La inteligencia artificial y el cambio climático no han logrado (aún) acaparar la totalidad del campo de lo pensable. Sin embargo, desafían los contornos interpretativos de la época: Antropoceno, Gaia o Chat GTP son algunos de los nombres que resuenan (separados) en esta disputa. ¿Es posible imaginar una imbricación virtuosa de las inteligencias cultural, natural y artificial? En este ensayo, Gabriel D’Iorio se anima a probar algunas respuestas.
El filósofo italiano Giorgio Agamben define lo contemporáneo como una singular relación con el tiempo: es contemporáneo quien adhiere y a la vez toma distancia de su propio tiempo; en este sentido, es contemporáneo quien no se adecua plenamente a sus pretensiones o, como decía Nietzsche, quien piensa “contra el propio tiempo” y, por lo tanto, “en favor del tiempo venidero”. En esta primera aproximación a lo contemporáneo se acentúa su carácter inactual, intempestivo, su desfase respecto del presente. Pero hay otro sentido que nos gustaría sumar aquí y es el que alude a la relación entre lo arcaico (es decir, lo próximo al arché, al origen) y lo moderno. Dice Agamben: entre lo arcaico y lo moderno (o lo nuevo) hay una cita secreta. Y es a través de esta cita que lo moderno se relaciona con lo inmemorial hasta revelar su verdad. De ahí que pueda decirse, según esta segunda aproximación: ser contemporáneo, comprender o aproximarse a la verdad del propio tiempo, implica volver a un presente (arcaico) en el que nunca estuvimos.
En este movimiento de indagación sobre lo contemporáneo no hay que perder de vista la descripción que realiza otro pensador, nos referimos al crítico norteamericano Fredric Jameson respecto de la lógica cultural del capitalismo avanzado. En nuestro tiempo, afirma Jameson, hay una pérdida de afectividad vinculada a la promesa no cumplida por el actual sistema de eliminar la “angustia”, cuya imagen final nos enseña una cada vez más extendida medicalización de los estados de ánimo; hay, también, una pérdida de historicidad que conduce al trato “fetichista” con el pasado, a la recreación museística y a la moda nostálgica, esto es, a una verdadera retromanía que hace del presente una pura sincronía sin conflictos; y, finalmente, hay una pérdida de “distancia crítica” que refuerza la primacía de lo dado, del instante y la velocidad.
Es bajo la advertencia que ponen de relieve estas pérdidas que leer cualquier acontecimiento del presente representa una dificultad mayor, dificultad que se hace patente en los debates actuales sobre el cambio climático y la inteligencia artificial. En estos debates resulta evidente que existe una relación entre lo arcaico y lo moderno, no sólo determinada por las signaturas de la historia sino también por sus figuraciones geológicas, técnicas, afectivas, cognitivas. Y en este debate han ganado terreno algunos nombres: Antropoceno y Gaia, por un lado, el Chat GPT y sus variantes corporativas, por el otro. Si en el caso de este último y reciente dispositivo (cuyos usos se extienden con rapidez acrítica en ámbitos laborales, educativos y en redes sociales) se quiere sintetizar y encapsular en la lógica del algoritmo y la razón instrumental todo el potencial de la inteligencia humana, el nombre Antropoceno señala para geólogos, historiadores y climatólogos el inicio de una nueva era que viene a dejar atrás al largo período denominado Holoceno. Esta nueva era supone una revelación: la tierra no es la naturaleza inanimada que imaginó la ciencia moderna sino pura materia animada, más parecida a la mítica e impiadosa deidad griega Gaia que a un conjunto de objetos y fuerzas cuantificables por la física matemática. Según la alegoría utilizada por el antropólogo y filósofo francés Bruno Latour, la intrusión de Gaia equivale a una inmensa escenografía que sale “a escena para compartir la intriga con los actores”. Lo real del Antropoceno, cuyo comienzo parece coincidir con diversos momentos y formas de la modernidad capitalista (la conquista de los confines del mundo por obra de la navegación y la expansión de la mercancía, la revolución industrial, el progreso tecnocientífico, el inicio de la era atómica, la explosión de la sociedad de consumo, etc.), y la reacción de Gaia expresan en forma conjunta un desafío a nuestra existencia y a nuestra inteligencia, como también lo suponen los diversos dispositivos que, bajo la equívoca figura de la IA, desplazan funciones y ponen en jaque las preciadas capacidades humanas.
En un texto breve cuyo título es Las tres inteligencias, publicado en el exquisito portal Arqueologías del Porvenir, el antropólogo brasilero Eduardo Viveiros de Castro llama a enfrentar este desafío a partir de una reflexión sobre la imbricación de tres inteligencias. A la primera de ellas este autor la llama inteligencia cultural. Su objeto, nos dice, “es la diferencia entre los modos humanos de hacer mundo, una diferencia que condiciona históricamente la relación” política, social y epistémica que se da entre estos modos. A la segunda la denomina inteligencia natural. La reflexión de esta inteligencia está orientada a pensar “los diferentes modos otros-que-humanos de hacer mundo y, muy a menudo, las relaciones de estas formas con los diferentes modos humanos”. A la tercera la describe como inteligencia artificial, aunque en su texto se trata más de un campo de estudio que la simple descripción de los diversos experimentos realizados con Chats y Bots. Sus objetos son, más bien, “los dispositivos y agenciamientos materiales producidos por los humanos, con la capacidad real o supuesta de hacer mundos y de acoplarse a, y desacoplarse de, mundos humanos”.
Este triángulo de las inteligencias que propone Viveiros de Castro, que en la tradición filosófica moderna expresa la relación de lo humano, lo animal y lo maquínico, sigue definiendo los contornos de este tiempo, de lo que hemos llamado “contemporáneo”. Ahora bien, la diferencia esencial con la tradición es que en el centro de gravedad de este triángulo está la Tierra, una tierra que hoy reconocemos “animada”: se llame Gaia o Pachamama, la tierra anda, vibra, vive; y su atmósfera y savia son también las nuestras.
Hay en el presente, he aquí nuestra hipótesis, una batalla mundial en torno de estas inteligencias. Llamamos antipolítica al trabajo de separación de estas tres inteligencias. En la pretensión de los dueños del mundo de perpetuar su dominio oligárquico transnacional a través de las plataformas virtuales, el extractivismo geológico y la alienación tecnológica, encontramos el vector esencial de esta fuerza de separación de la comunidad respecto de sus propias inteligencias. Llamamos política en su sentido más puro a la actividad que produce la composición virtuosa de estas tres inteligencias. Su potencia definitoria emana del don irreductible de quienes en tanto individuos quieren vivir en comunidad, de quienes se reconocen en la tierra y la lengua que habitan, y en las luchas, las alegrías, las invenciones poéticas, los conocimientos y las banderas de quienes los precedieron.
Ser contemporáneos no es entonces negar el cambio climático o plegarse al dominio de una de estas inteligencias (la inteligencia artificial reducida a los usos del Chat) sino tomar distancia de los imperativos actuales hasta abrirse al acontecimiento de la imbricación crítica de las tres inteligencias. Desde este punto de vista, una indagación sobre las premisas actuales de esta imbricación es quizás la mejor forma de atisbar el umbral de otro porvenir, aun más en la actual coyuntura en la que urge redefinir qué entendemos por esos buenos fanatismos llamados libertad, igualdad y justicia.
Gabriel D’Iorio es Profesor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y Doctor en Artes por la Universidad Nacional de las Artes (UNA). Dicta clases como Prof. Titular de Estética (UNA – Departamento de Audiovisuales) y como Prof. Adjunto de Ética (UBA – FfyL – Departamento de Filosofía). Dirige el Proyecto de Investigación La imagen resiste, la imagen piensa (PIACyT – UNA). Ha trabajado en diversos programas, postítulos y cursos de formación docente en CABA, Provincia de Buenos Aires, Córdoba y Nación. Ha publicado diversos artículos en revistas especializadas. Es autor de La curiosidad por las cosas del mundo. Apuntes sobre la filosofía de Jacques Rancière. Fue editor responsable y director de El río sin orillas. Revista de filosofía, política y cultura. Trabajó como coeditor del sello editorial Cuarenta Ríos.