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AURORA SE TROPIEZA Y CAE DE FLORENCIA MADEO FACENTE

LITERATURA

En esta selección del cuento inédito Aurora se tropieza y cae, Florencia Madeo Facente (Buenos Aires, 1992) despliega un mundo rico en imágenes que abreva en los cuentos de hadas para traicionarlos. El corte de verso imprime un ritmo singular y potencia los sentidos; el género pretendidamente menor retumba y madura de repente.

De la vez que los sirvientes confundieron a Aurora con una cabra

Todo el tiempo que los sirvientes veían un bulto (blanco) escabulléndose entre las ligustrinas, daban un escobazo
—porque esperaban que fuese una cabra.
Grande era su sorpresa al descubrir
a la princesa Aurora: temblaban.
Aurora a veces los mandaba con el verdugo, y a veces se hacía la que no los vio.
—Las princesas se resignan a ser reinas —había respondido la curandera del reino con una joya blanca en la mano.
—¿Esas reinas que se agachan a hablar con las flores?— retrucó la nodriza.
Las flores del reino conocían cuentos que la nodriza no.
Y se inclinaban y se los contaban a Aurora en el oído, un beso de flor, limpio.
Según las antiguas escrituras, los besos se iniciaban en la zona cercana a los volcanes. Y lo que sabemos de ellos, o lo que nos queda de ellos, es la niebla.
Otra cosa que sabemos y nos queda: los besos son los principales responsables de los nacimientos.
De un repollo, nacían los cuentos de verdad.
Y ya no era posible creer en otra cosa.
Nadie te dice que no.

Las palabras del jazmín

Una tarde,
la reina descubrió desde su alcoba: por los ojos azulados de su hija dormida corrían unas lágrimas transparentes.
—Entiendo que a veces llore —dicen que pensó—,
lo que no entiendo es que lo haga de esta manera.
Para entender esta parte, se aconseja releer las palabras del Eclesiastés:
“Las flores y, especialmente, las jasminum, son muy conversadoras por naturaleza, pero,
quien haya conocido a un buen discípulo, sabrá por qué no hay que escucharlas:
Porque no fueron educadas
ni para el bien
—ni para el mal.”

El embrujo
Los pescadores contaban: “cuando lanzamos la caña hacia el pez, nos sentimos impelidos a ir hacia delante”.
Para lo que sucedía no había explicación: caballos blancos a los que se le alargaba la melena y que comenzaban a moldear palabras con elegancia como si ellos mismos fuesen los cocheros.
Era un nuevo orden social —los de la melena más larga se convertían en algo más que en los cocheros, se convertían en la persona misteriosa dentro del carruaje.
¿Serían hadas o brujas, Aurora y su nodriza…?
Ellas, en su chismosa burbuja, apenas podían sospecharlo.

Cosas muy extrañas nos siguieron pasando

El reino volvió a temblar.
Las sirvientas comenzaron a ver a los caballos más desvalidos con los ojos del amor.
Cada noche, había que ocuparse de arreglar la belleza de un caballo.
La princesa iba y se subía a los flacos potrillos. Desde ahí, indicaba las esponjas y ordenaba a sus padres, quienes –según la opinión general de las personas del castillo– cada día parecían disminuir un centímetro su estatura.
Sus voces, en las tardes blancas, se hacían más agudas y débiles.
Pero esto no era lo peor:
Si venía una mendiga a cambiar un caballo por míseros granos, lo conseguía.
Y a la noche, desde el castillo, la princesa miraba entre divertida y aterrada junto a su nodriza: los muertos ya no caminaban atrás de los vivos, sino que iban adelante.
Era más común tropezarse con un muerto que con una cabra.
—Los muertos ya no nos persiguen —decía la nodriza—, nosotros perseguimos a los muertos.

De las pesadillas de la reina

La reina despertó con un grito. Temblaron las paredes de su alcoba. Había una mano sobre sus orejas: pero no, como suele suceder, producto de las sombras de su cuerpo en la noche, sino que era otro muerto tocando su rostro.
Era un soldado muy joven junto a la reina vieja, y tenía intenciones matrimoniales.
Como de costumbre, Aurora se había despertado y llamado a su nodriza, pero ese día la nodriza se quedó junto a la reina que lloraba, desconsolada, sobre su hombro.
—Cuando digo no, es no —gritaba Aurora—, ¿esta nodriza es de la reina?
Y, yendo a la recámara de sus padres, ordenaba que dejara de llorar. Y la madre dejaba de llorar.

Florencia Madeo Facente (Buenos Aires, 1992) es profesora de Filosofía y dirige una escuela autogestiva de español para extranjeros. Publicó “Una ciudad en silencio” en la antología Celofán (La Carretilla Roja, 2018) y La taza rota (Liliputienses, 2020, España). Estos textos forman parte de Aurora se tropieza y cae, un cuento tradicional alterado y poetizado que surgió a raíz de un proyecto en la pandemia.

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