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“El nombre en disputa” por Malena Nijensohn

Notas preliminares para un feminismo militante kirchnerista

Hasta hace no tanto tiempo, el feminismo (como discurso, movimiento o identificación) no formaba parte de los centros del espectro político. Su posición marginal, a veces celebrada, a veces reprochada, lo caracterizaba en sus “tácticas y estrategias” (sus prácticas, conceptualizaciones, participaciones). Hoy en día podríamos decir socarronamente que el feminismo está a la moda, o bien: que hay feminismos en todas partes. Todo puede ser visto desde la perspectiva feminista. A favor o en contra, para reivindicar o deslegitimar, para disputar, examinar u opinar, todxs decimos feminismo, pero ¿decimos todxs lo mismo cuando todxs decimos feminismo? 

1. Feminismo

¿Es un movimiento, una ideología, una perspectiva, un posicionamiento político, una lucha, una identidad? ¿Comparten algo los diferentes feminismos? ¿Tienen una historia común, un núcleo central de ideas, demandas, reivindicaciones comunes que se adjetivan en sus diferencias (feminismo socialista, feminismo radical, feminismo liberal…)? ¿Quiénes son o pueden ser feministas: las mujeres (cis, heterosexuales), las lesbianas, las travestis, las trans? ¿Pueden los varones ser feministas? Feminismo es, simplemente, un nombre y, por tanto, una disputa por lo que allí se inscribe. No hay un conjunto de verdades feministas que esperan ser develadas por quienes asumen el despertar cuando toca la puerta. Ni la Historia Feminista ni la Teoría Feminista ni la Política Feminista, tanto en sus versiones euronorteamericanas como en sus versiones locales, tienen el monopolio del término; a lo sumo, han sido provisoriamente victoriosas. Porque si bien no hay un ser del feminismo, el feminismo algo es – sus (des)bordes se trazan al calor de las batallas. Así, ciertos sentidos, ideas, prácticas y linajes sedimentan conformando una lengua feminista sin llegar nunca a totalizarla. ¿Quién escribe la historia del feminismo? ¿Quién inscribe los límites de aquello que el feminismo es?

“Entre feminismo y peronismo hay una histórica relación de enemistad. Esta nos parece la historia de un malentendido que ha forjado cierto destino para el feminismo y para el peronismo en su recíproca reticencia.”

2. Feminismo y peronismo, la historia de un malentendido

El peronismo no tuvo, al menos en nuestro corto siglo XX (1), particular interés en participar de la contienda por el nombre feminista (2), al mismo tiempo que las “descendencias legítimas” de los feminismos –a saber: la tradición feminista local que a lo largo del siglo XX se ha inscripto, precisamente, en ese nombre– históricamente se han posicionado en una relación antagónica con el peronismo. 

Que entre feminismo y peronismo hay una histórica relación de enemistad recorre gran parte de las caracterizaciones hegemónicas de estos dos movimientos. Sin embargo, esta nos parece la historia de un malentendido que ha forjado cierto destino para el feminismo y para el peronismo en su recíproca reticencia. Con “malentendido” no queremos indicar que hay algo que deba comprenderse sino, más bien, disputarse. ¿No hay, entre estos dos movimientos, una lógica espectral, según la cual “lo otrx” siempre asedia, imposibilitando la clausura del “sí mismx”? Si seguir a un fantasma es en realidad ser perseguido por él, habría que decir que los fantasmas del peronismo y los fantasmas del feminismo no han cesado de asediarse.

Así, en la década del cuarenta las feministas (en sus versiones socialistas, comunistas y aristócratas por igual) forman parte del arco antiperonista. A tal punto conciben al peronismo como un autoritarismo dictatorial, que repudian la creación por parte de Perón de la Comisión Pro Sufragio Femenino (que da lugar al decreto que habilitaría los derechos políticos de las mujeres) bajo el lema “Sufragio femenino, pero sancionado por un Congreso Nacional elegido en comicios honestos”(3), tildando de “feministas ocasionales” a las que apoyan la propuesta del gobierno. Por su parte, Evita lleva a cabo una creciente desarticulación discursiva de sufragismo y feminismo, al identificar “los derechos de las mujeres” con “las mujeres del pueblo” (las humildes, las descamisadas), diferenciándolas de las feministas, a quienes considera mujeres “aisladas”, “frívolas”, “resentidas” (4)

Al adentrarnos en los años de proscripción del peronismo, específicamente en la década del setenta, la relación de los feminismos con el peronismo, o con la política tout court, no pareciera mejorar. Si la relación del activismo feminista de aquellos años con la militancia tradicional o de izquierda es conflictiva, digamos que su relación con el peronismo es directamente un silencio, como si entre uno y otro sólo hubiera un abismo infranqueable.

Pretendidamente indiferentes al clima de radicalización política que se vive en el país, las feministas de los años setenta toman distancia de ese tipo de luchas políticas por considerar que perpetúan una noción patriarcal del poder y plantean “otra forma de hacer política” (5), centrada en el terreno de lo personal concebido como político y abocado a la tarea de transformación de la propia subjetividad (6).

“Donde hubo silencios, emergen relatos para zanjar la histórica enemistad entre feminismo y peronismo y abrir posibilidades para un feminismo militante kirchnerista, sin pedido de disculpas.”

Asimismo las experiencias de politización de las mujeres peronistas no han siquiera llamado la atención de las “descendencias legítimas” del feminismo: ¿Por qué el Partido Peronista Femenino o la Agrupación Evita de la Rama Femenina (Frente de Mujeres de Montoneros), por caso, no cuentan en las memorias feministas? ¿Qué las vuelve objetos indignos del nombre feminista o bien: por qué esa forma de politización no es una forma legítima de práctica feminista? 

A lo largo del siglo XX, la lengua feminista y la lengua peronista parecieran haberse des/encontrado en un “diálogo imposible” (7), incapaces de albergarse la una a la otra o, al menos, de encontrar puntos de articulación. Y sin embargo, ese silencio nos parece hoy sintomático: dice tanto. ¿Qué nuevas discursividades vendrán a zanjar el malentendido entre feminismo y peronismo?

3. Feminismo, kirchnerismo, militancia

El nuevo milenio tuerce la linealidad a distancia entre feminismo y peronismo. Sea por las políticas públicas llevadas a cabo por las gestiones kirchneristas (Educación Sexual Integral, Asignación Universal por Hijx, jubilación para las amas de casa, Ley de Matrimonio Igualitario, Ley de Identidad de Género, programa Ellas Hacen, por nombrar algunas), por la politización promovida en aquellos años, por cierto devenir popular de los feminismos desde el retorno democrático, por el vínculo amistoso entre Madres y Abuelas de Plaza de Mayo tanto con los feminismos como con el kirchnerismo, entre otros aspectos de un complejo entramado multicausal, en las últimas dos décadas se acorta la distancia entre el nombre feminista y el nombre peronista, hasta tal punto que en el año 2018 Cristina Fernández de Kirchner llama a un proyecto “nacional, popular, democrático y feminista”.

Así, Cristina invoca un devenir feminista del peronismo (kirchnerista) y, acaso sin saberlo, un feminismo peronista o un feminismo militante kirchnerista. Pero ¿quién interpela a quién, estrictamente hablando? ¿Cristina llama a la militancia o la militancia llama a Cristina? (8) Pues ¿no ha sido ella previamente interpelada por su propio movimiento? Así, esta articulación entre feminismo y peronismo es un hecho novedoso que produce una inscripción otrora insólita y, al mismo tiempo, un efecto (uno posible entre otros) de un fenómeno de acercamiento entre estos dos significantes que lo precede y es su condición de posibilidad.

La promesa de un proyecto nacional, popular, democrático y feminista es un llamado; como tal, lega una tarea – militante. Ahora bien, responder, como espero mostrar, no indica la recepción pasiva de una directiva autoritaria, sino que pone en juego una actividad creativa y responsable por parte de la militancia que la lleva a cabo. En ese sentido, no opera solamente “de arriba hacia abajo”, sino asimismo “de abajo hacia arriba”, dislocando cierta temporalidad lineal y causal entre el llamado y su respuesta, permitiendo desandar las críticas que, ya con inocencia ya con malicia, confunden verticalidad con autoritarismo, organicidad con sumisión y conducción con dirección de conciencia.Si desde aquel discurso de CFK el feminismo es línea política para el peronismo kirchnerista, pues la conductora llama a su propio movimiento a incorporar esta cuestión, será la militancia quien la dote de sentido en las definiciones, la formación y el día a día en el territorio. Allí, lxs militantes construyen, materializan la línea o, en palabras de Violeta Kesselman, “la devuelven, en algún punto, mejorada y enriquecida” gracias a su “responsabilidad y creatividad” (9).

Así, de un tiempo a esta parte emerge un feminismo militante kirchnerista que hace su lectura militante del feminismo en clave kirchnerista, que articula feminismo y kirchnerismo y, por tanto, pone en jaque unas cuantas presuntas verdades de las “descendencias legítimas” del feminismo, así como presenta desafíos para ciertas concepciones de la tradición peronista. Hacia atrás y hacia adelante se trazan los linajes y las descendencias de estos nombres equívocos que son el feminismo y el peronismo y en tales inscripciones se disputa su sentido y, acaso, su porvenir. Actualmente, otras historias están siendo contadas y otras voces están siendo escuchadas. Donde hubo silencios, emergen relatos para zanjar la histórica enemistad entre feminismo y peronismo y abrir posibilidades para un feminismo militante kirchnerista, sin pedido de disculpas (10).

“El nombre está en disputa –y por tanto también la historia, la teoría y la política feministas– y no hay ningún buen motivo por el cual no tendría lugar, en este campo de batalla, un feminismo militante kirchnerista.”

Palabras finales

En los últimos años, los feminismos han pasado de los márgenes a cierto centro de la escena política, generando una identificación política inédita. Hoy somos todas, todxs y todos feministas, lo cual ha dado pie a numerosos y significativos cuestionamientos de ciertas relaciones de poder que antes estaban naturalizadas. En hora buena. 

Pero feminismos, los hay variados y absolutamente disímiles: socialistas, marxistas, radicales, neo/liberales, populares, autonomistas, ongeístas… No hay verdaderos feminismos ni feminismos equivocados, falsos o incorrectos, aunque a veces ciertas premisas se instauren como incuestionadas e incuestionables hasta enquistarse en los imaginarios que gobiernan las políticas, las alianzas y las estrategias de lucha feministas. 

Las mujeres peronistas no han sido contadas en los relatos feministas y sus ideas, sus prácticas y sus modos de organización no han formado parte del repertorio feminista local. Ya sea a través del silencio, del menosprecio o del explícito antagonismo, ciertas experiencias han quedado fuera de las “descendencias legítimas” de los feminismos. Y si acaso hoy son feministas, son malas feministas, las peronistas – son impuras: están embarradas en la política (11).

Pero el nombre está en disputa –y por tanto también la historia, la teoría y la política feministas– y no hay ningún buen motivo por el cual no tendría lugar, en este campo de batalla, un feminismo militante kirchnerista.

De coyuntura y algo más

El primero de septiembre se consuma el intento de magnicidio contra la compañera Cristina Fernández de Kirchner que, de formas sutiles y no tanto, es promovido desde el poder judicial y massmediático a través de lo que hoy llamamos “discursos de odio”. El atentado contra Cristina, se sabe, no es sólo contra ella; es un atentado que busca disciplinar el peronismo, el pueblo y la militancia.

La semana anterior, la militancia organizada y silvestre se congrega en las inmediaciones de la casa de Cristina y sostiene una vigilia permanente para cuidarla y defenderla. Ya no estamos en 1955 y las feministas se suman tímidamente a la lucha contra la proscripción y el lawfare y por la democracia. ¿Hasta qué punto se animarán a encuadrarse tras la conducción de Cristina? ¿Estarán dispuestas a levantar las banderas de la soberanía política, la independencia económica y la justicia social para sumarse a la lucha por la liberación nacional? ¿Se dejarán interpelar por el devenir popular de su propio movimiento y por el devenir feminista del movimiento nacional y popular? 

Hasta ahora, nada se lo impide hacerlo.


Notas al pie:

  1.  La idea de un “corto siglo XX” fue acuñada por Eric Hobsbawm en su Historia del siglo XX (1994) para designar el período 1914-1991 en Europa. Leída en clave argentina, el término remite al período que se inicia con la Revolución del 43 y se clausura en 1973/1976 – los años peronistas. 
  2.  A excepción del Movimiento Feminista Popular (MOFEP) del Frente de Izquierda Popular (FIP), no hay inscripciones articuladas del nombre feminista y el nombre peronista, en este caso bajo el significante popular.
  3.  Valobra, Adriana: “Feminismo, sufragismo y mujeres en los partidos políticos en la Argentina de la primera mitad del siglo XX” (2008), p. 8. 
  4.  Martínez, Natalia: “‘Mujeres de otra raza’: la irrupción del peronismo en el activismo femenino/feminista” (2012), pp. 37-8. 
  5.  Como señala Alejandra Vasallo en “‘Las mujeres dicen basta’: Feminismo, movilización y política de los setenta” (2005), las feministas de UFA (Unión Feminista Argentina) entendían que la liberación de la mujer no podía sustituirse por la inclusión de demandas feministas en los programas de los partidos o de las organizaciones políticas, ya que estos luchaban por la toma de poder dejando intactas las desigualdades en su interior.
  6.  Por un lado, llevaban a cabo grupos de lectura del feminismo teórico euronorteamericano. Leían –y traducían– a Simone de Beauvoir, Betty Friedan, Kate Millet y Carla Lonzi, entre otras. Integrantes de UFA y del MLF (Movimiento de Liberación de las Mujeres) conforman el Grupo de Política Sexual junto al FLH (Frente de Liberación Homosexual). Por el otro, siguiendo los consciounsness-raising de sus mentoras estadounidenses, realizaban los grupos de concienciación, que consistían en encuentros de entre 6 y 8 participantes en los que se discutía sobre temas feministas: cada una exponía sobre temas personales y al final una coordinadora rotativa buscaba la raíz común de esas experiencias. Como señala Campagnoli: “Se trataba de buscar un discurso desde las mujeres, sobre las mujeres y para las mujeres y de reconocerse en él. La idea que guiaba este objetivo era la de que las mujeres habían estado pensadas, habladas, representadas desde los varones; se buscaba un posicionamiento como mujeres desde un lugar de mujer. Dado que este punto de interpelación nunca había existido, había que crearlo. El objetivo era la creación de una conciencia nueva en las mujeres”.
  7.  Valobra, Adriana: “‘Creíamos demasiado en los hombres… No creíamos en la mujer’” (2005), p. 7
  8.  Cf. “Néstor le habla a la juventud, la juventud le habla a Néstor”
  9.  Kesselman, Violeta: “Cómo ser conducida” (2021) 
  10.  El guiño es doble: al artículo escrito por Laclau y Mouffe, “Posmarxismo sin pedido de disculpas”, por supuesto, pero también al homenaje que les rinde Paula Biglieri en el subtítulo “Populismo sin pedido de disculpas” en su artículo “Populismo y emancipaciones. La política radical hoy”.
  11.  En los años setenta, las feministas de la Unión Feminista Argentina y del Movimiento de Liberación Feminista se llamaban a sí mismas “puras” –ni orgánicas ni partidarias–, en contraposición a las “políticas” o “de la doble militancia: quienes también militaban en partidos u organizaciones “tradicionales”.  

Malena Nijensohn es licenciada en filosofía y doctora en estudios de género por la Universidad de Buenos Aires. Investiga el fenómeno de masificación de los feminismos desde una perspectiva populista. También es docente, tallerista y traductora. Compiló Los feminismos ante el neoliberalismo (La Cebra, 2018) y publicó La razón feminista. Políticas de la calle, pluralismo y articulación (Cuarenta Ríos, 2019).

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