RESEÑA
por Rocío Kiryk
Primer libro de Joy Sorman (París, 1973) traducido al castellano, Ciencias de la vida aborda el cuerpo y la enfermedad desde una perspectiva más periodística que novelística. ¿La ficción como espacio donde amplificar una experiencia o como canal para tratar temas de agenda?
Ciencias de la vida es una novela sobre la alodinia de Ninon Moise, heredera de un árbol genealógico femenino de enfermedades atípicas. La protagonista, que pasará desde endocrinólogos, neurogastroenterólogos, dermatólogos hasta viajes de ayahuasca y musicoterapia, no encontrará respuesta a su dolor ni a su maldición familiar.
Joy Sorman presenta en su libro una lectura alegórica del lazo materno y femenino, pero la fábula tiene pocos elementos y el resto del texto se acerca más bien a un informe sociológico sobre la falta de una mirada holística en la medicina que a la novela que pretende ser.
La escritura novelística habitualmente demanda conflictos para un personaje que sufre más o menos una transformación y el lector asiste a ese evento: A Ninon le duele el brazo; este podría ser el pie para el desarrollo de una intrincada trama absurda, pero sólo va al médico, se hace estudios, busca medicina alternativa por internet y reflexiona sobre esos tratamientos y su historia familiar. La anécdota parece una excusa para el devaneo y el análisis de cómo las doctoras y doctores tratan a sus pacientes, cómo las enfermedades se vinculan con cada época a través de ejemplos poco creativos de sus antepasadas, que se muestran como casos extraordinarios: una mujer que no puede dejar de bailar hasta morir (como en Giselle, aunque no se la nombra), otra que enloquece de risa o su madre, Esther, que duerme de día porque la luz le lastima la vista. La rareza y la excentricidad que hace sentir única a la protagonista no son tan imposibles de ser explicadas por el discurso científico. Estas historias podrían encajar mejor en un ensayo o un artículo; la voz narradora, que por momentos adopta un registro periodístico y científico (sin que se trate de un gesto paródico), podría ser el material de otro tipo de texto, no precisamente una novela: “Es un joven residente que sabe -se lo han enseñado desde los primeros años- que los medicamentos curan, pero también son fetiches para los pacientes, son rituales; sabe que el medicamento es el sacramento de la fe en la medicina”.
Otras reseñas de Ciencias de la vida que aparecieron en medios locales se detienen en el asunto de la ciencias ocultas, la magia y la medicina contemporánea, en sus límites y sus cuestionamientos con la aparición del covid; lo que lleva a pensar que la literatura no es más que la excusa para hablar de lo que “importa”: el contenido, el tema. Conservamos todavía la costumbre de leer un texto literario para hablar de otra cosa; historia, ciencia, sociedad.
Un dolor sin nombre es una búsqueda interesante para explorar en literatura, como Lovecraft cuando quiere retratar un color que no existe (lo poético como espacio de lo quimérico). Pero en Ciencias de la vida no lo es, y el narrador hace todo lo posible por cosificar ese malestar, de explicar y describir las sensaciones de picazón y ardor de la protagonista. El miedo a lo intransferible de la experiencia, el exceso de confianza en las palabras y su literalidad resultan contradictorios al intento de criticar a las instituciones científicas. Y no solo está ausente la literaturidad, sino que también la voz en vez de narrar, argumenta, tiene un tono moralizante: “Así pues, habrá que considerar soluciones más radicales, consultar a otros médicos, probar otros tratamientos, seguir buscando, dado que, aunque uno se habitúe un poco al dolor -y habituarse es algo malo, porque desmoviliza, desarma-, su intensidad no disminuye, y tampoco su capacidad de daño: desesperanza, soledad, cansancio”.
Las doscientas páginas sobran para el dolor del brazo de Ninon que lo máximo que hace es escuchar música y encerrarse en su pieza para marcar su diferencia con el mundo, deja poco para ser la heroína de la novela que como un libro de autoayuda culmina con la inscripción de un tatuaje en su piel. La contraposición de las pretendidas excentricidades de las pacientes contra los poco ingeniosos médicos resulta un callejón sin salida para una escritura más bien periodística y cristalizada.
Ciencias de la vida
Joy Sorman
Sigilo
2023
219 pág.