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UNA OPERACIÓN RURAL

En respuesta a “Del sótano a la terraza: sobre literatura y subliteraturas”, escrita por Leandro Diego y publicada en Hurlingham Post la semana pasada, Juan Rocchi discute hasta qué punto lamentarse por la supuesta decadencia (o extinción) de un sistema literario no supone comprarse los problemas de los autores consagrados. ¿Insertarse en un campo literario o inventar un nuevo modelo que responda a las necesidades propias?
por Juan Rocchi

Leandro Diego publicó la semana pasada un artículo sobre un problema importante: por qué no se logra pasar del diagnóstico a la acción en los problemas del campo literario. Más concretamente, hay sobreabundancia de textos y libros que describen el estado actual (todo es una mierda, los textos son malos, la gente es mezquina, la corrección política ñañaña, etc.), pero nunca se pasa de ahí. Es más, la gente que escribe esos textos participa perfectamente de ese sistema, o como goza de nombrarlo Diego, “campo”. Señalar esa cuestión es correcto. 

Otro acierto del texto es señalar esa división entre literatura y subliteraturas, los que “triunfan” y hacen carrera y los que simplemente escriben y circulan en un nicho. En general, estos diagnosticadores del malestar son gente consagrada, con lo cual se advierte cierta hipocresía. ¿De qué se quejan, si es el sistema en el que triunfaron? ¿No están ocultando algo para que todo siga igual?

Pero de ahí se deriva una segunda cuestión que percibe Diego, y es que los que están abajo, los que participan de circuitos menores, no quieren cambiar las cosas tampoco: quieren participar del mundo de la consagración. Ahí ya suena la primera alarma: ¿de quién habla Diego? ¿Quién quiere consagrarse como Kohan? Teniendo en cuenta que la literatura no es un medio donde circule demasiado dinero, y ya ni siquiera tanto prestigio, no está claro que esto sea así. 

Y esto nos arroja directamente sobre el problema principal del texto de Diego, que es creer que el campo literario todavía existe. Diego habla de una literatura en la que circulan becas y suplementos culturales, una literatura que reúne Estado, Mercado y Academia. Se olvida de que estamos en la época thatcherista en que ya no hay sociedad, sólo individuos; estos individuos no compran libros –no pueden ni quieren; las carreras de humanidades están en pisos históricos de matriculación. Lxs críticxs, profesorxs y especialistas de la generación anterior se están muriendo y no tienen reemplazo todavía. Y no digo esto para pintar un panorama apocalíptico, sino para que no nos dejemos engañar por una aristocracia literaria vieja, empobrecida y en extinción. Sus mansiones se vienen abajo. 

Ahora bien, la postulación de Diego de un campo literario, en decadencia pero existente, al que sería deseable llegar, empobrece las soluciones que tiene disponibles. Su “mirada global” es lo que Hegel llama un “universal abstracto”, el universal que puede postular un particular desde su perspectiva, ignorando el paño, dejando afuera todas las otras determinaciones reales de la cosa. Ve cómo querría que fueran las cosas, pero no cómo pueden ser ni qué palancas hay que mover para lograrlo. Queda encerrado en la misma discusión porque comparte la premisa de aquellos a los que les conviene la quietud: “esto es lo que hay, como mucho podemos emparcharlo un poco”.

Un principio básico de la política es que un diagnóstico acertado es un principio de acción. Los diagnósticos del tipo “no hay nada que hacer, esto no tiene arreglo” son erróneos, son los que venden los acomodados. El mayor peligro no es comprar las decepcionantes soluciones de la oligarquía literaria; es comprarles el problema. Entiendo la nostalgia de un señor que compraba revistas que hoy ya no existen, pero eso no nos puede llevar a dejar de actuar en nombre propio. 

Entonces, encontrada la premisa falsa, vayamos contra las conclusiones. 

1) Diego, en el texto, descubre un repliegue tanto de los consagrados como de los menores. Lo cual iría, en principio, directamente en contra de la afirmación según la cual todo escritor menor quiere consagrarse. Pero más allá de eso, acá la cuestión no es de voluntad personal: en última instancia no hay adónde subirse. Si hay repliegue, es porque hay gente que quiere seguir escribiendo, leyendo y llegando a textos valiosos, cosa que no le va a pasar leyendo la Ñ. Tiene que generar ese espacio de circulación con las herramientas que tenga a la mano. Y por otro lado, “triunfar” en literatura suena muy lindo, pero difícilmente te dé de comer. 

Si la gente que se mueve en un nicho se repliega, es o porque no le interesa la berretada que pasa arriba (lo que los consagrados mismos diagnostican) o, en el mejor de los casos, porque está más preocupada escribiendo. 

2) Diego se queja, en un comentario acertado, de la confusión entre lo público y lo privado en nuestra era. En los nichos, la circulación de la literatura es entre amigos, entre gente que tiene intereses comunes. Es privada. Él querría una literatura pública, de todos, que guste a todos y todos puedan consumir. El hecho de que, para referirse a esta confusión, recurra a publicar una conversación privada en el medio que dirige un amigo en común, solo demuestra lo imbricada y compleja que es esa relación hoy. La crítica al nicho, el desprecio por las actividades minoritarias y las relaciones personales, no tiene otro efecto que el quietismo. Lamentablemente, hoy en día, el minoritario es el único ámbito en que se puede actuar. El resto es fantasear o delegar en otras manos. 

Para esclarecer: Diego comenta que un amigo suyo más joven “decía que publicar una reseña comentando un libro que había leído, para él, no era muy diferente a tomarse una cerveza y conversarlo conmigo”. Ese amigo más joven soy yo, y al decir eso, no me refería a la irrelevancia de lo público –de ser así me ahorraría el trabajo de publicarlo en un portal– sino al aspecto experimental, de ensayo y aprendizaje que tiene para mí hacer crítica. Y sí, proyecto un lector cercano, similar, porque sé que no lo voy a publicar en el New York Times. A diferencia de Diego, no pretendo canonizar, destrozar ni publicitar a nadie. Creo que eso no existe y no funciona en esta época; de última, no creo tener ese poder. Pero sí tenemos que empezar a practicar la lectura atenta de pares si queremos que la cosa mejore. 

Diego utiliza la cita a esta conversación para decir que las subliteraturas son “poco estimulantes”. Ahora bien, si lo que importa es, como yo lo entiendo, la calidad de los textos y la apertura de ellos a quienes les interese leerlos, ¿qué importancia tiene que circule en un terreno amplio con suplementos culturales reconocidos? ¿Por qué esa obsesión con el campo? Quizás Diego esté comprando el deseo de aquellos que critica: quiere que haya un campo más abierto para meterse adentro y plantar la carpa. 

3) La solución que ofrece Diego a estos problemas es, al haber comprado un problema ajeno, voluntarista y abstracta: “¡debería pasar esto!”. Que se genere de manera  espontánea un campo literario con medios honestos, abiertos, que publiquen cosas buenas y todos quieran leerlas, y que no tenga divisiones entre subliteraturas. 

Eso sí… ¡que lo haga otro!

Entiendo la operación de proponer una solución imposible y tirársela por la cabeza a la gestión cuando hablamos de política. Uno tiene poco margen de acción a veces. Ahora, en algo tan chico y cercano como es la literatura, donde uno puede incidir directamente, no. Si le molestan tanto las excusas para no hacer nada (“interés, vigencia, dinero, figuración, alguna cruzada personal, cultivar la endogamia, proteger el lugar de privilegio ganado o aspirar a ganar uno”), ¿cómo es que llega a la misma conclusión práctica y se queda contento?

A mi entender, este tipo de abstracciones lo hacen salir del problema por la puerta y volver a entrar por la ventana. Queda así, de nuevo, en el hall de entrada de los consagrados, lo que le trae fantasías extrañas como querer parecerse a Alan Pauls. Este escritor intrascendente, que como diría Aira escribe una novela cada diez años para renovar su carnet, promueve “el no hacer”, cosa que a Diego le parece muy estimulante (a diferencia de las subliteraturas, recordemos). ¿No es eso, exactamente, lo que deja estático al “campo”, lo que hace que todo siga como está? Al criticar a Schierloh, Tomas, Vanoli y demás ex-escritores, terminó contrayendo su mismo síndrome.

4) Una cuestión que reflota cuando se discuten estos temas, y que se la trata de hundir pero vuelve y vuelve, es la de la calidad de las obras. Ya se ha discutido mucho sobre la falta de crítica, el amiguismo, etcétera, pero todo ese aparataje gira en falso si no hay nada que defender. Es por eso que posturas como las de Pauls son nocivas. Su no-hacer es también una paciencia zen sobre la no-escritura. Y una de las causas de que el “campo” sea hoy tan pobre es que faltan textos que motiven una defensa encarnizada, faltan grupos con una estética mínimamente común y con voluntad de imponerse, faltan más y mejores textos. 

En resumen, el error de Diego radica en buscar soluciones a un problema que plantearon quienes no quieren que cambie nada. Ex-escritores, críticos y demás profesionales se obsesionan con el campo porque proyectan comprarse ahí unas hectáreas, entrar con la 4×4 y oler a bosta como corresponde. Nuestro trabajo es descubrir la pampa sarmientina que hay en realidad: casas dispersas, mucho terreno vacío, mucho donde hacer y construir. Tanto en lo que refiere a la obra como a la circulación de esas obras. 

Las disputas, en última instancia, están siempre al nivel de los problemas, no sólo de las soluciones. Un problema determina cómo se distribuye la realidad, qué cosas hay, con qué podemos trabajar. Y entiendo que esto es también una cuestión generacional. En el mundo en que se formó Diego, todavía había revistas, presentaciones y espacios comunes donde circular. Entiendo que se quiera volver a eso, sobre todo desde la facilidad de que ya estuviera ahí, que el público lo pagara, que no implicara esfuerzo. Todo estaba dado, funcionando y había que insertarse. Esto ya no es así. Y si bien habrá sido duro ver eso morir, no implica que tengamos que replicar el mismo modelo. 

Si la importancia es la producción y circulación de textos de calidad –no sé qué otra cosa sería el campo literario desde una perspectiva honesta– lo que queda es crear, seleccionar, defender y mover esos textos. Pero para eso hace falta trabajo. No se puede esperar a que suceda. 

Y está claro, yo no sé qué hay que hacer: si una revista, un newsletter, un foro, una mesa redonda, un happening, un taller, una feria, un fanzine. Ni puta idea. Sí sé que cuando no se hace nada, no pasa nada. 

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