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NOTA PARA UN CABALLO ATROPELLADO, DE LORENA CURRUHINCA

RESEÑA

Por Manuel Pérez

El poeta de Bahía Blanca Manuel Pérez nos envía una reseña del libro de otra poeta bahiense, Lorena Curruhinca, que ha publicado recientemente una Nota para un caballo atropellado antes de llegar a Ing. White. Notas sobre la observación de lo mínimo con la noción, como trasfondo, de que “toda herida, hasta la que ocurre en el ámbito doméstico, termina por cicatrizar (…) Lo que se vuelve inusual [es] la toma de conciencia de que, en efecto, hemos sido heridos.”

¿Qué decir de un poema más que lo que el poema mismo dice?
Hemos llegado a la conclusión, sana y deseable a la vez, de la lectura: aquella que dicta que no hay más conclusión que la experiencia misma de la lectura, la constatación de una obviedad esclarecedora. ¿Y qué hacer, entonces, cuando el texto mismo intenta plasmar dentro de sí una experiencia, transmitirla? ¿Cómo lograr una apertura en momentos en los que la experiencia propia es interpelada, en el mejor de los casos, o cuando, en el peor, choca contra el obstáculo que suele percibirse como la mayor amenaza de las artes: la indiferencia?


Lorena Curruhinca compone, en el prolijo librito de factura artesanal Nota para un caballo atropellado antes de llegar a Ing. White, un texto preocupado por esta cuestión, sumando un elemento más e igual de iluminador: el tránsito. Ambos ejes están unidos a un mismo torso, el de la rutina y qué hacemos con lo que ella nos hace cuando se quiebra, revelando lazos ajenos a nuestra vista empañada por la costumbre. La rutina, lo cotidiano, empantana la percepción de las desgracias, tanto inconmensurables como minúsculas, que se acumulan al paso letárgico del día para depositarse, barridas, bajo la alfombra imaginaria del inconsciente o del olvido. Esto suele ser deseable e incluso propicio: la sensibilización exacerbada no es más que el melodrama desgastado de lo cursi, y su extremo opuesto, la fría indiferencia, es a la vez una alternativa seductora por su practicidad. Sin embargo, de un lado o de otro, la pregunta se sostiene: ¿qué hacemos con lo que esto (sea el evento que sea) nos hace?


“Lo sabio empieza en lo doméstico”, reitera Leónidas Lamborghini en uno de sus poemas, aunque la sabiduría, a los fines de este texto, daría lugar al desatino de la exageración, imantado al claustro siempre dudoso y pesado de lo erudito. Toda herida, hasta la que ocurre en el ámbito doméstico, termina por cicatrizar. Hasta el más común de los mortales puede corroborarlo con un rápido ejercicio de la memoria. Lo que se vuelve inusual y escaso es la contemplación del proceso mismo, la toma de conciencia de que, en efecto, hemos sido heridos. Esto mismo deviene en un procedimiento singular, que Curruhinca ejercita sin ostentación alguna: pasos seguros, o todo lo seguros que pueden ser dentro de la contingencia de lo doméstico, para alcanzar una retórica propia. En vez de una erudición a secas, su tránsito nos ha depositado en el terreno de una erudición sensible.


La letra nacional, nos han repetido hasta el hartazgo, surge como un acto de violencia, violencia ejercida de unos individuos sobre otros, violencia que parece extenderse en el tiempo de forma indefinida. Como un emblema en la solapa, es algo notable a simple vista. Lo repito, con la misma intención: la historia de la letra nacional es una de violencia. ¿No podríamos además pensarla como la violencia ejercida sobre el caballo y la ausencia de respuestas notables o justificaciones a estas vejaciones? Portamos una tradición oculta a plena vista de caballos fusilados, canibalizados, relegados a un rol de vehículo o de nota de color local. Si el Corán carece de camellos como insignia de su autenticidad, el grueso de la literatura argentina ha realizado un ejercicio opuesto con el caballo para, nuevamente, desembarazarse de él, relegándolo a una ausencia a secas o a la categoría de símbolo, lo que sería lo mismo. Así también se engrosan los contenidos barridos bajo la alfombra proverbial, a lo cual Lorena ha encontrado una alternativa maravillosa en su simpleza: escribir, dotar de valor a aquel símbolo por medio de la palabra mediada por la angustia, por la constatación de una herida. Su resolución podrá parecer biográfica, dirá algún detractor, pero su pulso dista de serlo. El caballo ha dejado de ser un caballo, para pasar a ser suyo. Un verso brevísimo, mediando el libro, se pregunta: “¿A quién le doy mi relato?”. Generosa, con timidez, nos lo ha obsequiado a nosotros.

El problema de lo azaroso

En tanto casualidad
o en tanto hecho desgraciado
es que nos olvidamos rápido
de las posibilidades
abiertas de un encuentro
y no digo solo abandonar
una conciencia de la multiplicidad especulativa
(¿podría, hubiera?)
sino ensayar alguna salida de la dinámica
de asignarle una finalidad a cualquier movimiento inesperado.

No voy a ver tu cuerpo inmóvil
como un sistema de signos
esto es, leer lo móvil en lo agónico.
Acepto la ausencia, la acepto.

Otro es el caso de moverse a partir de una inmovilidad:
no busques el aire veloz del galope
ya no está ahí
la danza está ahora en la crin con el viento

Nota para un caballo atropellado antes de llegar a Ing. White
Lorena Curruhinca
Colectivo Semilla
2023
40 pág.

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