Reseña. Una escritura marcada por la excentricidad y lo no dicho. Miniaturas poéticas que desmantelan la noción anticuada de misterio. Un yo que es menos una subjetividad que un modo de mirar las cosas de todos los días. Nicolás Ricci intenta desentrañar la maquinaria de desajustes lógicos en el reciente libro de Manuel Alemian (Buenos Aires, 1971).
Manuel Alemian no se acerca al ingenio, que en poesía suele resultar pirotécnico y tribunero, sin sabotear sus mecanismos. Antes que halagar la inteligencia del lector, sus poemas más efectivos logran descolocarlo. Es ese gesto lo que distingue su obra de la de otros autores de brevedades, como las insufribles greguerías de Ramón Gómez de la Serna o los chistes políticos de Nicanor Parra. En Especial, todo lo que se muestra a simple vista está atravesado por la incertidumbre. Algo que no es del todo ironía, un cierto corrimiento de lo esperable, hace que tanto una reflexión lúcida como una broma solo lo sean en segundo grado. No es que la risa desbarate la seriedad, sino que ni la risa termina de hacerse plena por ese plus de excentricidad que no puede asimilarse, en tensión con los atributos más evidentes del estilo: la oralidad, la economía verbal, el registro circunscripto al castellano en uso en cierto bar de Palermo, eso que Alejandro Rubio señaló en el autor como “sencillismo sofisticado”.
La escritura puede ser un modo de descubrir vacíos de sentido pero también de crearlos. La brevedad en este libro —la mayor parte de los poemas tiene entre cuatro y seis versos cortos— puede explicarse así: los textos se extienden lo mínimo necesario para cerrarse sobre un punto ciego y señalarlo. “Lo que hizo, / lo que le hizo” es el total del poema titulado “Una patada al hígado”. Tres líneas (el título es un verso más) detonan una serie de preguntas concretas, degradando la categoría de “misterio” (demasiado arraigada aún en la poesía actual) a la más terrenal de “incógnita”.
Marina Mariasch acierta al señalar que lo singular de Alemian se da en la construcción del encuadre. “María se agarra sola / la gaseosa / de la heladera”, empieza un poema. Un inicio insólito, dado por la inflexión y sobre todo por ese “Sola”, que instala la incógnita. La escena abre una expectativa, una serie de hipótesis, pero inmediatamente después resulta de lo más banal: “Charla con Diego / mientras él atiende, / y lo distrae”. Ese manejo (para seguir con el vocabulario cinematográfico) del enfoque, la composición del plano y el fuera de campo es la verdadera marca de estilo de Alemian: la mirada enrarecida capaz de volver inquietante hasta una observación naturalista. El poema continúa y termina con una ruptura en la lógica: «A María / no le importa nada, / va por todo». La conclusión, un non sequitur impredecible, introduce un cambio de tono: de lo observacional a una épica enigmática —cierta sombra de Belleza y Felicidad— reforzada por el lenguaje a la vez hiperbólico e indefinido: “nada”, «todo” (las “palabras prohibidas”, como las llama Mariasch, de uso constante en el libro).
La mirada puesta, entonces, en las cosas de todos los días, extrañamiento y salto lógico. Alemian flota en el río de la lógica: “Nada manda / el derrotero de mi mente, / que fluye a la deriva / y se aleja de los lugares”. El libro va construyendo una subjetividad, único hilo conductor, pero esta no funciona como un yo biográfico, sino como una conciencia que procesa la realidad y las formas posibles de decirla, y en cuyo itinerario errático se encadenan las ideas del texto. De ahí que el libro superponga escritura y pensamiento: “porque hablar es parecido / a escribir / y a pensar”. Considerada en su aspecto más material (“Tipeo, / no solamente / siento / y pienso”), la escritura no aparece como una práctica social legitimada, sino como una manera —especial— de establecer una relación con el entorno. Flotar, derivar, escaparle a los lugares demasiado transitados, que no son otra cosa que los lugares comunes.

Especial
Manuel Alemian
Nebliplateada
2025
124 pp.

