Un estudio nacional reveló un fuerte desfasaje entre la dieta recomendada y la efectivamente consumida, con déficits graves en carnes, lácteos, frutas y verduras.
El encarecimiento de los alimentos y la pérdida del poder adquisitivo alteraron de manera significativa la dieta de las familias argentinas. Según un informe del Instituto de Estadísticas y Tendencias Sociales y Económicas (IETSE), existe una brecha estructural entre lo que recomiendan las guías nutricionales y lo que realmente se consume en los hogares.
El relevamiento, realizado en 3.750 hogares de todo el país, mostró que el consumo de carnes rojas es hasta 73% menor al considerado necesario, mientras que en pescados el déficit llega al 58%. En contraste, la ingesta de pollo y subproductos cubre más de la mitad del total consumido. También se registró un fuerte retroceso en frutas y verduras, con caídas superiores al 60% en manzanas, peras y bananas.
El estudio evidenció además un sobreconsumo de harinas, pan y azúcar. El uso de polenta creció 142% por encima de lo recomendado, mientras que el de pan y arroz también mostró excedentes de entre 20% y 40%. El patrón alimentario se sostiene en productos baratos y de alto contenido calórico, lo que incrementa el riesgo de obesidad, diabetes y enfermedades cardiovasculares.
En lácteos y derivados, el déficit es persistente: la leche fluida se consume 26% menos que lo aconsejado y el yogur 44% menos. Los quesos también mostraron caídas marcadas, mientras que los huevos aparecieron como sustituto, con un consumo 51% superior al esperado.
El informe concluyó que en el país se impone un esquema de subalimentación en rubros nutritivos y una creciente dependencia de productos de bajo costo. El IETSE advirtió que esta situación “refleja condiciones socioeconómicas críticas” y recomendó implementar políticas públicas que garanticen el acceso a proteínas, frutas, verduras y lácteos.