DÍA DEL TRABAJADOR- FONSO

El nuevo disco de Fonso conversa con la tradición del rock nacional desde un lugar nuevo. Con artistas invitados como Marilina Bertoldi, Daniel Melingo y El Príncipe Idiota, Día del trabajador supone una etapa superadora en la trayectoria del “joven conurbano y letrado”.

He asistido a muchas reuniones de músicos en pubs locales, me he tomado muy personal la búsqueda contingente y recursiva de encontrar el nuevo hito musical para ponerlo a dialogar con la historia enciclopédica del rock nacional. Y con Fonso el juego historiográfico se ha ido desandando en el tiempo; hoy puedo decir que mi lectura de su obra la entiendo de adelante para atrás.

Empecemos por el principio: Fonso nace en Castelar, hijo de las primeras bandas de rock barrial de la zona. Caminó los circuitos pactados por el indie ambiguo que los pocos bares que el oeste del 2015, 16 y 17 proponían: Bombay, Pompeya Pub Social, Casa Frida y la lista se agotaba.

Comandando una banda de amigos llamada Mansibal, saca sus primeros temas de estudio. Un jazz experimental con orquesta y mucha rabia, eran conocidos por sus shows de contagios y multi-instrumentalidad.

A su vez, Fonso nunca deja de pensarse como un artista con su propia búsqueda estética. Como solista sus dos primeros discos tuvieron una trascendencia de joven conurbano y letrado. Zugzwang (2015) y Some Plays (2017) fueron un verano prolongado para aquellos pibes que querían salirse de la canción y poder mover el esqueleto con samples y músicas de un bronx sarmientista.

Pero Día del trabajador (2023), su último disco de estudio, sacado este último 15 de septiembre, es su solidificación, es el pueblo trabajador en su conjunto queriendo ser partícipe de la gesta.

“Ya se fueron / Ya se perdieron / Buscando la canción ideal”, canta muy cerquita del mic, con erotismo de bebida espirituosa mediada, “1. Eso no es amor”, canción iniciática que abre el gesto mundano bien entendido.

Esta es la clave que hace que una gran promesa musical se convierta en la realidad efectiva del melómano conurbano. Uno de los nuestros nos habla de aquello que conocemos. Con punch, con gravitancia, siendo claro, esperando represalias.

Tres feats de peso: el primero en orden de aparición, “3. Motín” con El príncipe Idiota, una crónica del guitarrista que camina Talcahuano buscando cuerdas. Frases sutiles, fragmentadas, que endulzan, y un estribillo que se apena del gesto poliamoroso del otro, de la otra: “Me quedo esperándote”.

“6. Salir del confort”, con Marilina Bertoldi, tan rock barrial que lleva un solo de armónica y esa frase que se te pega y repiensa la estrategia de lo dicho: salirse del confort a veces es volver a llamar a las cosas por su nombre. “Rompiendo las vidrieras de la nueva estación / Gritando en la cocina / Escupiendo en el balcón”, un sintagma posible para los que vivimos lindando al tren.

“8. Entre las paredes”, con Daniel Melingo; el rock nacional tiene forma de Daniel. Su voz abre el juego en un tango funkeado, que le pide respuestas a la chica abandónica. Con dos rapeos, uno de cada.

Volviendo a sus canciones sin invitados repaso “4. Consumir”: “Un bastón / Una flor / Un palo de golf / Perdidos en Ramos Mejía”. Aquí el disco entra en una fase nostálgica, y esta balada sui generis, desarmada, une una actividad a un espacio-tiempo determinado. “Tres dj ‘s venden pan / En la estación de Morón / Compran melancolía”.

“7. Distinto a lo que creía”: segunda balada sentimental, el disco vuelve a girar como un segundo blow point. Fonso puede entrar en su fase de cantautor apesadumbrado con mucha facilidad, para respirar y volver a romper.

Todo esto hace de Día del trabajador una experiencia que merece atención. Ideal post jornada laboral: es un aguinaldo con vacaciones pagas. Fonso sabe que lo compartido va hacer florecer las flores, por su genuinidad, por retomar una experiencia que solo hacía falta que alguien desempolvara, por enemistarse con los que se lo merecen, los chicos del nicho. Dicho esto, “retornen tranquilos a su trabajo”.