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UN ENORME PARASOL DE TELA VERDE, DE MARTÍN PRIETO

Reseña
El año pasado la Editorial de la Universidad de Entre Ríos (Eduner) publicó una selección de ensayos recientes del crítico literario Martín Prieto (Rosario, 1961). Un enorme parasol de tela verde relee clásicos latinoamericanos como Rubén Darío, Ricardo Rojas, Juan L. Ortiz, desde el “correlato biográfico” de sus obras poéticas, e incluye un apartado de polémicas sobre revistas argentinas y discusiones sobre el canon nacional. 

por Nicolás Ricci

En Un enorme parasol de tela verde, Martín Prieto recopila textos histórico-críticos de los últimos veinte años, en los que convergen análisis formal, genealogía literaria e indagación biográfica. El autor de la Breve historia de la literatura argentina (2006) tiene en estos textos la oportunidad de demorarse en territorios poco transitados de la gran historia de nuestras letras, desde la productiva amistad entre Rubén Darío y Ricardo Rojas hasta la publicación reciente de escritores actuales. A la vez que hilvana relatos de vida, Prieto devela conexiones, rastrea indicios históricos y repone referentes oscuros. Lee con lupa los rasgos estilísticos de las obras analizadas, deteniéndose en la métrica de un verso, la connotación de cierto verbo, la sonoridad de una rima, de una aliteración; la vida de los autores es narrada a partir de numerosas fuentes (viejas revistas de la élite letrada, testimonios, entrevistas, cartas).

Pero Prieto no solo analiza e historiza, sino que además traza relaciones que, sinuosas, unen la base biográfica a las obras. En otras palabras, busca establecer un “correlato biográfico” que esclarezca las motivaciones empíricas de lo que leemos como cifra poética. El índice de Un enorme parasol… dibuja un mapa multipolar de la literatura argentina, con énfasis en la zona del litoral (es evidente asimismo la predilección por la poesía). De Entre Ríos, sus figuras centrales: Juan José Saer y Juan L. Ortiz. De Rosario: Irma Peirano, Hugo Diz, Elvio Gandolfo, Mirta Rosenberg, María Teresa Gramuglio. Del conurbano bonaerense: Washington Cucurto, Fernanda Laguna (de Hurlingham, por cierto). De CABA: Leónidas Lamborghini, Raúl González Tuñón, Alan Pauls, Martín Rodríguez. El índice compone así una nómina, un mapa posible, y quizás (el libro plantea la discusión) un canon alternativo. 

La prosa de Prieto, de frases largas y dilatadas, casi siempre nacida para la lectura en vivo en jornadas literarias y presentaciones, no es la de la Academia ni la de la teoría. El castellano cuidado y sensible del libro es la síntesis de las distintas facetas del autor: poeta, investigador, docente. Ante todo, este es el libro de alguien que se toma la literatura en serio, para quien la literatura no es solo el ámbito en el que puede realizar operaciones, ganar prestigio y permanecer, sino un objeto de estudio que se encara con un interés honesto. Entre sus virtudes, está la de ser la obra de un lector, llevada a cabo por un escritor.

El libro repone datos sorprendentemente específicos, inútiles como lo son los detalles en la descripción realista, valiosos por su inutilidad. La caracterización del parasol del título —verde, de tela, enorme—, que Rojas toma prestado de Darío para un paseo por la playa, es un caso representativo de la pasión de Prieto por la referencialidad fáctica y material; otro caso es el nombre y la circunstancia del encumbrado amante clandestino de Irma Peirano, que luego sería objeto de sus poemas. La perspectiva historiográfica, pese a los esfuerzos de archivo, encuentra continuamente sus límites. Un enorme parasol… deja ver algo de la escisión insalvable entre nuestro tiempo y el pasado, sobre el que la historia fue acumulando sedimento como en capas geológicas. Prieto viaja a Brest, en el extremo oeste de Francia, buscando indicios de la presencia de Darío, y anota que ha sido “reconstruida después de los bombardeos de 1944”; siguiendo la misma huella, llega a Chile, a Valparaíso, donde tampoco encuentra lo que busca pues la ciudad fue “destruida casi por completo por un terremoto en 1906 y reconstruida en parte un metro más arriba”. Una separación tal que vuelve sobre lo que muchos han intuido ya: que el pasado es especulación, que la historiografía es una forma más de la narrativa y que todo libro de historia (este también) es un libro de ficción.  

La segunda sección se destaca por estar compuesta por los únicos dos textos escritos con —para usar las palabras de Prieto— “un ánimo de controversia”. Los demás, que ciertamente no rehuyen el juicio de valor (factor inexorable de la buena crítica literaria), no invitan a polemizar, en la medida en que o tratan a autores del pasado o se dedican a encomiar a los del presente. Pueden haber suscitado polémicas (en 2018, Marina Yuszczuk, a raíz del texto de Prieto sobre Laguna, insinuó que se trataba de una “crítica machista”), pero estas nacieron de un desacuerdo en los ejes de una lectura, no como respuesta a una “provocación” —categoría que Prieto mismo pone en juego, tomándola de Hans-Robert Jauss. En los ensayos de la segunda sección, en cambio, el crítico se dedica a confrontar con dos grupos literarios, nucleados en torno a dos revistas opuestas estética y políticamente: Hablar de Poesía y Planta. En el primero de los textos, sin dudas el mejor de ambos y acaso el mejor del libro, Prieto retoma un debate entre el mítico Diario de Poesía (en cuyas filas participaba) y Hablar de Poesía. Desde el modelo literario sostenido por el Diario, que es el de este libro, la literatura se entiende como un proceso evolutivo en el que interceden agentes y fenómenos cuya relevancia está dada por proponer algo nuevo. Es por esto que Prieto habla de “la noticia neobarroca”, “la novedad objetivista”. Los poetas de Hablar de Poesía, por su parte, sostenían (tales las palabras de Ricardo Herrera, su director) que “lo nuevo, lo renovador y lo joven son categorías ficticias, arbitrarias y oportunistas”. No sin saña, Prieto glosa y desmantela esta mirada conservadora de la literatura: negación del presente y del realismo, la lírica sin contexto como refugio contra el paso del tiempo y de los avatares sociales de la propia época. 

Lo curioso es la inclusión, sin cambios, de un texto de 2012, en el que Prieto discute con ensayos de Nicolás Vilela y Damián Selci, que por separado plantean una tensión dentro del canon oficial, en el que señalan un sesgo liberal y antiperonista con el que explican un ninguneo histórico hacia Leónidas Lamborghini. Prieto encara una refutación sistemática, en la que ensaya contraargumentos literarios y políticos, sin hacerle asco a generalizaciones y chicanas: por ejemplo, para sugerir que peronismo y liberalismo pueden aliarse y equivaler homologa al movimiento con sus experiencias vandorista y menemista. Mientras los críticos de Planta señalaban el carácter político, y de clase, del canon literario, con su enorme injerencia en la toma de decisiones editoriales, académicas y de política cultural, Prieto (que da en la tecla, sin embargo, al describir el de Selci como un “artículo militante”, anticipándose al devenir práctico y teórico del entonces novelista) apuesta por la elaboración de múltiples cánones individuales: que cada lector, desentendiéndose de —o negociando con— las jerarquías simbólicas de su territorio, arme su canon personal. Pero lo cierto es que tanto el texto de Prieto como los de Vilela y Selci sirvieron para posicionarse en un contexto de polémica sobre los roles de la cultura y la política. Remontarse al momento álgido de «batalla cultural» (las comillas son de Prieto) pone de relieve la necesidad de la crítica literaria de tomar posición respecto del acontecimiento político de esos años. Y puede leerse en Prieto, en sus comillas pero también en su elipsis para no nombrar a Cristina Fernández de Kirchner (a la que refiere solo en relación a otro: “su jefa, la presidenta de la nación”), un gesto desganadamente antipopulista.

De hecho, puede entenderse la inclusión en el libro de este texto menor como un modo de contrarrestar el inmediatamente anterior, que menciona al kirchnerismo como uno de los factores perturbadores contra los que reaccionaba la reaccionaria Hablar de Poesía. La clave para esta lectura está dada por una frase de otro ensayo del libro, que elogia al poeta y analista político Martín Rodríguez por no formar parte de ninguna de “las dos mitades en que se dividen conceptualmente las pantallas políticas de la televisión”. Prieto elige ante todo desmarcarse, ponerse a resguardo. Intenta mostrarse equidistante, hacerse ver por fuera y por encima de los polos de la discusión que marcó las dos últimas décadas. Es sorprendente el paralelismo entre procedimiento crítico y lectura política: mientras desde Planta se ocupan de disputar un espacio de poder (el canon, cuya “toma” parecía, por entonces, un horizonte político enunciable), Prieto, queriendo correr por izquierda al populismo, prefiere, en sentido opuesto a su intención, proponer una alternativa individualista (“que cada uno tenga el suyo propio”) y en definitiva elitista, ya que de no conseguirse la participación masiva del público lector, la maniobra queda reducida a una ética personal llevada a cabo por un grupo de elegidos. Es la solución de quien no ve un problema en la forma dada de las cosas, de quien no considera necesario modificar un medio en el que se prospera. 

Un enorme parasol de tela verde 

Martín Prieto 

Eduner 

2023 

288 pp.

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