Publicada por Bosque Energético, una editorial especializada en diarios personales, la escritora chilena Natalia Figueroa Gallardo relata su experiencia como guardavidas en la costa del Pacífico. Una ruptura amorosa, un entorno hostil y el desafío de transmitir sentimientos con palabras.
Por Nicolás Ricci
Natalia Figueroa Gallardo, poeta y traductora de poesía, escribe su diario desde las playas de Chile, donde trabaja de guardavidas. Nueva en el oficio (el libro comienza con el examen para licenciarse), utiliza el aislamiento en la torre de vigilancia para pensar por escrito sus experiencias y sobre todo sus emociones, con una pena de amor como tema recurrente.
Un sinfín de sustantivos abstractos remiten, ya desde las primeras páginas, al estado emocional de esos días: miedo, desasosiego, nervios, desilusión, tristeza, daño; usados, estos y otros parecidos, repetidas veces. Para inferir el tono general del libro, bastan algunas frases: “No me quiero castigar más”, “mi soledad es un sinsentido”, “piedad por mí misma”, “quería estar todo el día sumida en mi melancolía”, “soy demasiado autoexigente”, “estoy teniendo un serio problema de autoestima”. Esta tónica autocompasiva vuelve la mirada hacia adentro, y gran parte del libro se ocupa de expresar el mundo interior de la autora con un estilo sencillo tendiente al sentimentalismo. Cuando de a ratos pone los ojos en la playa que vigila, el texto gana interés, quizás por lo inusual del punto de vista. Allí la autora apunta los detalles objetivos que reflejan su estado de ánimo: la basura que se acumula en las playas más humildes o las osamentas de lobo marino y tortugas enfermas que llegan a la orilla. La vieja idea de que “el paisaje es un estado del alma” del decimonónico Amiel, célebre sobre todo como diarista.
Pero la mayor parte de las entradas en las que se considera el mundo exterior se reducen a la cotidianidad de la guardavidas. La homofobia de sus colegas, la falta de idoneidad municipal para garantizar las condiciones de trabajo, la irritante superioridad con que se dirigen a ella los turistas adinerados justifican cierta marginalidad o al menos cierta ansiedad social. No es que no se mencionen temas complejos (la guerra, el capitalismo), sino que son elementos nombrados al paso para explicitar el desaliento personal en un intento de darles resonancia social. La gran obsesión de Diario de una guardavidas, sin embargo, es el amor, y en especial un amor fallido con una mujer que no está, que no responde los mensajes, a quien la autora acaso lastimó y cuya relación quizás ya no pueda recomponer.
Omnipresente, el mar no es solo escenario de sus tareas y entrenamientos, sino que proporciona el campo semántico para los frecuentes símiles, que son su figura retórica preferida. Abundan frases de intención poética del tipo: “La desilusión es como una ola grande que te rompiera encima” o “estar en el mar es como estar en el útero”. Cuando, abstraída, la autora se solidariza con el pobre pez desgarrado por el anzuelo de un pescador, aclara por las dudas: “esa experiencia tiene un símil con lo humano”.
El oficio de poeta de la autora se manifiesta menos en los recursos literarios que en la reflexión sobre la función de la poesía. Varias veces, al menos tres, expone su concepción, según la cual un poema debe procurar alivio al enunciarlo. La literatura le interesa por su poder sanador, por eso habla de la posibilidad de “curarse con palabras”. Asociada a este curioso modelo literario —el poema como conjuro de males o como opioide ante el malestar individual—, hay una idea romántica de la poesía como práctica especial, ejercida por personas especiales. Figueroa Gallardo basa este autohalago en una serie de lugares comunes: “Ahora los smartphones han desplazado al libro. Escribo, y me siento un bicho raro”. La torre de vigilancia frente a la costa se vuelve así torre de marfil frente al mundo: “Todo lo malo es tan poderoso y fuerte, que persistir en la poesía es como una locura”.
Este es el diario de una poeta pero no es un diario poético. Otros autores (es el caso del Diario de limpieza de Matías Moscardi, publicado por la misma editorial) plantean un juego narrativo en el que la realidad mundana se falsea —o al menos sugieren ese falseamiento— para acercarse a una intriga novelística. Otros (es el caso del Diario de Alejandro Rubio) rompen las expectativas del género, volviéndolo un territorio invadido por la poesía, donde se descarta la constante manifestación de la cotidianidad de un yo, que pasa a ser un elemento más entre muchos, las observaciones sobre el entorno y hasta la sucesividad de la datación (en Rubio, una misma fecha se repite en todas las entradas). Lo que le juega en contra al libro de Figueroa Gallardo es el pacto autobiográfico, entendido en términos estrictos (en tanto que autora y narradora se corresponden linealmente, el registro no puede resultar en otra cosa que costumbrismo sin matices). Al atenerse a la dimensión referencial del diario, desaprovecha la oportunidad de jugar con otros géneros, de poner en crisis su supuesta estabilidad subjetiva, de traer sus recursos de poeta en auxilio del libro.
Diario de una guardavidas
Natalia Figueroa Gallardo
Bosque Energético
2023
112 páginas