Reseña.Apuntes de lectura de Materialismo oscuro. Althusser, Simone de Beauvoir, Carlos Correas, Fogwill, Patricia Highsmith, entre otros, malpiensan, escriben con la exigencia de decirlo todo. Silvia Schwartzböck delinea una práctica, la del “materialismo oscuro”, que podría ser una manera de, finalmente, hacer filosofía.por Malena Nijensohn
Silvia Schwarzböck, doctora en Filosofía y profesora de Estética en diferentes universidades, es la autora de Los espantos. Estética y posdictadura (2015), un libro que trazó un nuevo piso de discusiones en la intelectualidad argentina. Antes de eso, Schwarzböck había escrito La herencia de Prometeo (1994) y Adorno y lo político (2008), entre otros; luego publicaría Los monstruos más fríos (2018) y Las bestias negras (2022).
El Materialismo oscuro de Schwarzböck (2021) es una teoría plebeya (“la teoría siempre es plebeya”) de la aristocracia filosófica/intelectual, que recorre una serie de textos del siglo XX no ya para auscultar las tesis de sus autores que, por muy materialistas que sean, no llegarán a ser oscuras mientras sigan callando sobre los poderes que las autorizan (así, gran parte de la tradición materialista –la institucionalizada– termina por convertirse en una práctica idealista), sino para delinear la práctica de la escritura que el “yo” pone en juego en ellos. Así, de Althusser no interesa tanto su teoría de los aparatos ideológicos del Estado como su experiencia en el más horroroso de ellos: la familia, narrada en El porvenir es largo; de De Beauvoir importan más sus celos y su envidia hacia los “amores contingentes” con los que comparte su “amor necesario” con Sartre, explicitados en La plenitud de la vida y Memorias de una joven formal, que su concepción del segundo sexo; de Adorno, más las cartas a su madre que su dialéctica negativa y así…
Los dos epígrafes del prólogo “El malpensamiento” condensan los nudos centrales del materialismo oscuro:
Una mañana, en la biblioteca de la Sorbona, en vez de traducir griego, empecé “mi libro”. Había que preparar los exámenes de junio, me faltaba tiempo; pero calculé que el año próximo estaría más libre y me prometí escribir sin esperar más mi propia obra: “Una obra –decidí– en la que diré todo, todo”. Insisto a menudo en mis cuadernos sobre esta voluntad de “decirlo todo”, que forma un curioso contraste con la pobreza de mi experiencia.
Simone De Beauvoir, Memorias de una joven formal
Aceptar y confesar que la verdad está en el materialismo lleva tiempo y adecuadas dosis de coraje y desprecio de sí mismo.
Carlos Correas, La operación Masotta. Cuando la muerte también fracasa
Materialismo oscuro es decirlo todo, todo aquello que en aras de la sociabilidad se debería callar: “En Mar de fondo [de Patricia Highsmith], la suspensión del juicio, como norma de la convivencia entre demonios, como quid pro quo (todos saben, todos callan)”. Decirlo todo requiere “adecuadas dosis de coraje y desprecio de sí mismo” hasta llegar a convertirse en pensamiento explícito: “pasar al acto de la escritura, sin que a ese pasaje lo guíe y lo justifique, además de buenificarlo, un ideal emancipatorio”. En el materialismo oscuro no hay secreto: cuando Althusser (un materialista no oscuro) escribe un libro materialista oscuro (El porvenir es largo o El futuro dura demasiado, según la traducción), se dispone a decirlo todo rompiendo el pacto de silencio del “no ha lugar” que lo declaró loco, obligándolo a callar por todo el porvenir. Todos saben que él ha matado a su esposa Hélène estrangulándola en el cuarto que compartían en la École Normale Supérieure. Sólo ahora que se convirtió en un “homicida loco”, descubre que pertenecía a algún establishment (al menos, el de la tan mentada institución) pero en lugar de callar, es decir, de actuar como un poderoso, Althusser (su yo monstruo) habla.
Si para Foucault saber es poder, para el materialismo oscuro poder es callar el saber; así callan los poderosos de Fogwill, continuado “el orden natural de la vida” por otros medios (lo no dicho) para “[hacer] una mentira (la cultura) y [decir] otra (la barbarie): que el niño proletario […] no puede pintar”. La teoría de la aristocracia es siempre una teoría de lo no dicho, de la traducción: como la del Pacto de los Convencionalismos en Guignol’s band de Céline. Pero “traductor, traidor”: el materialismo oscuro argentino es el de la amistad primero y el desprecio después, entre Correas y Masotta: “no debe haber nada peor, para un materialista oscuro, que otro materialista oscuro”, porque Masotta será un alacrán exitoso (un “cagador”, en palabras de Viñas) mientras que Correas será un alacrán resentido.
Oscuros, los hay también ilustrados, como Sade, que cuenta el secreto (no es, por tanto, explícito sino obsceno) aunque crea que “la filosofía debería decirlo todo o no decir nada”. También en Bataille hay un secreto que se debe callar: contado se vuelve trivial – el erotismo es anti explícito: minoritario y orgullosamente aristocrático, mientras que la perversión de la explicitud es el modo de mirar de las masas. Acaso por eso aunque hubo cátedras en las que se leyó el Zaratustra dos siglos más tarde de que Nietzsche lo augurara, los nietzscheanos del siglo XXI como M.N. en Una vida divina de Philippe Sollers, han resultado “progresistas, bienpensantes, o personas de izquierda, […] nietzscheanos de salón”. Que el pensamiento sea de una imagen –perversa en su explicitud– es lo que lo vuelve malpensamiento, por eso la escritura materialista se detiene en la apariencia para ver qué hay cuando nadie mira (como una cámara). Si logra perversizar la pasividad del propio yo hasta la vergüenza de la desubjetivación, como Chris Kraus en Amo a Dick, hablará un “yo monstruo, el yo del materialista oscuro, un yo malpensante, desvergonzado, el yo del pensamiento explícito”.
Así nos introduce Schwarzböck al materialismo oscuro, que no es una declinación adjetivada del materialismo, ni siquiera una doctrina, sino una práctica: “la más radicalmente crítica de la práctica institucional de la filosofía”, es decir, de su ratio académica ajustada a la métrica de los protocolos: papers, resultados de la investigación y formación de recursos, a través de los cuales el “yo académico” se autopromueve. El materialista oscuro, aunque viva de la docencia universitaria (como Correas), quiere decirlo todo: su “yo monstruo”, con coraje y desprecio (de sí mismo y de los otros), hará malpensamiento explícito. En el siglo de la cámara (la estética hegemónica de la sociabilidad contemporánea), sólo una práctica que perversice la imagen mercantilizada podrá prometer y, por tanto, hacer desear, la vida verdadera que el dictum postdictatorial cree haber dejado atrás.
Si Los espantos nos introducían a la posdictadura por la estética, Materialismo oscuro nos devuelve a la filosofía, pero ya no a la de nuestros años sesenta, sino a una que toma impulso en el singular recorrido que este libro hace por una biblioteca filosófica-intelectual que habita los bordes de la institucionalidad o, incluso, en la forma singular de entrelazar sus relatos, conceptos, hechos, textos, nombres propios. Acaso no sea exagerado decir que aquí comienza una forma de decirlo todo, de malpensar, de escribir, de hacer filosofía.
Materialismo oscuro
Silvia Schwarzböck
Mardulce
2021
340 páginas