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FÚTBOL EN CHENGDÚ POR CARLOS REGUEYRA BONILLA

Crónica.

Práctica de fútbol: chinos contra extranjeros, entrenamiento severo y jerarquizado, con rezos incluidos. Partido en estadio y la aventura de conseguir entradas y asientos. Otra crónica de los primeros meses de Carlos Regueyra Bonilla en Chengdú, que forma parte de su diario de viaje Junto al río Fuhe.

Uno de los datos que sabía sobre Chengdú antes de venir es que se trata de una de las ciudades más futboleras de China. Aquí se jugó el primer partido oficial de la liga local y tiene la mayor cantidad de canchas por cantidad de habitantes.

Mi primer contacto futbolero fue a través de Inácio, el angolano que comparte habitación con Carlos, el mexicano, y que habla muy buen español porque estudió en Cuba.

Me dijo que un día habría entrenamiento del equipo de estudiantes extranjeros. Esto no me sonaba muy bien porque lo que me interesa es mejenguear, jugar por el placer del juego. Pero bueno, fuimos. Era en el otro campus, a unos 10 minutos en bicicleta.

(Paréntesis sobre bicicletas: por todas las partes en la calle y dentro del campus hay montones de bicicletas de alquiler. Tienen un código QR que se escanea con el celular y están asociadas a aplicaciones de pago, de manera que el monto se deduce automáticamente. Son muy baratas y convenientes).

Cuando llegamos, efectivamente, había una estructura jerárquica, con un entrenador y un capitán y otros secuaces que daban órdenes y ponían a entrenar a los demás y regañaban a los que se distraían. Hicimos algunos ejercicios y luego hubo partido contra un equipo de chinos. Ocho contra ocho. El “entrenador”, que es uno de los estudiantes extranjeros, me puso a jugar poco tiempo. Para ese momento yo ya estaba cansado. Mi actuación no destacó, pero tampoco fue terrible.

Me sorprendió que después del partido el entrenador le dijo a uno de los porteros que rezara. Hizo un rezo cristiano, raro, incómodo, en inglés: “perdónanos señor porque somos pecadores, gracias por permitirnos ganar este partido”, etcétera.

No me daban ganas de regresar. Era demasiado jerárquico, competitivo y religioso para mi gusto.

*

La semana siguiente conocí a Santiago, el argentino. Por casualidad, en la habitación donde él está había una bola de fútbol que había dejado un estudiante de Malasia que había vivido ahí antes. Inácio me había pasado el dato de que en las tardes se arman mejengas con los estudiantes chinos en las canchas que están dentro del campus.

Un miércoles, a eso de las 5:30, fuimos. Pedimos jugar en una, pero nos dijeron que ya eran tres equipos y estaban llenos. Fuimos a otra y nos dijeron que sí. Eran tres equipos, también. Jugaban a un gol y el equipo perdedor salía. Después de que ganamos varios partidos seguidos, fusionaron los dos equipos que estaban afuera y jugamos así, como 8 contra 15. “Les pintamos la cara”, dijo Santiago, es decir que los bailamos.

Unos días después, Gerard, un catalán que está en mi clase, me contó que había ido a jugar con unos amigos chinos y describió así el partido: “No ponen la pierna fuerte para robar el balón, no ponen cuerpo, no dan un pase, no saben controlar un balón… un desastre”. Es una buena descripción de nuestro juego del miércoles también.

*

Tuve intenciones de ir a jugar en otra de esas mejengas en varios momentos, pero me quedaba dormido, o tenía tarea, o algo pasaba, así que terminé yendo de nuevo con el equipo de estudiantes extranjeros. Esta vez llegué tarde a la sesión de entrenamiento, de modo que sólo hice una parte de los ejercicios. No jugué tan bien como podría, pero mejor que la vez anterior. Toma tiempo aprender a asociarse con jugadores que uno empieza apenas a conocer. Además, la disposición de jugadores en el terreno es rara: 8 jugadores por cada equipo, y el “entrenador” no los ordena de manera precisa.

En todo caso fue bueno jugar, aunque rezaran.

*

El sábado 23 de setiembre jugaba Chengdú Roncheng contra Shanghai en casa. Santiago tuvo la iniciativa de armar un grupo. Días antes estaba pendiente de la venta de entradas a través de la aplicación oficial del equipo, pero al parecer se agotaron muy rápido. Entonces el plan era ir a comprarlas con revendedores.

Éramos 7 personas, un número inconveniente para conseguir entradas que estén en la misma zona del estadio. Nos separamos en dos grupos. Por un lado, tres entradas y luego cuatro, en otro. Hubo que regatear en chino porque las querían vender muy caras o porque pretendían meternos una que estaba en otra zona.

Había mucha gente. Yo me quedé un poco atrás porque quería comprar una camisa del equipo. Roja. La mujer que me la vendió no podía creer que yo hablara chino. Cuando íbamos entrando cayó el primer gol a favor de Chengdú. No pudimos verlo. Era difícil encontrar nuestros asientos porque el lugar estaba repleto. Luego nos dimos cuenta de que el público se había ubicado como pudo, sin importar la numeración, pero llegó un momento en que los legítimos ocupantes de nuestros asientos nos hicieron levantarnos y hacer lo mismo con quienes tenían los nuestros.

Antes de los 30 minutos del primer tiempo, un defensa del equipo de Chengdú se hizo expulsar. Cometió una falta táctica contra un delantero que iba de cara al marco, pero yo pienso que pudo haberlo manejado diferente. En cualquier caso, el equipo local jugó con uno menos durante el resto del partido.

Era interesante ver el entusiasmo del público cuando había una jugada a favor del equipo local y los abucheos en forma de “iiiii” al equipo rival. También las banderas y los cánticos.

En el segundo tiempo, Chengdú metió un gol de penal y luego Shanghai descontó, pero no fue suficiente. El partido terminó 2-1.

Durante y después del partido, cuando íbamos saliendo, la gente le preguntaba a Santiago de dónde era y cuando respondía que de Argentina se tomaban fotos con él e intercambiaban contactos.

Comimos en unos puestos callejeros y para cuando terminamos, el metro había dejado de funcionar. Fuimos a una zona de bares, y luego a otra, pero esa es materia de otro relato. Fue una noche larga. Volvimos de mañana, agotados.

25 de septiembre de 2023

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