RESEÑA
por Juan Rocchi
La reciente reedición de Un método del mundo, de Marie Gouiric, plantea una oportunidad para repensar los alcances y los límites de una nueva tradición poética sobre lo bello y su contrario. Cultura joven y política en el mapa del poema contemporáneo.
El poemario Un método del mundo, de Marie Gouiric, se propone transformar una tradición de la que forma parte. Esta tradición es reciente: se trata de la escritura liviana, accesible, de Mariano Blatt. La serie de herramientas formales de Blatt –oraciones sencillas de sujeto + verbo + objeto restringidas a la parataxis, el uso de un vocabulario joven y canchero, la falta de solemnidad para tratar cualquier tema– proporcionan desde el comienzo una fluidez disfrutable y una construcción efectista del verso. Como cuando escribe: “Que te haga callar // cuando te haga ruido el estómago. // Que te haga callar cuando estés a solas con // esa que eras vos.”, las estrofas cierran.
En muchas ocasiones, la poesía de Gouiric-Blatt se construye como un sentido común alternativo. Podría ser la forma en que hablan los jóvenes, o un grupo de jóvenes, en un mundo más o menos apacible. Por eso la belleza aparece en Blatt cuando la juventud está lejos del trabajo, lejos del dinero, y no tiene posicionamiento político (al menos explícito). Los jóvenes de Blatt son, como se dice ahora “todo lo que está bien”. En Gouiric, en cambio, hay un proyecto de politización que tuerce el eje de la escritura. Mientras Blatt construye un principio de determinabilidad para la juventud (esta es “politizable”, porque existe como sujeto delimitado y tiene un código propio), Gouiric sienta las bases para un principio de determinación: cómo sería, o debe ser, la juventud politizada.
Ahora bien, la politización en Un método del mundo tiene, en principio al menos, un impulso definido: el feminismo. Y lo llamamos impulso porque no se trata de un sujeto constituido, o una doctrina estricta, sino de la construcción progresiva de un modo de vida. En “Ley 26.485”, el poema que abre el libro, el yo poético le habla a una mujer que sufre violencia por parte de su pareja; el mensaje es de emancipación, pero principalmente se anuncia la apertura de un mundo posible. “Quedate tranqui. // No sos zorra, ni putita. Ni te gusta que te // bajen los dientes. Creeme // se puede levantar una // ciudad // en ruinas.” El espacio del que participa la destinataria del poema no es ajeno al conflicto. No se trata de problemas banales, y tampoco se los trata (completamente) como tales. Es de hecho en los momentos en que Gouiric más se aleja de Blatt, cuando aparece una imaginería nueva: “Para esos sentimientos hay palabras: // para la tristeza // hay la palabra tristeza (…) // Para la palabra violencia hay // imágenes: // una cara envejecida antes de tiempo // como si un elástico le cruzara la frente; // el ruido delator de los platos rotos”. Los sentimientos, el tema por excelencia de la poesía rosa hija de los noventa, se contrapone a la violencia de hoy. Y como lo muestra el mismo poema, para el sentimiento hay la palabra directa (“tristeza”), pero con la violencia hay que hacer otra cosa.
Aparece acá la sana traición a Blatt. Para las cosas lindas, inocentes, alcanza el sistema formal que Blatt cultivó y perfeccionó durante años. Es una poesía para un mundo sin conflictos. Y no alcanza en un sentido conformista, sino que efectivamente funciona: en los escenarios pacificados, Gouiric hace brillar hasta las palabras más comunes. “Me pregunta qué me pareció. // –¿Qué te pareció? –me pregunta. // Le respondo // que me pareció // hermoso. // –Hermoso, me pareció –sería que le respondo”. Pero para el mundo injusto e imposible de ocultar, ese sistema queda chico, desencajado. La simpleza embellece todo, pero no todo puede ser bello.
Ahí aparece el primer problema de Un método del mundo: la construcción poética de un modo de vida feminista, por llamarlo de alguna manera, implica para Gouiric el tratamiento conjunto de toda una serie de elementos heterogéneos. Este modo de vida no se recorta solo por lo femenino, sino que incluye lo bajo, lo pueblerino, lo divertido, lo joven. Se construye así un espacio que mixtura todo lo valorado positivamente, y lo trabaja desde una poética homogénea… Sí, exactamente, la de Blatt. El primer gran problema es entonces que la profusión, la ampliación del sujeto de la poesía queda del lado de la no-invención: se habla de un cartonero sexy en una foto de la misma forma que de las fiestas y el baile, las vacaciones, el trabajo docente, la casa pueblerina de la infancia, la familia, etcétera. Todo es rápidamente reconducido al modo de Blatt, al universo de “todo lo que está bien”. Por lo tanto, todo suena igual.
Pero, ¿qué pasa entonces con el otro lado, con el mundo del conflicto que tan bien funcionaba como proyecto poético? Es el ámbito que finalmente se define en un juego de oposiciones, lo que queda afuera de todo lo que está bien. Las mujeres que sufren violencia, las monjas, los tipos, las novias de los tipos. Todo el aparato institucional-opresivo queda fuera del manto de la simple belleza y pasa a ser objeto de imágenes más complejas y oscuras. Hasta acá, no suena tan mal. La cuestión es qué pasa cuando el yo poético, acostumbrado a hablar desde la belleza –porque siempre habla desde la belleza– se pone a trabajar su opuesto. Lamentablemente, en vez de la extrañeza, en vez de la violencia, en vez del conflicto real, surge el paternalismo. Porque en Un método del mundo lo que vemos no es a lo bello interactuando con su otro, sino mostrándole lo bueno que es formar parte de su bando.
Volviendo al poema “Ley 26.485”: la destinataria habita un mundo de conflicto, pero el yo poético se mantiene impenetrable y se dedica a lanzar imperativos, explicaciones y palmaditas en la espalda desde su lejanía. “Ni cabida a todo lo que // arruine la manera que vos tenés de verte, // corte espejo; // que sea descansero, con lo que hagas. Manipulero. // Que atrevido // te malondee si querés terminar el secundario, // cambiar el bar por una tiendita de ropa o // salir a vender pan casero”. Teniendo en cuenta que la autora confiesa en el prólogo ser “primeramente una maestra”, la referencia a terminar el secundario es casi de mal gusto. Lo mismo sucede cuando escribe sobre sus alumnos de primaria en “Ojalá siempre seas mi amiga”: la distancia respecto de niños de extracto más bajo que quien habla cae en el peor patetismo bienpensante. Enseñándoles a atarse los cordones como si agarraran orejas de conejitos, pretende conseguirles trabajo, alejarlos de la droga y ayudarlos a criar hijos precoces.
Un método del mundo intenta ir más allá de Blatt por el mejor de los caminos posibles, es decir, incorporando los más sugerentes elementos actuales dentro del poema. El feminismo, la pedagogía y el compromiso en un modo de vida joven son temas todavía abiertos al descubrimiento literario. Es una lástima que el texto termine ofreciendo una solución poéticamente pobre a causa de la toma de una posición paternalista y de la lejanía con que decide tratar su objeto.
Un método del mundo
Marie Gouiric
Segunda edición
Blatt & Ríos
2023
176 pág.