El sábado 15 de junio del 2024, el área de Cultura de la Municipalidad de Hurlingham organizó “Música mala en la poesía argentina”, una jornada en homenaje al poeta Alejandro Valentín Rubio (1967-2024). Este último 14 de febrero se cumplió el primer aniversario de su muerte y en Hurlingham Post queremos recordar a quien fue uno de los mejores poetas de nuestra época publicando algunas de las intervenciones de amigos, críticos, escritores y académicos (lectores todos, en definitiva) que tuvieron lugar en el C.C. Leopoldo Marechal, de Villa Tesei. En orden de aparición Javier Fernández Paupy, Vanina Colagiovanni, Matías Capelli,…
Javier Fernández Paupy – Palabras amarillas y Ascasubi
Diario, de Alejandro Rubio, se publica por primera vez en la editorial chilena La calabaza del Diablo, en el año 2009. La primera edición argentina del Diario, en la editorial Palabras amarillas, es del año 2017. La tirada de 400 ejemplares se termina de vender en cuatro años. La edición sale con nueve erratas. Esas nueve erratas lo indignaron a Rubio y me pidió que de algún modo lo enmendáramos, por lo que agregué unos papelitos con la leyenda «FE DE ERRATAS» en la que se leía, por ejemplo: «Página 34, línea 24: donde dice “clase media cosificada” debe decir “clase media confiscada”. Página 57, línea 16: donde dice “pata abaratar” debe decir “para abaratar”», etc. Una nueva tirada, por suerte exenta de erratas, se vuelve a imprimir en el año 2021. Durante la producción de la película de Sebastián Lingiardi, Imagen mala, pensamos con Rubio en la reedición argentina de su Diario, a la que acá me refiero. El libro abre con una presentación firmada por Hipólito Taine. En su edición argentina Rubio le agrega un postfacio que firma con el pseudónimo de F. Fernandes Sola y arranca así: «Todos los que vivimos del mandato popular nos sentimos identificados con Alejandro Rubio. En efecto, su ácida crítica a usos, costumbres e instituciones, su total desprecio por la democracia y su afán de que nos matemos entre nosotros son el reverso necesario de nuestra actividad diaria. Eso se debe a que Rubio ha comprendido bien el plan argentino para conquistar el mundo: no hay guerra externa, solo interna».
Entiendo que Diario es uno de esos títulos de su autoría en el que se combinan la línea principal de su obra con la línea experimental. En Not serbian (Ascasubi, 2017) Rubio reescribe el mito fáustico en clave urbana. Un tríptico en el que tres personas por alguna razón le venden o pretenden venderle el alma al diablo. Not serbian se presentó el día de la proyección de la película Imagen mala, en el espacio cultural La Sede. Tres hojas A4, dobladas a la mitad y abrochadas, con ilustraciones de Nacho Gump. Moral (Ascasubi, 2021) es un texto en el que Rubio buscó probar con una forma nueva, tal vez, sin estar seguro de hacia dónde iba o quería ir.
Tuve la suerte de editar estos tres títulos de Alejandro Rubio y, hablo por mi diferencia, voy a llevar con orgullo y alegría en mi impredecible oficio de editor esa responsabilidad. Rubio manifestaba una libertad total para definir el arte de tapa. Nicolás Moguilevsky ilustró la edición argentina del Diario así como la tapa de Moral. Ambas ilustraciones le gustaron a su autor. Si bien la idea de Rubio, para Moral, era una imagen de un hombre gordo echado y reposando, en el abandono de la pasividad, la conexión Rubio-Moguilevsky funcionaba bien y funcionó también esa vez. El dibujo de Moral se basa en una fotografía en la que aparece una persona señalando a Julio López, quien desde el 18 de septiembre de 2006 permanece desaparecido.
Vanina Colagiovanni – Gog y Magog
Hablaban de las tapas de Rubio y muchas de las tapas son bastante pregnantes. Algunos de los libros están acá. Pero La enfermedad mental es algo que, la primera vez que lo vi, asocié inmediatamente con Rubio para adelante. ¿Cómo fue esa historia? Bueno, esa es una foto de Santiago Porter que es la Evita descabezada. Rubio, digámoslo, es un poeta peronista, un poeta político. Y la foto es totalmente congruente con su poesía. A Miguel Ángel Petrecca se le había ocurrido. Las tapas de Gog y Magog tuvieron varias etapas. La primera era muy minimalista, con un papel que ya no se consigue. Un papel muy lindo, artesanal y con bordes de color, que en un momento se agotó; o sea, se nos agotaron los colores. Entonces fuimos a un rediseño, que son las tapas como las de Sobrantes (2010), que siempre mantienen el cuadro de color como marca de identidad en la editorial. Pero eran tapas más de texturas. De hecho, esa es una foto que sacó Akira Patiño, que es el que hacía en ese momento las fotos de tapa. Y buscamos una foto de unos morrones, aunque no parezca. Tienen como una forma humana, qué sé yo. Y hay como una especie de desnudez, pero no, son los morrones. Bueno, siempre buscábamos eso: la de Villa, si se acuerdan, era como una textura de tierra; La tirana era una tierra resquebrajada. Había como texturas de la naturaleza. Y en la siguiente tapa, que es la de La enfermedad mental, nos permitimos que fueran un poco más figurativas. Sin rostros, eso sí. Cuando surgió la idea de hacerla con la escultura de Evita sin cabeza, nos gustó y dijimos, sí, tiene que ser esa. Y Santiago Porter la donó. A Rubio le encantó. Y es verdad lo que dice Javier Fernández Paupy. Era totalmente empático en eso. Como que no había ninguna discusión con el tema del arte de tapa. Siempre aceptó, no era para nada exigente o intransigente con alguna idea, como puede haber otros casos de autores o autoras un poco más inflexibles con alguna cosa. Él no. Y creo que la tapa sí fue un acierto, te la acordás.
La primera edición de La enfermedad mental fue en 2012. Gog y Magog arranca en 2004, llevamos 20 años. Cuando empezó, yo no estaba en la editorial como editora, sino como autora. Pero bueno, éramos todos autores que leíamos a Rubio, leíamos a Gambarotta, leíamos todo lo que editaba Vox. Leíamos lo que editaba Del Diego, no sé, leíamos a Laura Wittner, leíamos a Iannamico, a Durand. Era como ese mundo de los poetas de los noventa. Los que éramos un poco más chicos en ese momento nos formamos y leíamos. Y entonces empezamos a editar estas obras reunidas, la de Villa, la de Rojo, la de Rubio. Después más adelante la de Laura Wittner, la de Roberta. Y en este caso, a Rubio me acuerdo que lo convocó Julia Sarachu. Le dijo que queríamos editar su poesía reunida. Y él al toque estuvo de acuerdo. Y bueno, se armó.
Y para la reedición estuvo la pregunta de si incluir los textos de poesía que surgieron después o no, o dejarla tal cual. Para que esos textos tengan su otro recorrido. Y bueno, decidimos juntos que fuera exactamente igual al anterior. También por un tema de tamaño y de costos. Que sea un libro que pueda circular. Que a mí por lo menos personalmente no me gustan esas obras reunidas que son muy gigantes. Y este es como un ladrillo. Y también siempre estamos en crisis en Argentina, entonces siempre hay que ver qué es lo que uno llega a hacer. Y yo no quería que estuviera más tiempo agotado. Era un libro que nos pedían y por suerte había interés.
Entonces fue, te diría seis, siete meses antes, en el evento que realizó Gustavo López en La Palabra Infinita, la última vez que lo vi a Ale. Yo ahí ya tenía la plata para hacer la nueva edición. El año anterior yo no había querido porque salía otro libro y no quería que se superpusiera. Pero dije, mirá, si querés ya lo podemos hacer. Y ahí quedamos que sí y salió a los pocos meses. Y bueno, no pasó ni un año que, bueno, Rubio se fue. Pero él alcanzó a ver la segunda edición, le mandamos los ejemplares a su casa. Le gustó, así que por lo menos me quedó esa satisfacción de que él lo tuvo y lo vio. Existía nuevamente el libro y estaba circulando.
Más allá de eso creo que, un poco retomando lo que decía Damián Selci al inicio, la escalofriante actualidad de Rubio. Hay algo que dijimos la otra vez en la Biblioteca Nacional, mientras estábamos leyendo sus poemas. Ese día a las nueve de la noche estaban anunciando los despidos de cientos de empleados de la Biblioteca. Era como un contexto tan afín y tan congruente con lo que estábamos leyendo, ¿no? Y como que podés citar cualquier poema de Rubio, el de votar a un radical… Hay un montón de poemas que ya en un punto se vuelven muy icónicos. Volviendo a los noventa, es un poco con lo que crecimos ¿no? Con el menemismo, el liberalismo, y bueno, volver a ver este nuevo bucle en el que Rubio sigue hablándonos, sigue teniendo cosas para decir.
Lo último. Estaba la idea de contar una mini anécdota. Yo quiero contar cómo lo conocí, que fue antes de Gog y Magog. La conocí a Juana Bignozzi cuando fui a Barcelona en el año 2001. Y al volver, ella vino a Argentina. Cuando venía me invitaba a las lecturas que hacía y la primera que hizo desde que yo la conocía era en el Centro Cultural Rojas, en el primer piso, que creo que lo organizaba Martín Prieto. Era como una entrevista con lectura y ahí estaba Rubio, que además era bastante amigo de Juana. O sea, eran cercanos los dos, también tenían alguna afinidad poética. Me parece que a ella le gustaba lo que él hacía y viceversa. Y me lo presentó Juana. En ese momento yo vivía con amigas en un departamento compartido y él me pidió el teléfono con alguna excusa poética, no sé qué. Yo se lo di y después, durante las semanas siguientes mis amigas me anotaban en un cuadernito: “Llamó el poeta Alejandro Rubio”. Ese fue como el inicio de conocer a Alejandro. Pero me encantaba que decía “Llamó el poeta”. O sea, estaba siempre el poeta antes que su nombre.
Matías Capelli – Inrockuptibles
Bueno, en mi caso, a diferencia del resto de los que están presentes, que eran editores de los libros de Rubio, yo editaba en la revista Inrockuptibles la sección de literatura, donde Rubio escribió como colaborador bastante asiduo entre el 2007-2008 hasta el 2013. O sea que, bueno, es su obra periodística, si se quiere. Igualmente con el tiempo los textos que produjo creo que merecen formar parte de la obra de Rubio, de la obra literaria. O la armamentística; le daba como con una ametralladora a todo. Sí, era despiadado por momentos, causó bastantes problemas a su editor, pero bueno, creo que fue un aporte, una contribución muy importante en su momento al debate y a la escena literaria, que no estaba tal vez acostumbrada a esa calidad y a esa violencia en algunas reseñas.
Y yo estaba pensando justo cuándo fue que se me ocurre invitarlo a Rubio. Porque yo lo convoco, era la época en que Rubio empezaba también a escribir en los blogs. Y creo que había algo de ese espíritu, de esa encarnación de Rubio, bajo el seudónimo de Maiakovski, que un poco se traslada a su trabajo como reseñista. Porque había un afán de polémica y también de salirse tal vez del nicho de la poesía, donde Rubio, según tengo entendido, ya había escrito reseñas en el Diario de poesía, y no sé si en algún otro medio más. Pero acá era un reseñista de novedades literarias, que obviamente él elegía, pero no se limitaban a la poesía. Y creo que sus mejores reseñas eran las que lo hacían salir un poco de esa zona y podía escribir de literatura latinoamericana, de literatura argentina, de narrativa, de literatura extranjera.
También otra de las diferencias, o que al menos se me ocurría que era algo para comentar con los otros editores, era que yo, como editor periodístico, tenía tal vez la libertad de editar los textos de Rubio. No sé cómo era en el caso de él con sus originales o con sus manuscritos, cuánta incidencia permitía Rubio de un editor. Creo que él había entendido bien algo del oficio periodístico y, si había alguna frase que había que sacar o reescribir, daba total libertad, nunca se enojaba por eso. Si a veces se pasaba un poco de rosca y se lo cortaba, no pasaba nada. Eran peores entonces, las reseñas, originalmente.
Pensaba un poco en Rubio colaborador en medios, que creo que es una faceta más tardía pero que él practicó con mucha dedicación. También me acordaba de eso, que era alguien muy cumplidor, nunca me dejó colgado, siempre mandaba sus reseñas a tiempo, respetando la extensión. También le interesaba algo de cobrar, se pagaba, que no era poco, pero se pagaba poco. Y con Rubio siempre hacíamos malabares con la factura, que le pedíamos a alguien para que él cobrara su cheque. Y también creo que ahí cerraba un poco toda su experiencia como colaborador, era también cobrar por su reseña.
Pensándolo ahora, creo que él se lo tomó con mucho entusiasmo y siempre estaba ahí. Él proponía libros o estaba abierto a aceptar alguna sugerencia. Obviamente siempre escribía de cosas que le daban ganas de escribir, pero creo que inauguró ahí una etapa nueva. Después no sé si siguió escribiendo, creo que hizo algunas colaboraciones en Mancilla, en alguna otra revista, pero más bien ensayos.
Pero creo que había algo ahí que combinaba también esta faceta de reseñista con el Rubio comentarista de los blogs, que están emparentados en algún sentido. Tanto en el de llamar la atención en ese murmullo de voces, también el de ser bastante tajante, determinante. Y bueno, algo que se comprueba después es esto de que los textos que Rubio escribió en esos cinco años creo que están al nivel de su obra poética. De hecho hay una especie de blog que yo armé en su momento y que me acuerdo ahora también que lo armé porque las reseñas no estaban en Internet. En el año 2010 sale una reseña de una novela de Rodrigo Fresán, célebre, de Rubio, y yo dije no puede ser que esto no esté en Internet, o sea que quede ahí en una revista. Y armé este blog con el propósito, no confeso, de publicar esta reseña y que circule en Internet, y después se armó un archivo y están ahí. Y bueno, cuando Rubio muere, de repente ese mes hubo 200 visitas a su reseña de Fresán. Así que puedo decir que sin duda es parte de su obra y, la verdad, que es una alegría haber contribuido a eso.
Francisco Garamona – Mansalva
La garchofa esmeralda en principio iba a ser una revisión de “Autobiografía podrida”, que había salido en Eloísa Cartonera unos años antes y que lo estaba por publicar Damián Ríos, pero no lo sacaba. Yo había hablado con Alejandro, así que me dijo: “Bueno, hablá con Damián”. Y hablé con Damián, le pedí el texto, si lo liberaba por el compromiso que ellos tenían de palabra, así que lo liberó. Y cuando fui a compilar el libro, el interior, quedaba algo muy, muy breve. Y, mientras, Alejandro estaba escribiendo “Martina”, que lo terminó ahí en el curso de esos meses. Lo sumamos, y también seguía dando algo breve. Y nos parecía que el libro tenía que tener… no tenía que ser un libro par, con dos textos, nos parecía que tenía que tener otro, como si fuera una mesa de tres patas. Y ahí fue que agregamos el ensayito, el ensayo “La literatura argentina es el mal”, donde él despliega toda su teoría del canon de la literatura argentina, que es muy divertido y muy también controvertido y polémico.
Y pensábamos en títulos, se barajaron un par de títulos. El otro día estaba mirando en un archivo que tengo de tapas hechas y vi que había otra tapa del libro que se llamaba Autobiografía podrida y otros textos, porque no teníamos un título que abarcara todo. Y después un día nos reunimos en la librería mía y él me dice: “Ah, ya se me ocurrió”. “¿Cuál?”, le digo, “¿a ver?”. Y me dice: “La garchofa esmeralda”. Y le digo: “¿Qué es garchofa esmeralda?”. Y él me dice que “garchofa” era como una deformación de una palabra que él había inventado con sus amigos de infancia en la cuadra, que decían: “Esto es una garcha, qué garcho, qué garcho, qué garcha, qué garchero, qué garchón, qué garchofa”, ¿no? Es medio parecido a Manal, que habla que Manal viene de mano. Es como esas deformaciones que se hacen en el léxico urbano, los grupos de jóvenes que van deformando la palabra hasta que se pierde un poco el origen de la palabra. Porque “la garchofa” da como más “alcachofa”, como algo vegetal, no da como “garcha”.
Bueno, para coincidir un poco con los datos de las ilustraciones de tapa, ese título para nosotros representaba de alguna forma como un exotismo. Y “garchofa esmeralda” nos daba como algo africano. Y así fue que ilustramos la tapa con una mujer originaria de una tribu africana, que no sé cuál es porque la sacamos de internet, y con una tipografía bastante barroca. Y bueno, salió. Lo presentamos a este libro junto con el libro de I Acevedo, Una idea genial, y junto con Entrerrianos, de Damián Ríos, que nos parecía que era como un recorte de tres autobiografías, y que también hablaban un poco de los protagonistas de cada libro, de la época y de la Argentina.
Y para contar una anécdota de Alejandro, me acuerdo que yo lo conocí en el año 2003, en un festival de poesía que se hizo en Montevideo, y había un grupo de personas: estaban Martín Rodríguez, Cucurto, él, y creo que yo, y andábamos juntos, ahí como pululando. Nos alojábamos en un hotel y tuvimos una discusión. Yo le había dicho que el poema de Zelarayán “La gran salina” para mí era un poco surrealista. Y él me dijo, “Dejame que lo piense, dejame que lo piense”, y pasaron como 15 años, y le dije: “¿Y, lo pensaste?”. “Sí”, me dice, “es un poema surrealista”.
Gustavo López – VOX/LUX
Esas cosas de los tiempos de Rubio, ¿no? Bueno, yo quiero agradecer la invitación a estas jornadas, me parecen muy oportunas, pertinentes, hermosas también. Porque aparte de acercarnos a su literatura, nos acerca a su amistad, a su personalidad y, sobre todo, a su pensamiento, siempre tan radioactivo y lúcido.
A nosotros en Bahía Blanca (soy de la editorial VOX, de Bahía Blanca) se nos ocurrió organizar un certamen literario que ganó Música mala, en el año 97. En ese momento editábamos una revista. Del libro de Rubio se editaron 1500 ejemplares, teníamos como una especie de confianza ilusa plena en la poesía. Y tenemos ejemplares todavía acá, poquitos, pero están los últimos acá. Fíjense, pasaron casi 30 años y pico, ¿no? De esa tirada, mil fueron adentro de la revista, el número 5. Y después dejamos 500 que quedaron también para iniciar la editorial, porque fue el primer libro con el que nosotros iniciamos la editorial. Así que para nosotros este libro y Alejandro es, bueno, un fundamento, ¿no? Un impulso, un viento de cola muy importante. Junto con este concurso fueron también, obtuvieron menciones los primeros libros de Gabriela Bejerman, Santiago Llach, Roberta Iannamico y Omar Chauvié, que también editamos. Las plaquetas salieron en el número 6. También habían obtenido premios Ríos, que se publicó como libro después, y Mario Arteca. Cuando lo conocí a Alejandro fue a la casa de Daniel García Helder, y yo fui a llevarle el efectivo de los mil dólares del premio en el concurso editorial, que eran los derechos por la publicación. Yo estaba con la voz del poema en mi cabeza, tenía mucha curiosidad de conocerlo a Alejandro, cómo sería. Porque estos poemas de Música mala son muchos en primera persona. Esa voz que él llevaba, cómo sería. Y me acuerdo que llegó Alejandro fumando, con su campera de jean, y una cosa que me fascinó, que tenía puestos unos botines de fútbol, negros con tiras blancas, Adidas. Y yo, que soy un re futbolero, dije: “Este es un jugador de fútbol”… Rubio nunca había estado dentro de una cancha. Y yo pensaba, bueno, voy a encontrarme con un poeta. Y un poeta jugador de fútbol, esto está dado viento a favor. Rubio entró, me dijo hola. Yo saqué un sobre con todos billetes de 50 dólares. Rubio se sentó, apagó el cigarrillo, me dijo algo así como: “¿Cómo andan los compañeros en Bahía Blanca?”. “Bien, bien”, le dije, “Bueno, mirá, te traje la plata”. Sacó la plata así, e hizo un solo movimiento, que fue pararse, agarrar la plata y dijo: “Bueno, me voy”. Consiguió la plata y se fue, efectivamente.
Eso fue en el 97. Un año después, en el 98, aparte de conocernos, fue el comienzo de una amistad y un vínculo literario. Nos encontrábamos a cada rato en los bares, en los recitales de poesía, en el Rojas, con Martín, con Helder, con un montón de otros amigos. Y en el año 98 vino a Bahía Blanca por primera vez, junto con los integrantes de la revista La Novia de Tyson. Él también la integraba, con Cucurto, Horacio Fiebelkorn, Edwards, Carmona.
La amistad y el vínculo de Bahía Blanca con Alejandro fue muy importante. Viajó un montón de veces y estrechó una amistad muy grande con los poetas de allá, sobre todo con Sergio Raimondi, con Lucía Bianco, con quien hablaba a diario. Todos los días hablaba, sobre todo en esta última etapa de su enfermedad. También con Matías Matarazzo, con Mario Ortiz, y bueno, conmigo también. Todas las semanas hablábamos, tuvimos unas largas conversaciones sobre todo lo que iba pasando. No solo en los dos temas de poesía y política. Después nosotros publicamos Novela elegíaca en cuatro tomos: tomo uno, la plaqueta Kohan…
Bueno, pero lo que más rescato, sobre todo de su persona, era la calidez que tenía, la amistad, la importancia que le daba a la amistad, al vínculo que había hecho con nuestra ciudad. Que siempre nos tenía en el corazón y siempre nos mencionaba, y llamaba, y estaba permanentemente enterado de lo que pasaba, y de las cosas que emergían, de lo que sucedía. Así que bueno, una tristeza que se nos haya ido, pero una alegría de tener conciencia de esta obra poderosa que nos dejó, esta poesía que va a seguir hablando mucho tiempo. Y bueno, agradecerle, donde esté, que la vida nos haya encontrado con este libro, este primer libro, que para nosotros, como digo, fue un talismán, y lo sigue siendo, ¿no? Así que bueno, gracias, Ale.