Reseña.Un laboratorio de citas, injertos y fantasmas culturales donde Tomás Fadel ensaya un ruido de la conciencia contra la fragilidad del poema contemporáneo. Desde los espectros del canon anglosajón hasta las ansiedades del presente digital, el libro trama una poética al mismo tiempo satírica y humanista.por Sebastián Menegaz
«Siento a mi alrededor los fantasmas / De un molesto combo de eruditos, / Churchill, Ezra, Eliot, Charlie Williams», advierte, rápidamente, no bien hender la placenta del status of the matter, la voz poética (el yo lírico, diríamos con Eliot) de Memética, el cantar de Tomás Fadel. Status of the matter, el estado de cosas —de las palabras y las cosas— en que se predispone la materia a ser abismada: la poesía. O lo que es lo mismo: el discurso (los discursos) de la realidad. No hay talla sobre el lenguaje —estocada del cortafrío— que no venga a alojar un cuerpo extraño en el ojo vigilante de nuestra infantería referencial. (Pensar la poesía desde la poesía es pensar —condenadamente— todo lo demás.)
Larga meditación sobre el sentido y la necesidad (y las malas maneras) del poema contemporáneo, Memética consigue lo que éste suele dar muchas veces por ajeno: el ruido de la cultura. Nada menos pop. No todo es tregua ni garbillo (time out) en las tolderías de la poesía. No toda es cristalería la del imperio de su fragilidad. Tampoco (todo) pedacería. Vale acordarse (casi sin querer) de los golpes en la mesa de William Carlos Williams (Charlie, mas, ¿por qué no Carlitos, Fadel? Es cierto, le decían —Hilda Doolittle— Bill, Billy): «Las virtudes de un poema no dependen de la lógica con que narre ciertos acontecimientos, ni de los acontecimientos como tales, sino tan sólo del modesto poder capaz de reunir tantas cosas rotas en una danza».
Conseguir el ruido de la cultura —en la poética de Fadel— equivale a incorporar el barullo de la conciencia hiperinforme en la proporción súbita del pensamiento. Fadel hablará de inteligencia artesanal. Y los días —porque estamos en manos de un diario, de un grip histórico en el presente más fofo— al goteo, pollockiano, del poema.
Del dieciochesco Charles Churchill (is that Charlie?), el screenshot político y la sátira de las agendas públicas; de Pound acaso menos el formalismo provenzal que el arte de la aseveración; de Eliot la alusión, la cita, el pastiche (no así el elegante sport); de Williams —salvo el desprecio por Eliot y el desencanto por Pound: «con su típica tendencia a acariciar el material sin penetrarlo»— tanto más: la ética del wild poet. Barbarismos de la tradición, astucia de las influencias. Como le escribió Williams a John C. Thirlwall: «Me enfurece tener que ir tan lento a la hora de escribir mientras las puertas de mis sentidos se atiborran de palabras y de ideas». Como le escribió Williams a Louis Zukofsky: «Los poemas son invenciones tan ricas en pensamiento como en imágenes». Memética pergeña maniobras desencadenadas para subsanar lo primero tanto como para revalidar lo segundo. Reclama alguna predestinación, incluso —no se tira la rienda muy cerca de Pound sin desensillar en Oriente— en los Diarios de viaje de Matsuo Bashō. (El poema —el hokku— como nudo en el pañuelo.)
¿Hacia dónde se dirige Memética mientras las puertas de los sentidos de Tomás Fadel se atiborran de palabras y de ideas, de Tunuyán a Buenos Aires, de Buenos Aires a Tunuyán, del ‘19 al ‘23, de la montaña a los realia del urbanita? Acaso —en toda su feliz imaginería conceptual— hacia la singularidad y la excepción que conforman al semejante. Hacia el empeño de un humanismo recobrado. O como se interroga la voz del poema: «¿No sería mejor para todos que los divulgadores del / posthumanismo se buscaran un trabajo honesto?».