logo

YO NO ESTOY PARA CARGARLE LAS COSAS A NINGÚN MALDITO EUROPEO POR CARLOS REGUEYRA BONILLA

Crónica.
Un amigo español que vuelve a Chengdu de visita. Festivales chinos repletos de gente y “religiosidad vacacionista”; torres lujosas a las que se llega casi de casualidad, cervezas y charla. Un desencuentro y un choque. Cuarta entrega de las crónicas de Carlos Regueyra Bonilla sobre su viaje a China, que forman parte de su diario de viaje Junto al río Fuhe.

Todo había empezado bien. Había quedado de verme con Javier, a quien había conocido a través de internet por su interés en China y en la poesía china en particular. Habíamos intercambiado algunos mensajes y comentarios, e incluso llegó a hacerme una entrevista para su podcast.

Él había vivido en Chengdu y vino estas vacaciones a visitar viejas amistades. Durante esta semana se juntaron dos festividades: el festival de medio otoño, del calendario lunar, y el día nacional, entonces hubo vacaciones desde el viernes y hasta el lunes siguiente.

Él estaba con un amigo suyo al que llaman Kei Kei en un restaurante de comida de Yunnan, en un centro comercial cerca del Campus Wangjiang, en el que vivo. Llegué, tomamos cervezas y comimos.

Luego fuimos al área del templo Wushu, un templo budista. En realidad no se trata de uno sino de un complejo de edificios y áreas verdes que los rodean.

Era un mal día para ir, por las vacaciones. El lugar estaba llenísimo. En todo caso, fue interesante asomarse a la manera en que se vive en China esa forma de religiosidad vacacionista. La gente pasaba de un salón a otro, de un edificio a otro, hacía una reverencia, encendía unos inciensos, tomaba fotos, masivamente. En las paredes había pinturas –murales y cuadros enmarcados y protegidos por vidrios- de varios cientos de años, y había estatuas de buda de diferentes tamaños, siempre en tonos dorados, y monjes rapados rezando. Habrá que volver otro día, con menos gente.

Nos sentamos en un parque dentro del área del templo a tomar té. Ahí estuvimos un rato.

Luego fuimos hacia el sur, a tomar cerveza a la orilla del río. Discutimos acerca de la libertad y también sobre geopolítica. Un poco. Hablamos acerca de un tipo que escribió un manifiesto y colgó unos carteles en un puente de Beijing el año pasado y que ahora supuestamente está desaparecido.

Después fuimos al apartamento de Bob, otro amigo de Javi. Era en el piso 44 de un edificio de apartamentos lujosos. Su lugar era pequeño, absurdamente pequeño para tratarse del propietario de una compañía de bebidas. Aunque este detalle tal vez se explique si -como lo dijo Javi- se trataba de su apartamento de playboy. Sospecho que no es su casa principal.

Bob estuvo muy interesado en mí, en mi trabajo como escritor, especialmente en el pop-up “Adelante, adentro”, que había regalado a Javi unas horas antes junto con un ejemplar de “Seis tiros”. De su casa, donde tomamos cervezas por un buen rato, luego fuimos a un bar o restaurante todo caro y elegante. Bob y su secuaz, cuyo nombre no recuerdo (ambos tibetanos, grandes, altos, de voz grave), pedían cervezas como si fuéramos a beberlas todas.

Ahí hubo una conversación interesante. Al parecer ninguno de ellos jamás había comido coño, lamido una vulva. Su masculinidad no se los permite. Me recordó aquel episodio de Los Soprano en que todos los mafiosos se burlan del tío Junior porque se la chupa a una novia que tiene.

Javi se hartó de ellos y nos fuimos al Jah Bar. Ahí me siento como en casa. En la parte de afuera a menudo suena ska ochentero del que escuchaba en mi adolescencia. Adentro había jammin. Diferentes músicos agarraban instrumentos e improvisaban. Un par de personas cantaban. Era un buen ambiente. La gente fumaba adentro y me recordaba el olor de aire viciado de los bares de mi juventud. El 88 olía así en aquellos tiempos.

Bailamos un rato y todo iba bien hasta que Hanxiao, una amiga de Javi con la que habíamos llegado, se fue de repente. Poco después, Javi se fue tras ella y dejó sus cosas allí. Un bolso en el que estaba su billetera y algunas cosas más. Al rato de que no volvieran tomé sus cosas, las mías, y salí. Lo llamé un par de veces y no me contestó. No lo veía por ningún lado. Lo llamé una tercera vez. Nada. Le escribí que me había llevado sus cosas, que hablábamos luego para dárselas. Cogí una bicicleta y me fui. Al rato llamó. Que si yo había cogido sus cosas, que si estaba cerca. Me regresé, le di sus cosas y le dije que había sido muy europeo de su parte no avisarme que se iba. Muy europeo por qué, me preguntó. Son así, individualistas, no les importan las otras personas. Le hablé un poco golpeadito. Al rato me escribió un mensaje disculpándose. Eran las 3 a. m.

“Tus disculpas no me sirven para nada”, le respondí, “yo no estoy para cargarle las cosas a ningún maldito europeo. Mis ancestros lo hicieron por siglos”.

Ahora me da risa, pero en ese momento estaba bastante molesto. Algo ebrio y cansado, muy cansado.

Dos días después intercambiamos mensajes suavizando lo ocurrido. Creo que seguimos siendo amigos.

12 de octubre de 2023

Comparti la nota

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp
Telegram