HISTORIA DEL AUTÉNTICO NIÑO BARBADO DE LA CHINA DE DANIEL TEVINI

Reseña.
Aventura, erotismo, mímesis de las lenguas. En su nueva novela, Daniel Tevini (Buenos Aires, 1962) despliega una mirada kitsch de la Argentina de mediados de siglo XIX a través de la mirada de un Zelig perenne; transversal a las clases sociales y codeándose con figuras de la historia nacional, el auténtico niño barbado de la China solo se toma en serio el amor y la muerte, que amenaza con robarle algún día a su amado.
por Agustín Caldaroni

Reseña.Aventura, erotismo, mímesis de las lenguas. En su nueva novela, Daniel Tevini (Buenos Aires, 1962) despliega una mirada kitsch de la Argentina de mediados de siglo XIX a través de la mirada de un Zelig perenne; transversal a las clases sociales y codeándose con figuras de la historia nacional, el auténtico niño barbado de la China solo se toma en serio el amor y la muerte, que amenaza con robarle algún día a su amado.por Agustín Caldaroni

La novela comienza a mediados del siglo XIX, un barco inglés transporta una feria de fenómenos, los Niños Monos Mejicanos, una niña calva, un enano hindú, y también al protagonista y narrador de esta novela, el niño barbado de la China. El barbado es una criatura que no envejece, sabemos que fue niño pero en la juventud dejó de crecer, puede mimetizarse tomando el aspecto de otras personas y también el idioma, la forma de hablar, los gestos, la tonada. Después de una parada en Salvador de Bahía, el barco que lo traslada arriba en Santa María de los Buenos Aires, donde el barbado escapa de la feria y lleva una vida trashumante hasta encontrarse con su protector y amante, Rafael de Oresteaga, el destinatario de estas memorias epistolares. 

   La primera parte de la narración se lee como una aventura picaresca, el barbado intenta sobrevivir en los campos de las pampas gobernado por Rosas; es un salvaje a la intemperie, hace fuego, intenta cazar, se esconde como una alimaña, teje alianzas con otros personajes errantes y miserables, sufre traiciones y es perseguido y azotado por los federales. Cuando el barbado se vuelve el protegido de Rafael de Oresteaga comienza su educación sentimental. Rafael representa la civilización por la que el barbado se siente seducido, conquistar a su amo es quitarse el lastre de esclavo y forjar una identidad. Se afeita la pelambrera salvaje, adquiere una nueva fisonomía, una mezcla física de todos los amantes de su protector y se hace llamar Enrique de Lancaster. Viste como un caballero, lee a los clásicos, viaja por Europa, sus dotes miméticos le abren camino para la diplomacia. A medida que el barbado se va civilizando la trama da lugar a la intriga política. El protagonista y su amante conspiran contra Rosas. La novela ridiculiza tanto a federales como a unitarios, no hay heroísmo ni convicciones ideológicas en sus personajes. El enfoque histórico no es revisionista, los federales son feos, sucios, lujuriosos, ignorantes; pero tampoco es benevolente con la historia liberal, porque los unitarios son igual de decadentes que los federales, pero limpios y elegantes. Y el protagonista un buen salvaje aburguesado que no busca gloria ni poder, se conforma con la comodidad de su alcoba para entregarse al sexo y al amor junto a Rafael de Oresteaga. 

   Entre los personajes aparece el Restaurador, al que le llaman, no Rosas, sino “la Rosas”. El caudillo en esta novela es homosexual, un tirano frívolo que además de gobernar con mano de hierro organiza fiestas drag queen federales, Mariquita Sánchez de Thomson, una especie de Susana Giménez rodeada por su corte de “mariquitos”, un Sarmiento irascible que no para de hacer citas del Facundo y su hijo Dominguito, entre otros. Tal vez lo más rimbombante y predecible de la novela sea la aparición de estos personajes históricos vueltos casi caricaturas, el procedimiento de la desacralización del tirano o referentes de poder por medio de la parodia, reducir al mito convirtiéndolo en un esperpento carnavalesco. Pero estas figuras logran volverse más sólidas y complejas a medida que avanza la narración y el guiño kitsch se disuelve dando lugar al drama. La frívola y chispeante Mariquita Sánchez de Thompson, con el paso del tiempo, termina por ser una anciana melancólica recluida en su caserón con sus mariquitos que también  se marchitan y pierden vivacidad, Sarmiento se desmorona por la muerte de Dominguito. Cuando los próceres son humanizados por la tragedia, se vuelven más interesantes. 

   La prosa de Daniel Tevini se ajusta al exotismo del tema, parece que estamos leyendo una narración decimonónica de un autor extranjero hasta que el barbado pisa Buenos Aires y se cruza con personajes locales, a partir de ese momento la lengua del protagonista se acriolla, puede hablar como un negro, un gaucho o un señorito unitario. El relato avanza ligero, pero con un estilo suntuoso y a la vez procaz de cuño decadentista, no teme al adjetivo, ni a las descripciones, por momentos cobra un ritmo como para ser leído en voz alta. El barbado se deja atravesar por el encantamiento erótico del lenguaje que le producen el contacto con personas y territorios, “de como copulaba mi verba con el mundo en esos días donde no fui yo”, dice para explicar el trance que sufrió en la frontera con Paraguay después de un encuentro sexual con el mitológico Pombero. En una escena, el barbado poseído por el espíritu del Pombero larga un detritus verbal cargado de elementos naturales, sonidos, olores e imágenes que lo enloquecen: “Vámono-Vámono-con la melena aleonada-en cuatro pata-de dos en do-Vámono a fermentar la tierra-chanchos del monte-corvetas de pico agrio-corcos ceñudos-Vámono-a fermentearla de hongos-de beyota lechosa s’amargas-primero trompa e serrucho-la trompa trinche indispué-contra el estomaquito-de a dos en do…”. La descripción sigue llenando una hoja de neologismos y visiones. Las más logradas escenas eróticas de la novela no se reducen a la carnalidad, están al servicio de una puesta en escena poética. Una orgía con unos indios llamados “lenguiches” que tienen la manía de sobar la piel; el Pombero encarnando a un sátiro de la selva; un criado obsesionado con las hagiografías, que obliga al barbado bajo extorsión a posar disfrazado, emulando santos cristianos mientras él lo espía masturbándose. 

   Tevini podría haber caído en la tentación de la gastadísima parodia posmoderna, pero eligió otro rumbo para su novela, escribir una obra sentimental, romántica y también un relato de aventuras. El autor parece reírse cínicamente de todo menos del amor y de la muerte, a la que el barbado llama casualmente: La Solemne. La presencia virtual de la muerte lo acecha como una peste, a él que es eterno, para arrebatarle a su amante. Por eso a pesar de la comicidad, la novela no deja de tener un tono melancólico de despedida y es ahí donde alcanza sus mejores momentos.

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