RESEÑA
Por Juan Rocchi
En su nuevo libro Oscar Fariña, autor de la reconocida reescritura El guacho Martín Fierro, copia a sus ídolos (desde Marcelo Bielsa hasta Leónidas Lamborghini) en poemas tanto lúdicos como programáticos.
Baby gravy es un libro con un programa visible, cuya propuesta está enunciada en dos de sus poemas. El primero, “Marcelo Bielsa, 2016”, es un texto que versifica una charla del director técnico. En las últimas cuatro líneas, concluye: “No hay que inventar nada / hay que copiar / de los que lo hacen bien, de los ídolos. / El ídolo es ídolo porque lo quiero imitar”. El poema dice lo que el libro quiere hacer, y explica qué se logra al hacerlo: primero hay que copiar, porque copiando se enaltece; y segundo hay que copiar, porque copiando se produce – el sentido de este punto se completa más adelante.
El segundo poema programático es “Ritmo y sustancia”, en donde se describe la actividad de escribir poemas en una computadora como si se tratara de un videojuego (“En la pantalla / sos una pequeña / barra vertical / titilante de medio / centímetro de alto / que resbala / en todas direcciones / contra un siniestro / fondo blanco y dispara / siempre hacia la izquierda / proyectiles en forma de letras”; “Verso, / se denomina a cada rafagazo”). Para reconocer que también es un poema prescriptivo, solo hace falta ir a la última estrofa y verificar que saca conclusiones: “No hay otro resultado / siempre gana el que juega”. Escribir no solo es jugar a un juego, sino a un juego actual (un videojuego, lo que juegan los jóvenes). Y gana siempre el que juega, el que produce, el que sigue haciéndolo.
Vale la pena prestarle atención a esta consigna, ya que postula un motivo para la escritura que no es ninguno de los dos que suelen funcionar en la literatura argentina actual: o bien escribir con motivos mercantiles – satisfacer la avidez de novedad vendiendo el nombre propio; o bien escribir con motivos vitales – la escritura como hábito, ir todos los días al bar a escribir al menos una página (sin importar su calidad). Al plantear la escritura como juego, se la reinserta en un plano de disfrute y gratuidad, pero también de desafío de hacerlo bien, de decir lo que uno quiere decir, de llegar adonde se quiere (“el desarrollo musical de alguna idea / que con suerte contenga una batalla”).
Se puede leer Baby gravy, entonces, como un artefacto que juega con la imitación de los ídolos (los que leyeron El guacho Martín Fierro pueden hacer acá sus paralelismos). Pero falta algo más, y es buscar bajo qué lente se vuelve productiva la imitación. En primer lugar podría parecer poco interesante: el principal recurso del libro es la ironía, y la ironía suele llegar al cinismo sin paradas intermedias. En la gran mayoría de los poemas, Oscar Fariña aplica la ironía a través de una incongruencia estilística que le permite relacionar lo alto con lo bajo (“Las dunas bermejas / sobre la superficie de la cola / de mi esposa delatan dónde / el intruso extrae / el tesoro de su vil piratería”, para referirse a picaduras de mosquito). En esto, Washington Cucurto parece ser su principal precursor.
Y sin embargo acá hay una segunda idea que entusiasma: el programa hace que la ironía, recurso por excelencia del libro, abandone el cinismo para volverse combustible de la escritura. No hay burla, sino experimentación formal. Los y las poetas imitados son de lo más diversos, y cada lector puede hacer su propio cuadro de correspondencias –en el que por otro lado, probablemente se dé más cuenta de sus propios ídolos que de los de Fariña. Una lista incompleta y no muy pensada incluiría: objetivistas rosarinos como Taborda en “Selfies”, Alejandro López en “¿Vos viste el auto del polaco?”, Leónidas Lamborghini en “Joana Rain”, Mariano Blatt en “We chillin keep scrollin”, Pablo Katchadjian en “Un ballet de policías” y Cucurto en “¿Escucharon la noticia?”.
Por otra parte, aparecen otras referencias populares, como Cazzu, los Red Hot Chili Peppers y Seinfeld, que son imitados igualmente a partir de su estilo. Este es el lugar en que el texto tiene sus fallas. Hay una intención reconocible del autor por ser actual, citando consumo joven como el de Cazzu (más allá del gusto sincero que pueda tener por lo que hace la trapera) y mechando terminología supuestamente tumbera o baja en casi todos los poemas. Así, uno se cruza a cada rato con “cortes”, “cualquieras” y “wachos” que dada la acelerada masificación de casi cualquier producto cultural, ya no representan a ningún grupo, sino que son también parte del habla normal de la clase media.
Por lo demás, el texto funciona perfectamente y fluye con musicalidad. Estamos de acuerdo, acá siempre gana el que juega.
Baby gravy, de Oscar Fariña
Fadel&Fadel
2023
62 págs