Literatura.La respiración íntima de un nosotros cerrado; un ámbito privado que nunca deja de tensionar con el exterior. Entre un lenguaje coloquial y metáforas delicadas, los poemas de Mariana Amato habitan el cruce de lo cotidiano y lo social. Obsesión por los objetos, pero no como simple inventario, sino como claves de acceso a lo simbólico. Un ritmo de conversación contenida que puede desbordarse hacia el lirismo.
La cumbia de los domingos
Nuestros domingos están hechos
de pequeñas venganzas.
Dormir y coger y volver a dormir
y quedarnos desnudos en la cama
mil horas
en silencio o en una conversación
que titila suave como la luz del sol
bailando entre las hojas de los árboles.
Después comer
con la voracidad con que quisiéramos
que este domingo se tragara el tiempo entero.
En el restaurante pasan cumbias
y en una mesa grande la gente se emborracha.
Cuando extiendas tu mano
para tomar la mía,
voy a escuchar una gota cayendo
detrás de otra en un charquito.
La playa
Te ponés un antifaz para dormir,
superhéroe de la fotofobia
y el sueño profundo.
Yo uso tapones en los oídos
y nos dormimos
arrullados por una grabación
que imita el sonido del mar.
Las olas lamen con su sal la oscuridad
y nos arrastran en su líquido barullo.
Ya no bajo el pavimento la playa
sino en este agujero que cavamos
entre una palabra y otra
hasta que la arena rechina entre los dientes.
Aún así, no alcanza.
Con su risa cascada,
con su sabor eléctrico,
el mundo se cuela en nuestros sueños
y en nuestros desvelos.
Chucherías
Un domingo en tu barrio encontramos
una tienda de baratijas que nos llamaban
desde una vidriera repleta y chillona.
Budas panzones y delgados,
elefantes con monturas ornadas
y esos gatos de la suerte
que reclaman atención con la patita
del otro lado del espejo preguntaban:
¿de quién es nuestra estridencia?
No sabíamos la respuesta
pero nos hipnotizaba
ese brillo divorciado de las formas
reconocidas del lujo.
Algo palpita en las cosas
que están hechas
sólo para apagar un silencio.
A tientas
En silencio.
En el abrazo blando de la noche.
En la oscuridad que creamos
juntos
hueco a hueco
piedra a piedra
zurcidas con el hilo de sus nadas
titilando su pulso de intemperie
sobre nosotros.
En la hendidura
entre un día y otro
el ladrido solitario de un perro
puntúa el sordo espesor
de nuestros sueños.
En silencio.
En el abrazo blando de la noche.
Musgo
El final de verano
es un poco más triste cada año
porque lo que recurre
es eco de lo irrepetible
o más sencillamente porque,
como dijo un poeta, trabajar cansa.
Un día de lluvia al final del verano,
las ventanas abiertas sobre el patio
y su mapa de grietas
surcando de silencio la pintura,
despierta el olor a musgo que dormía
bajo el desierto gris del suelo
y ahora invade nuestro living.
Me quejo del hedor
y su despliegue de materia orgánica
traficando entre la vida y la muerte
hasta hacerlas indistinguibles,
una confusión inaceptable
para mi sentido del olfato.
Para vos en cambio
este musgo huele a libertad
porque así olían los lugares
donde te escapabas para jugar
en la infancia suburbana.
Lejos de las voces familiares
que sobrevuelan como moscas la casa
con zumbido alcohólico y risas televisivas.
Lejos de la escuela y los deberes
y los niños obsesionados
con la marca de sus zapatillas.
Lejos del tío que quiere enseñarte
a pelear como un hombre
hasta que recibe tu patada en los huevos.
Para vos
y ahora también para mí
el olor a musgo es el de este verano
que termina.
Mariana Amato nació en Buenos Aires y reside en New York, donde trabaja como docente. Es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires y Doctora en Literatura Latinoamericana por New York University. Reseñas, traducciones, ensayos, cuentos y poemas suyos aparecieron en medios como Las Ranas, Espacio Murena, Bazar Americano, Página 12, La Pequeña y Distrópika. Es autora de El desorden de la luz, una colección de cuentos publicada en 2021 por Paradiso. Estos poemas pertenecen al libro aún inédito Donde esperan los pájaros.