciamiento. Uno muchas veces hace lo que le gustaría o escribe como lo que le gustaría leer. No porque tenga una posición tomada ni porque piense que una cosa es mejor que la otra. Simplemente por formación o por gusto. Ahí hay siempre como un carácter medio autoritario. No me gusta esto, no me gusta lo otro. Uno hace su búsqueda. Me ha costado igual superar esa distancia de decir, bueno, lo que hago no termina de ser efectivo, entonces no es bueno, digamos, para pasar a otra instancia y decir, ‘bueno, es lo que me gusta, sobre lo que me gusta indagar y sobre lo que me gusta trabajar’. Los resultados, que los juzgue otro. Me he sacado de encima ese peso de sentir que lo que hago no es suficientemente efectivo, que en algún momento lo tenía y todo el tiempo vuelve”.


Lo inacabado, lo inefectivo, lo ineficaz – conceptos que, aunque no son nuevos en el panorama artístico, siguen produciendo un efecto, no terminan de volverse pasteurizados ni fácilmente digeribles por la cultura de consumo, y frente a los cuales un lector puede verse, como dice otro de los pasajes, “rígido sobre la colina en una plantación de árboles exóticos podados como muñones”.

XVIII. rumian entre las sombras

en los pasillos y patios internos de los edificios
como sueños de una posguerra que nunca termina
viven agrupados en tribus
sus museos habitados por la vitalidad de los artistas mayores
los elefantes son los animales más silenciosos de la selva
se lo ve acomodando varillas
decía la leyenda que todos sus objetos habían sido destruidos
un trabajo de invención de símbolos de sueños
durante una pandemia larguísima
los coitos del autor desconocido tallados en la madera del interior de un templo
cuya descripción alguien debería tomarse el trabajo de resumir lo más rápido posible
una flor de fuego bajo la simetría de los astros
como quien encuentra el punto en que la cinta se retuerce
en una caja de cartón con ofertas en una mesa de caballetes que habían puesto en la vereda de una pequeña librería de usados entre la estación y la autopista, junto a unos locales de reposición de cerámicas y sanatorios
sin luz, cuando se quemó el cable y hubo que tender otro desde la puerta de calle
incapaz de responder con palabras
regresaba cada año sin encontrarlo
un restaurante junto a la ruta, un hotel abandonado con sus habitaciones minúsculas para la servidumbre, la pileta natural en un recodo del río, donde iba a nadar su padre cuarenta años antes, la piel de un puma extendida sobre la pared del fondo, el camping atravesado por un banco de arena
rastros perdidos de los aborígenes, el polvo, el anfiteatro donde terminamos desvanecidos, una camioneta marrón, sin batería, enterrada junto a la pérgola
que se llamaba delta, para imprimirla en un folio sin cortar
sin poder extraer de ahí un solo pensamiento limpio
un olor a palo santo que invadía toda la habitación cuando dormían a la hora de la siesta
el viento que arremolinaba en el jardín las últimas hojas de los árboles sin dejar que nos escucháramos
en un tiempo y una geografía que no existen más
vimos las escultura de barro que había arrancado de las tumbas de una excavación arqueológica
despidiendo partes de su fuselaje a cientos de metros de distancia.

Anexo Lindsay, de Ezequiel Alemian
Caleta Olivia
2023
66 págs.

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