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MEDIANERA DE LEANDRO ÁVALOS BLACHA

RESEÑA

por Magalí Legarralde

Sátira, ciencia ficción y terror son algunos de los géneros por los que se mueve con originalidad el narrador Leandro Ávalos Blacha (Quilmes, 1980). En su nuevo libro de cuentos Medianera, la sociedad de control y el sadismo descontrolado ponen a prueba problemas actuales de la sociedad argentina, a pesar de que el trabajo con la oralidad no logre superar el esbozo caricaturesco.

La sociedad del control traza la directriz en los cuentos de Ávalos Blacha. Temas foucaultianos per se, el encierro y la vigilancia desfilan por Medianeras abrochando el espectáculo como hechizo ofrecido vía Phonemark, una empresa de telecomunicaciones tenebrosas.

La voz del narrador se arrima a lo coloquial desde el habla del barrio, maniobra por momentos fallida. Tanto las observaciones como los diálogos oscilan entre la formalidad y lo chabacano. En ocasiones no se entiende si se trata de la perspectiva de un vecino proletario o de un pequeño burgués enciclopédico, junto a las canciones u onomatopeyas plasmadas de manera exagerada, en el afán de replicar fielmente lo sonoro. 

Aunque no todo es dolor: hay personajes memorables. Bárbaro Téllez, un presidiario dispuesto a dar lo que no tiene por Magda, carcelaria y amor no correspondido; también al doctor Braille, un médico que olvida el deber ético al experimentar con pacientes caníbales, a quienes hipnotiza o encadena en su laboratorio domiciliario sin que se le mueva un pelo —un desafío a la reforma comandada por Pinel e inspirado, más bien, en el doctor Frankenstein. Así las cosas, el narrador presenta dos figuras atractivas que cobran el valor de nuestros (¿nuevos?) monstruos, cada uno a su manera: uno, al atropellar los derechos humanos elementales con patrocinio del empuje megalómano; el otro, destrozando pitbulls feroces para ganar una lucha y salvarse en el mismo movimiento, o al arriesgarse a que una colonia de murciélagos lo coma vivo sólo por impresionar a su amor platónico —otra forma de rescatar lo vivo.

Estas criaturas fronterizas despiertan un sentimiento de reconocimiento difuso, opaco (¿quién no quiso revivir a un muerto o seducir a un imposible?), y a la vez certero. Como reverso, ‘‘los infectados’’ —sujetos experimentales del doctor Braille, expulsados de la sociedad y puestos al servicio de la ciencia en tanto restos— no gritan ni intentan sacarse las cadenas: por el contrario, sus pulsiones más oscuras quedan amarradas a fijaciones absurdas. Podrían ser cualquiera de nosotros fantaseando. 

Al llevar las pasiones al borde, los monstruos de Medianera revelan los efectos subjetivos de la sociedad de control en la que están incrustados, como piezas diminutas de un artefacto ideado a sangre fría. El luchador Téllez es tratado como una máquina de matar, el doctor Braille queda reducido al papel de burócrata inescrupuloso y psicopatón —podría haber sido un nazi—, cómplice de la farsa sostenida en el reality. 

‘‘Las mujeres pegaron los oídos a la medianera por si escuchaban algo’’, dice el narrador. Hay algo de este estilo que se filtra en los relatos de Ávalos Blacha: las voces barriales que atraviesan la medianera; el espiar con las orejas comúnmente asociado al chusmerío localista. Incluso las inspecciones orquestadas por Phonemark responden a esta voluntad de supervisar, ejercida en un boca a boca. Al mismo tiempo, la intolerancia se presenta a través de personajes que rechazan la diferencia por considerarla un peligro latente, del otro lado de la medianera. Una dinámica social que pese al paso de los años (siglos) está vigente. Es el caso de Dinastía, la ayudante del doctor Braille, cuando sentencia, honrando su nombre: ‘‘A los infectados, un tiro. A todos los presos, un tiro. A los revoltosos…’’. La enunciación recuerda a las amenazas actuales donde el imperativo ¡Afuera! responde a un mecanismo expulsivo infantil, primordial, incapaz de integrar aquello que no coincide con lo propio, sometido al principio de placer: todo lo distinto genera disgusto y por eso se rechaza como si no existiera. El otro que porta el rasgo divergente —a la vez un goce supuesto del que el verdugo estaría privado— es eliminado del registro simbólico, cuando no del plano material.  

Medianera construye algunas figuras potables –que versan sobre lo monstruoso, lo muerto vivo y lo desechable en un mundo parasitado por el ombliguismo y la banalidad– y que quizás tendrían mayor resonancia si la voz narrativa no quedara a mitad de camino entre expresiones pacatas de español neutro y la importación del lenguaje barrial como un artificio fuera de contexto.

Medianera

Leandro Ávalos Blacha

La Pollera

2023

98 páginas

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