Reseña.Uno por la autobiografía y la narración, el otro por la crítica: El poeta y el tiempo y Retratos. Dos reediciones recientes de la poeta rusa Marina Tsvietáieva (1892-1941) que visitan el perfil y la anécdota con el filo de un diamante.por Sebastián Menegaz
En el intervalo de unos pocos meses, un arco ha venido a perfilarse en el albur de la circulación editorial argentina en torno a la figura de Marina Tsvietáieva. Es cierto: El poeta y el tiempo se imprimió en Barcelona en enero de 2024, pero circula por nuestras tundras desde hace cuánto —uno tiende a persuadirse: el último verano—. Reedición de su entrée en español, allá por el año del fin de la Historia (sin contar el epistolario à trois de otro verano, el de 1926, publicado un poco antes, en los tempranos ochenta, cuando Rilke y Pasternak todavía se llevaban las marcas); ahora, cuando ya culmina el otoño, y con la reciente edición de cuatro ensayos biográficos de flamante incorporación al corpus de traducciones de la inagotable estilista rusa, ha venido a completarse un círculo (El poeta y el tiempo, Anagrama, 1990, 2024; Retratos, Partícula, 2025) que revalida en carne propia (y la de Marina, dicen, ardía) lo que la misma Tsvietáieva escribió en uno de los ensayos del primero de estos volúmenes, hace casi un siglo: «No es contemporáneo quien grita más sino, a veces, quien calla más».
Y M.T. lo estuvo durante casi medio siglo. Curiosamente: aquella quien según Anna Ajmátova (Ajmátova según Joseph Brodsky) comienza todos sus poemas con un do agudo. Callada desde su muerte por propia mano, en 1941, hasta la primera edición (aquella, ésta) de El poeta y el tiempo. Un poco menos si se computan las Cartas del verano de 1926. Debieron pasar otros treinta y cinco años hasta esta reedición, pero ya con el vergel Tsvietáieva y su fandom circunscribiendo un plein air y una albergada (una intemperie intensa) en el paisaje de la lengua española. Una feligresía: comenzando por sus traductores. Desde aquel, liminal, El poeta y el tiempo, curado y traducido (como las Cartas) por Selma Ancira (su nagual mexicana) hasta estos Retratos, curados y traducidos (curar no es el verbo, recobrados, como casi todo en la prosa en dispersión de M.T.) por Irina Bogdaschevski y Fulvio Franchi, en Buenos Aires.
Hay que remitirse al nomadismo y el trance de una aristócrata rusa de 25 años al momento de la Revolución de Octubre, para entender la diáspora, el cristal de ámbar desde donde nos llegan, todavía, estos textos. El mismo donde comenzó a excavarlos su hija, Ariadna Efron, tras su muerte (la de Marina) y tras soportar (Ariadna) ocho años en el Gulag. En redacciones de Moscú, Berlín, Belgrado, Praga, París. En casas de amigos, o de gente que fue amiga y se volvió enemiga (también dentro del mundo émigré: aristócrata, sí, pero paria). «Gracias a la metódica actividad de su hija —supo escribir otro feligrés mexicano, Sergio Pitol— el cuerpo de la obra quedó completo, salvo algunas astillas menores». Astillas de diamante.
La invocación de Pitol (que no tradujo a Tsvietáieva pero sí a Boris Pilniak) no es antojadiza, la activa Selma Ancira en el epílogo a esta reedición de El poeta y el tiempo: «Recuerdo la mañana de 1989 cuando (…) tras esperar brevemente, Jorge [Herralde] me recibió en su despacho (…) Yo había llegado a verlo con una carta de Sergio Pitol, escrita a mano». Con esa carta y con su traducción de las Cartas del verano de 1926 (publicadas en el D.F.) y con otra, otra traducción, de las memorias de Sergei Eisenstein. Cosa notable en virtud de la correspondencia que Pitol establecerá entre ambas, la poética de Tsvietáieva y la epifanía expresiva del cine soviético, su contemporáneo: «Consisten [sus ensayos] en la creación de una atmósfera, retratos incompletos, no le interesa hacer biografías, pocos datos, más bien tics, extravagancias, digresiones sobre la escritura, el entorno, fragmentos de conversaciones, un sentido del montaje tan efectivo como el de Eisenstein; nada parecería importante, pero todo es literatura».
Siguiendo el hilo de Ariadna Selma Ancira llegó en 1989/90 a ‘Un poeta a propósito de la crítica’, publicado en Bruselas, en una revista dirigida por el príncipe Shajovskoi; a ‘El poeta y el tiempo’, publicado en la La voluntad de Rusia, de Praga; a ‘El arte a la luz de la conciencia’, publicado en la misma revista émigré (Apuntes contemporáneos) donde, por ejemplo, Nabokov serializó Desesperación o Risa en la oscuridad, más o menos para la misma época: los años treinta. Ahora el mismo hilo conduce a Bogdaschevski y Franchi, a sus editores, ya sea por otros números de las mismas (‘El atardecer de un mundo extraño’, Apuntes contemporáneos, París; ‘El héroe del trabajo’, La voluntad de Rusia, Praga); ya por Berlín (‘Un aguacero de luz’, Epopeya), ya por Belgrado (‘Discurso sobre Balmont’, Archivo ruso). Es decir: por Pasternak, por Briúsov, por el mencionado Balmont, por Kuzmín.
Escribe Marina Tsvietáieva en el —magistral, malévolo, novelesco— ensayo sobre el benemérito Briúsov: «He aquí todos los datos fidedignos de mis encuentros con Briúsov. —¿Y esto, nada más?—. Sí, la vida en general no me regala demasiadas certezas. A Blok lo he visto dos veces, a Kuzmín – una vez, una a Sologub, a Pasternak – no más de cinco veces, lo mismo que a Maiakovski. A Ajmátova – nunca. A Gumiliov – nunca».
Se podría discernir: el hilo de Ariadna que guía (entre guiones) a Retratos por la autobiografía y la grajea narrativa, en El poeta y el tiempo lo hace por el pathos crítico. Pero la salida del laberinto Tsvietáieva es siempre la misma: una lengua inmanente.
Todo lo contrario a lo que M.T. dice de Valeri Briúsov: «El poeta de las entradas sin salidas (…) con otros poetas – el libro se va y tú lo sigues; con Briúsov: te vas, y el libro se queda». Con otros Marina siempre dice yo. Y en ese seguir, todo, hasta la mala voluntad, es pasible de ser literatura.
El poeta y el tiempo
Anagrama
2025
168 páginas
Retratos
Partícula
2025
150 páginas