Los cierres de grandes firmas y el éxodo de pymes hacia la importación reavivan las alarmas en el sector, que reclama señales políticas para frenar el industricidio y advierte por el impacto social de los despidos masivos.

La caída de fábricas y la ola diaria de despidos en el entramado productivo marcaron una semana crítica para la industria nacional. El anuncio de Whirlpool, que decidió abandonar la fabricación local para operar como importadora y dejó 220 familias en la calle, encendió alarmas incluso entre dirigentes empresarios que hasta ahora respaldaban el rumbo económico. El caso se volvió un símbolo de un proceso más amplio: plantas que apagan máquinas, empresas que migran a esquemas comerciales y pymes que enfrentan cierres inminentes.
Buena parte del sector industrial se dividió entre quienes celebran el ajuste como una condición necesaria para “ordenar” la economía y quienes advierten que el país avanza hacia un desierto productivo. En el medio, una franja mayoritaria oscila entre ambas posiciones: interpreta que el recorte era inevitable, pero implora señales políticas que frenen el derrumbe de sus propios negocios. La tensión estalló después de que el secretario de Coordinación de Producción, Pablo Lavigne, asegurara que “la mejor política industrial es la que no existe”, una frase que cayó como una bomba en el ecosistema fabril.
El comentario se leyó como un dardo directo hacia Paolo Rocca, líder de Techint, que pocos días antes había reclamado “volver a hacer política industrial” para evitar que la Argentina quede rezagada en un mundo donde cada país protege sus capacidades estratégicas. En la UIA interpretaron que el Gobierno eligió a un funcionario de segunda línea para responderle al empresario más influyente del país, lo que se sintió como una provocación deliberada. Sin rectificación oficial y con un empresariado que evitó exponer a sus figuras principales, el episodio profundizó el malestar interno.
La decisión de Whirlpool abrió la puerta para que otras historias similares tomaran visibilidad: plásticos, textiles, metalúrgicas y alimenticias que cierran o reducen personal, talleres que se reconvierten en importadores, cadenas de proveedores que se desarman y regiones enteras que acumulan despidos. En la red pyme el diagnóstico es directo: sin un salvataje inmediato, el país atraviesa un industricidio silencioso que se expande día a día mientras el Gobierno sostiene que la industria debe arreglarse “sola” en el mercado.


