América en su literatura fantasma.De los cuentos del abúlico antropólogo polaco Bronisław Malinowski a los no tan excesivos relatos antropológicos de Osvaldo Lamborghini luego de sacrificar una ficcional gata polaca. Facundo Ruiz cruza dos figuras entre vida y biografía detrás de las huellas de otro libro fantasmático de la literatura americana.Por Facundo Ruiz
Leer novelas es sencillamente desastroso. Me fui a la cama y me puse a pensar en otras cosas de manera impura, escribe Bronisław Malinowski en Derebai, Nueva Guinea, el último día de octubre de 1914. Unos días después, sin embargo, está leyendo El Conde de Montecristo de Alexandre Dumas y Auguste Maquet –comenta en su diario– sin parar. La termina enseguida, jurando que nunca más volverá a tocar una novela. Un mes más tarde, metido otra vez en los relatos de Joseph Conrad, levanta la cabeza y anota: Arranqué mis ojos del libro y casi no podía creer que me hallara entre salvajes neolíticos, y que estuviera allí sentado tan tranquilo mientras back there estaban ocurriendo cosas terribles.
En la memoria de Héctor Libertella, Cuentos polacos data de 1975, quizá 1976. Como pasan la navidad juntos, en la casa de Leónidas Lamborghini de la calle Laprida, es difícil decir de qué lado del calendario ubicar la noticia. Quizá la imprecisión se deba, en cambio, a las cinco botellas de whisky que, entonces, Osvaldo Lamborghini presume beber diariamente a su amigo. Lo que es seguro es que ese libro no es el mismo que Una novelita triste, también perdida, cuyas primeras versiones datan del mismo 1975, cuando César Aira la recibe. Y es tan presunto emparentarlo con Gombrowicz como con Goyeneche. La historia es otra.
Dos años después de nacido Osvaldo Lamborghini, muere Bronisław Malinowski repentinamente y a exactos veinte años de la publicación de su famoso Los argonautas del Pacífico Occidental que, para la antropología, resultó tan significativo como Trilce de César Vallejo o La tierra baldía de T. S. Eliot, para la poesía, del mismo año. Y esta casualidad es pareja de otra: entre las cosas halladas en su oficina universitaria en Yale, aparece un cuaderno, escrito en polaco, aunque con incrustaciones en inglés y otras lenguas, de tapas negras. Es un diario. Lo hojea Feliks Gross, ex alumno de Malinowski, quien había comenzado a ordenar sus papeles, y ante el hallazgo, sin salir de la sorpresa ni de la oficina, telefonea a Anna Valetta Hayman-Joyce, actual esposa del antropólogo, que también desconoce su existencia. Le traduce al azar algunos pasajes y ella decide guardarlo, en México, a donde se muda en 1946 y donde continua su carrera artística, como Valetta Swann (apellido del primer y obligado matrimonio), vinculada al muralismo y los muralistas que, como Diego Rivera, valoran su algo olvidada obra. En México recibe poco después, desde la London School of Economics, otros papeles de Malinowski y, nuevamente entre ellos, otro diario. Y en 1967, reunidos y expurgados, publica para descontento de muchos y desconcierto de todos A Diary in The Strict Sense of The Term que, tristemente célebre, termina: Nie jestem naprawdę prawdziwym charakterem. Realmente carezco de carácter. Lo cual no es del todo cierto, pero en cualquier caso no hace sino subrayar varias de sus notas y comentarios, del estilo: En conjunto mis sentimientos para con los nativos tienden decididamente a Exterminate the brutes.
No son menos las reseñas, pero los que se multiplican son los rumores, que –cuando menos– empañan el vellocino de oro de Los argonautas del Pacífico Occidental. Las afirmaciones llanamente racistas, el constante fantaseo con los cuerpos desnudos, el aburrimiento inquieto, y una inmoderada y antitética abulia participante se esparcen desigualmente horadando una disciplina que, en América, no olvidaba sus orígenes coloniales. Y se transforman, al mismo tiempo, en chistes más o menos sórdidos que, como todos, economizan energía, matizan las salpicaduras del inconsciente y habilitan nuevas interpretaciones. Para quienes critican e incluso descreen de la publicación como para quienes, no sin humor, sopesan su importancia A Diary deja la antropología entre el mito griego y el cuento polaco. A principios de 1970, lo que Osvaldo Lamborghini había escrito en 1969 (a propósito de El amhor, los orsinis y la muerte de Néstor Sánchez) sobre “los descubrimientos de la antropología estructural”, “el intercambio de mujeres sigue un orden dentro de un sistema cerrado, afirma una estructura inconsciente para los individuos. Convocar a Sade en este contexto parecería, quizás, un exceso”, comenzaba –no sólo para él– a no parecer excesivo. Son los años posteriores a El fiord que, como la sombra de Peter Pan, Lamborghini no termina de ver ajustada a su figura de escritor. Entonces escribe algunas reseñas, pocos versos y los informes de mercado que Paula Wajsman, quien fuera su psicoanalista y con la que se muda a fines del 69, le pide para sus investigaciones. Con ella, la “argie-polaca” (pues sus padres eran inmigrantes polacos), viaja a Cataratas del Iguazú antes de separarse en 1971. Poco después, entre las anécdotas de esa convivencia, circularía la de una discusión que termina con Vespaciana, la gata de Paula Wajsman, arrojada desde el octavo piso por Lamborghini ante la acusación de ser un sádico de pacotilla. Cuentos polacos.
Y entonces regresa el deambular por hoteles y casas de amigos, las urgencias económicas y apremios alcohólicos, el primer encuentro con César Aira, el rompimiento con Germán García y con Luis Gusmán, y la recomendación de Gustavo Trigo –con quien acababa de publicar la historieta ¡Marc!– de retomar la terapia. En esa neblinosa borrasca despunta y se pierde Cuentos polacos casi ceremonialmente, como la inesperada y definitiva noticia de un mito equívoco.