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LA BIOGRAFÍA DE PANCHO VILLA, DE PORFIRIO BARBA JACOB

América en su literatura fantasma
Prolífico artífice del nombre propio, el poeta antioqueño conocido como Porfirio Barba Jacob (1883 – 1942) fue un “trashumante incansable” de América; entre sus múltiples obras y proyectos, se conoció (aunque solo de oídas) una mítica biografía de Pancho Villa. En esta nueva columna de Hurlingham Post, Facundo Ruiz recupera una serie de libros que habitan nuestra historia literaria de manera fantasmática: títulos de los que se habla, se dice que existieron, pero de los cuales no queda más registro que el relato hecho continente.
por Facundo Ruiz

El 29 de agosto de 1909, en Monterrey, Porfirio Barba Jacob era todavía Ricardo Arenales, y aun así, o tal vez por eso, acepta fumar marihuana. También llovía a cántaros, y de hecho diluviaba: desde el mes de julio las lluvias habían sido particularmente intensas, y en agosto alcanzaban un máximo de 790 mm (el 74% del total del año), ocasionando terribles inundaciones en las riberas del río Santa Catarina y dejando un saldo de más de 2000 vidas y 29 millones de pesos. En el mismo mes, el día 10 y el día 25, dos huracanes habían cruzado la plataforma continental y el desastre en el estado de Nueva León no podía ser peor. Como periodista, Barba Jacob debía cubrir el hecho. Como poeta, e inevitable pero reciente lector de Rubén Darío, seguramente rumiaba, entre húmedas volutas de humo, la respuesta que daría más tarde cuando le preguntaron qué sentía al fumar marihuana: “Me siento un etcétera azul”.   

Había llegado a México luego de pasar por Costa Rica, Jamaica y Cuba, a la que volvería más de una vez, donde luego conocerá a Federico García Lorca y donde antes, probablemente en La Habana y en 1915, escribe uno de sus pocos sonetos, al que Paradiso considera su ars poética y cuyo verso final cita levemente distinto, menos modernista, o más barroco: Recuerde usted aquel poeta Barba Jacob, que estuvo en La Habana hace unos pocos meses; debe haber tomado su nombre de aquel heresiarca demoníaco del siglo XVI, pues no sólo tenía semejanza con el patronímico sino que era homosexual propagandista de su odio a la mujer. Tiene un soneto que es su ars poética, en el que termina considerando su ideal de vida artística “pulir mi obra y cultivar mis vicios”, escribe José Lezama Lima. En Monterrey funda la relativamente célebre Revista Contemporánea, que tuvo catorce números y colaboradores como Alfonso Reyes y los hermanos Max y Pedro Henríquez Ureña, que no lo soportan demasiado, y en ese mismo lluvioso 1909 publica en ella, el 5 de febrero, el poema “En loor de los niños (Fragmento)”, que antes había escrito, o ensayado, con lápiz y en la contraportada de Poemas mágicos y dolientes de Juan Ramón Jiménez, libro que comprará casualmente y varios años después el economista Luis Noyola Vásquez. 

Lo que a todas luces resulta evidente, y hasta anecdótico, es que no fue entonces cuando se le ocurrió escribir una biografía de Pancho Villa: de esos años datan sus relaciones con el dictador Porfirio Díaz, y si bien pasó seis meses encarcelado por criticar desde su columna de El Espectador a sus políticos regiomontanos, también por defender su régimen frente a la Revolución desde su efímero periódico Churubusco se vio obligado a dejar México y a recordar un nombre que, años después y urgido en Guatemala por la fatal coincidencia que daba a un buscado asesino el nombre de Ricardo Arenales, pasó también a ser el suyo. También: había nacido Miguel Ángel Osorio Benítez el 29 de julio de 1883 en Santa Rosa de Osos, Colombia. Y fue Porfirio Barba Jacob desde el 15 de septiembre de 1922, cuando se pierde definitivamente Ricardo Arenales, adoptado hacia mayo o junio de 1906, al llegar a Barranquilla, donde escribe el 18 de septiembre el poema “En la muerte de Carmen Barba Jacob”, que antes se había llamado “Carmen” y luego se llamaría “Mi vecina Carmen”, y que bien funge en verso la ópera de Bizet. Pero, trashumante incansable desde la más cierta infancia antioqueña, en la que erró por un delta familiar y esquivo hasta la muerte de su querida abuela Benedicta que lo decidió a abandonar Colombia, fue entre otros: Main Ximénez, Raimundo Gray y Raimundo Mier, Juan Sin Miedo y Juan Sin Tierra y Juan Azteca, Junius Califax, Almafuerte, El Corresponsal Viajero, Emigdio S. Paniagua. Y no llegó a ser Juan Pedro Pablo, por el cual pensaba –al final de su vida– trocar el de Porfirio Barba Jacob, posiblemente para que no muriera el ya casi mítico poeta.

Desavenido con la Revolución deja México y pasa a Guatemala pero, enseguida desavenido también con el dictador Manuel Estrada Cabrera, modelo de El señor presidente de Miguel Ángel Asturias, deja también Guatemala, no sin antes inspirar a su amigo Rafael Arévalo Martínez el relato “El hombre que parecía un caballo”, probable punto de partida de la leyenda del poeta colombiano. Vuelve a Cuba. De ahí parte a Nueva York. De ahí a La Ceiba, Honduras. De ahí a El Salvador, llegando a la capital el mismo día que un terremoto la destruye, el 7 de junio de 1917. Y entonces vuelve a México. Hay quien dice que se vincula con el –clandestino aún– Partido Comunista mexicano. Aunque esto resulta incierto, o falso: si bien conocería en 1925 a Juan Antonio Mella, quien al verlo le preguntó inmediatamente si era comunista, a lo que Barba Jacob respondió, órfico, “pertenezco a la senectud de la izquierda”, lo cierto es que poco después está en Lima dirigiendo La Prensa, el periódico oficial de Augusto Bernardino Leguía, quien le solicitó escribiera su biografía “como si se tratara de la del Libertador Bolívar”, a lo que el poeta se negó, motivando el disgusto del político y su salida del Perú. En todo caso, y más allá del nebuloso millonario norteamericano que la habría encargado, pagando por ella una suma más brumosa todavía, de esta vuelta a México habría surgido la peregrina idea de biografiar a Pancho Villa, quien ya no era, como en aquella tormentosa noche de 1909, José Doroteo Arango Arámbula.

Pudo haberla terminado, y habría trabajado en ella entre 1918 y 1922 o 23. La historia dice que vendió veinte mil ejemplares, aunque ninguno se conserva. Como otros tantos libros americanos, y no pocos del mismo Porfirio Barba Jacob, luego se extravió. O dejó de ser cierto. Pero, humildemente y entre azules volutas de humo y cataclismos varios, alguna vez estuvo acá.

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