RESEÑA
por Nicolás Ricci
Autora de libros clave como Mujer de cierto orden (1967), Regreso a la patria (1989) y Las poetas visitan a Andrea del Sarto (2014), Juana Bignozzi falleció hace siete años dejando una obra de gran influencia sobre sucesivas generaciones literarias. En una reciente publicación, Vanina Colagiovanni ensaya estrategias, que van de la recopilación de testimonios a la lectura en primera persona, para contar vida y obra de una de las poetas más importantes de la Argentina.
Toda biografía, hasta la más documentada y monumental, combate con una lejanía insalvable; una vida humana es indescifrable pero las buenas biografías crean un verosímil, un efecto deliberado a través del cual producen en quien lee la sensación de haber accedido a un otro. Cuanto más trabajo de investigación, cuanto más expansiva en su desarrollo, cuanto mejor escrita, una biografía logra, como cualquier otro artificio narrativo, engañarnos. Este tipo de narración necesita, además, de la colaboración indirecta de la persona biografiada. Sus ruinas, sus estelas, la memoria que deja en los demás son piezas fundamentales de la construcción del relato. En Juana Bignozzi. Todo se une con la noche, Vanina Colagiovanni debió enfrentarse a más de un período oscuro en la vida de la biografiada, una de las poetas argentinas más importantes de los últimos sesenta años. Figura central de la generación del sesenta, el de Bignozzi es de los pocos nombres femeninos que, como Alejandra Pizarnik o Susana Thénon, se abrieron paso hasta la actualidad y siguen influyendo a las nuevas camadas de poetas. Su caso es excepcional: durante tres décadas vivió en España, casi sin testigos, salvo por su marido, fallecido un año antes que ella. El libro, brevísimo (en rigor, 160 páginas de tipografía enorme), comprende diez capítulos en total, aunque sólo ocho de índole biográfica; el noveno es un ejercicio de crítica y el décimo, una anécdota sobre la biógrafa a modo de epílogo.
Una biografía puede encuadrarse en distintas coordenadas: la novela realista (cuando prima la narración por sobre los documentos), la memoria coral (cuando los testimonios hablan solos), etcétera. El libro de Colagiovanni –aunque cuesta referirse a él como un todo–, se enmarca mayormente en la tradición dominante de nuestro tiempo: la literatura del yo. Del quinto capítulo en adelante, la primera persona de la autora va ganando espacio, y hacia el final, ocupa el lugar central. Con marcado tono confesional, con amplio desarrollo de la relación entre la biógrafa y la poeta (que llega al punto de analizar cómo sus nombres se relacionan etimológicamente), la escritura pone el foco, y sobre todo en la segunda mitad del libro, en la hechura del relato, sin desdeñar el aspecto sentimental que involucra este proceso.
Comienza con la cuestión de la herencia, que desvelaba a Bignozzi: a quién dejar, sobre todo, sus papeles. Sabe que va a morir y que no ha dejado descendencia, no tiene familia biológica ni política. Sutilmente, el libro sugiere en su inicio un problema: la biografía debe armarse con lo que hay, con sus oscuridades y sus silencios, sin eso que Bignozzi llama en un poema “la luz de los testigos”. Es cierto que el libro cuenta con una veintena de amistades entrevistadas, todas –menos una– pertenecientes al mundo de las letras, pero éstas sólo aportan datos de los últimos quince años de la poeta. En la mayor parte de los capítulos, el relato de Colagiovanni funciona como un anfitrión para los testimonios. La voz de Bignozzi, desde luego, aparece continuamente, pero nunca queda claro el criterio tipográfico con el que ese discurso entra al texto: sus palabras aparecen, según la página, entrecomilladas, sin comillas, entre guiones, con guión de diálogo, comenzando en mayúscula y hasta en minúscula.
La edición de Gog & Magog ofrece, en las caras interiores de la cubierta y contratapa, una línea de tiempo que apunta los libros de Bignozzi, y el comienzo y fin de su exilio. Se pone así en orden temporal la serie de episodios que Colagiovanni desarrolla de un modo no cronológico y con distintos niveles de enfoque. El resultado de este ir y venir, pero sobre todo de la profundidad irregular con que se tratan los temas, es un libro muy desparejo. Algunos capítulos parecen un montaje de entrevistas, frases de Bignozzi que no sabemos de dónde provienen, mails, postales, testimonios de amigos, todo suturado por una prosa narrativa, pero sin conseguir unidad. Distinto es el caso del capítulo segundo (uno de los puntos altos del libro), dedicado a El Pan Duro, mítico grupo de poetas de los sesenta vinculados al Partido Comunista, que reunía, junto a Bignozzi, a Juan Gelman, el Tata Cedrón y José Luis Mangieri, entre otros. El grado de documentación de este capítulo, y por lo tanto su desarrollo temático, pero también su tratamiento formal, sobresalen del resto. Al final del libro se aclara que este capítulo tuvo un origen muy anterior, ya que se trata de la síntesis de un proyecto de varios años, que no llegó a realizarse.
El resto del libro depende casi exclusivamente de las voces testimoniales, sin hallar un sistema que las incorpore en torno a un núcleo formal. A poco de empezar, Colagiovanni se pregunta “cómo leer el vínculo entre su obra y su vida sin entrar en relaciones simplistas o en una lógica de las causalidades, sin buscar correspondencias”. Sin embargo, y esto sí se sistematizó pero de un modo que va contra su propósito explícito, la narración intercala versos de todas las épocas, que guardan una relación usualmente directa con el relato (se habla del padre y un poema menciona al padre, se habla de cierto bar y un poema menciona el bar). Por otro lado, no hay un desarrollo de los personajes secundarios. De Hugo, el marido, se dice poco; de los padres de la poeta, un poco más, pero solo lo que se ata a aspectos de su obra que la crítica ya había señalado en espacios legitimados (Daniel García Helder escribió sobre la ascendencia obrera de Bignozzi). Nada sabemos de Marcelina Parma, la única amiga de toda la vida, cuyos recuerdos son la fuente más constante.
El recorte de los testimonios da un lugar preponderante al gusto por el chisme. Así, el período 1974-2004, tiempo en que Bignozzi vivió en un estirado exilio, se condensa en quince páginas, mientras ocupa cuarenta el capítulo dedicado a la maledicencia (“la maldad”) de la poeta. Algunos de esos testimonios son particularmente interesantes, como aquellos en los que los poetas Andi Nachón, Marina Mariasch, Osvaldo Bossi y Jorge Aulicino explican por separado cómo cada uno se peleó definitivamente con Bignozzi, que al parecer podía ser insufrible.
A la mitad, cuando el texto empieza a perder solidez, la biógrafa expresa sus dudas sobre la capacidad de “hacer un libro” con lo que tiene: “La tarea me parece inabarcable”, “El material sigue acumulándose, apilado, inerte”. Es la voz autoral la que podría dar, o no, unidad al libro, ante las páginas de texto ajeno. Pero Colagiovanni muchas veces se limita a suturar los retazos. De ahí, la disparidad de un capítulo a otro; de ahí, el amplio espectro del estilo (entre el tono borgeano y el canchero, la autora puede escribir: “una noche inefable”, y dos páginas después: “un ámbito más cool”); de ahí también, la multiplicidad de criterios para introducir la voz de Bignozzi. A veces, la narración incluso boicotea el relato, como cuando adelanta, desbaratando la sorpresa, el contenido que un testimonio inmediatamente posterior no puede sino repetir. Quien se acerca a la biografía ya tiene un interés previo por el tema, de manera que de entrada la autora cuenta con cierta complicidad, pero la dispersión formal de capítulo a capítulo, sumada al yo de la biógrafa como punto de apoyo, terminan descorazonando al lector. El archivo “inerte” no logra revitalizarse por un procedimiento “orgánico” y, en definitiva, la sensación es la de haber leído un rejunte apenas ordenado de materiales diversos, sin una narración que comande el relato.
Juana Bignozzi. Todo se une con la noche
Vanina Colagiovanni
Gog y Magog
2023
194 pág.