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DIARIO DE LA DISPERSIÓN, DE ROSARIO BLÉFARI

RESEÑA
por Magalí Legarralde

Ritos de pasaje y confección de una trama textil; en Diario de la dispersión, Rosario Bléfari reconvierte la reclusión y la “salud debilitada” en una militancia resolutiva para trabajar sobre los lazos familiares, las herramientas de trabajo y el ritmo.

Diario de la dispersión se presenta inscripto en un método curioso: el quehacer con la profusión de ideas. Sabiendo que el asunto interpela a la población en general —y al/ a la artista en particular—, Rosario Bléfari nos pasea por su día a día colmado de intereses, anécdotas, obsesiones y, sobre todo, una forma de mirar amarrada a la percepción sensible de mundo. Es ahí mismo donde surge la proliferación de senderos de trabajo, laberinto ideatorio a explorar, con poda incluida, para dar a luz la obra.
Al definirse como representante de su propia Secretaría de Cultura sin presupuesto, la autora adelanta el relieve artesanal en este ‘‘malabarismo’’ que atraviesa la narrativa del diario con ritmo agudo. Acariciando cuerdas de nylon y papel planchado, entre rugosidades, se inaugura el vaivén por los distintos ambientes de una casa pampeana, transformada luego en feria personal.

El contexto de aislamiento —incluso antes de que empezara la pandemia— poco a poco va tomando color, junto al tejido a crochet y la trama musical. Rosario Bléfari propone un tratamiento al tomar el entusiasmo de guía. Aparta los tonos oscuros, desanimados, para hacer lugar a los puntos reconocibles, consignas que renuncian a todo tutorial. Ya se sabe: siempre que sale algo entra otra cosa. En este caso, la composición desde el arrojo se traduce en el lema ‘‘quiero hacer este disco, no me importa nada’’, cercano a Pomelo Rock. Los divagues son el bonus track de un disco con aires de búsqueda adolescente: navega antojadiza por ‘‘numerosas cosas abiertas’’, intereses latentes en simultáneo a modo de pestañas digitales.

Por otro lado, se abre la vía del recuerdo evocando distintas figuras. Una de ellas es el padre, devenido ‘‘millennial de 88 años que se la pasa en internet’’. Este retrato chistoso lleva, de la mejor forma, a la resignificación vincular que suele experimentarse en la adultez, cuando los padres envejecen: ahora es ella quien lo cuida evocando aquel tiempo en que su madre ‘‘capitana’’ actuaba como matriz de la determinación. Aparece así la segunda figura, transmisora de un legado deseante entre gestos dulces y motivación —casualmente asociada a una manta que cobija a la autora—. En relación contigua salta la amiga virtuosa, figura tres, encarnada por una artista visual que confecciona grabados enigmáticos, o por una escritora cuyos cuentos festeja con admiración. Casi al final de la cadena significante hace mención a su primer novio, pintor, con quien recorría Once para comprar telas que más tarde serían lienzos. Y, en la cima del aprés coup, resurge la presencia materna —nunca se retira del todo, así las cosas — a raíz del mismo material, siendo la tela el insumo clave para recibir de obsequio ‘‘las sábanas más lindas’’ hechas a pedido.

Es que Bléfari lo dice de manera clara, su texto implica ‘‘el diario de una mujer que responde a la obligación filial de hija única para salvarse a sí misma al mismo tiempo, el diario del amor, la maternidad y la amistad a distancia’’. Lo materno se reedita siendo ella, ahora, quien lleva la cinta de capitana puesta en juego al hablar por teléfono con su hija y pensar juntas, reírse, compartir sus respectivas producciones artísticas en tiempos donde ‘‘la goma dos banderas hace gusanitos en vez de migas cuando borra’’. Algo cambió, no sólo la tecnología de la goma: su perspectiva de trabajo es otra con la muerte rondando cerca. Las ganas de ver, el afán de ensayar algo nuevo cada día, el don de los actos amorosos, el apetito por dejar su marca, la apremian. Parece que la relación con el tiempo también es otra en estas coordenadas.

Asimismo la intervención toma un papel central, cuando el portaminas deja de funcionar, las lapiceras tienen trazo demasiado grueso, las uñas se quiebran y los dedos duelen debido al cáncer. Tomar decisiones, fomentar el dinamismo, son piezas centrales dentro de la militancia-Bléfari a favor de lo resolutivo. Es cierto que escuchar y mirar forman parte de un proceso vital en lo artístico, pero en algún momento debe interrumpirse la contemplación, señala la autora, para que ciertos elementos caigan: forma parte del malabarismo y sus tiempos. Impulsada por este método va despejando la mesa de trabajo, observa los materiales para luego rescatarlos, desecharlos o reciclarlos, de acuerdo al próximo movimiento. La falla puede convertirse en algo atractivo con la máscara adecuada, lo que implica una perseverancia bien tonificada, que sin duda ejerce. Por lo tanto el texto se configura, además, como diario del revestimiento.

Un momento memorable entre todas las entradas, en tanto genera que la atención flotante la lectora/ el lector se exalte, es la declaración de celos por no ser la única recluida. ‘‘De pronto soy una más’’, ‘‘Perdí el ser especial, la diferencia’’. Este testimonio desborda honestidad, que se convierte en material noble al mostrarse atravesada por la falta y advertir allá por el 2020: ‘‘pero gané algo que todavía no puedo definir, ¿perdí gravedad?’’.

Como se dijo al comienzo, cuando sale algo entra otra cosa… así funciona la maquinaria del deseo. Entonces, en el pasaje de la dispersión hacia el repliegue, emerge la despedida, la salud debilitada y la preparación de la tierra. ‘‘El corazón se esfuerza en bombear’’, dice Rosario en una de las últimas páginas. Muy bien: al día siguiente le agarran ganas locas de tocar el bombo, otra manera de marcar su ritmo en este plano. Es así como termina el diario.

Diario de la dispersión
Rosario Bléfari
Mansalva
2023
144 pág.

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