Reseña.
El primer libro de Giuliana Migale Rocco (Buenos Aires, 1994) explora el cotidiano desde los detalles, evalúa vínculos bajo una lupa analítica y cita pasajes literarios revisando sentidos posibles.
por Isaac Castro
Las cosas menores, el debut literario de Giuliana Migale Rocco, es un artefacto narrativo que funciona como una bitácora de viaje interno. Un minucioso registro de la cotidianidad más llana y aquello que, de un momento a otro, de repente se vuelve sustancial: “Emily Dickinson escribió en un poema que perderlo todo le impidió perder cosas menores. Yo creo que la cuestión es al revés: perderlo todo hace que las cosas menores cobren importancia”. Y eso es, justamente, lo que torna especial a este texto –unas veces, diario autobiográfico; otras, novela de iniciación–: la manera en que lo más trivial de micro anécdotas comunes se encadenan a los grandes temas y reflexiones de mayor espesura. En esa operación, lo que brota omnipresente, es el duelo que atraviesa la protagonista tras la inesperada muerte de su madre. Ante este hecho, en consecuencia, el lazo roto que mantiene con su padre, que regresa al país, ahora adquiere otros matices, aunque el reencuentro, probablemente, no haga más que ratificar su distancia: “Yo estoy viva, papá está vivo, nuestro vínculo está muerto. El dilema es: ¿queremos revivir el vínculo? La hipótesis es: él sí, yo no”.
Cómo se continúa tras una pérdida tan significativa es la pregunta que, insistente como un murmullo, sobrevuela la narración. Así, con frases breves, numerosas anotaciones y fragmentos de diversos autores –que van de Wislawa Szymborska y Cecilia Pavón hasta Italo Calvino y Lina Meruane, por nombrar apenas algunos–, la narradora crea una constelación de significados y significantes para intentar, o al menos hacer la prueba, de llenar con palabras ese universo inmediato que nos circunda y en el que, se presume, solo el lenguaje es el salvoconducto capaz de resguardarnos de la absurda tragedia de existir. “Nadie está preparado para nada hasta que eso le pasa por primera vez”. Entonces Las cosas menores, tal vez, podría pensarse como un tratado sobre aquellos pequeños engranajes de los márgenes que permite la rutina, en este caso, el mundo del trabajo dentro de un museo, los traslados en colectivo, las tareas domésticas en el edificio que se habita, algún café en un bar, el trato con el resto de las personas.
Migale Rocco interviene la realidad con observaciones sobre la experiencia cotidiana. Cita versos, reformula conceptos, hipotetiza, conjetura, arma listas con ideas superficialmente inconexas, transcribe itinerarios. Sin embargo, en ese aparente desorden –que acaso imita la forma en que nuestra cabeza superpone pensamientos– existe un hilo conductor, la sospecha de una trama. El libro deviene en una especie de reservorio sentimental que, mediante enunciados autónomos, despliega una increíble cartografía de las emociones en la que conviven dolor e incertidumbre, pero también momentos de sosiego, incluso goce, con la voluntad de seguir adelante. Por eso, la chance de llevar a cabo un proyecto cultural junto a una amiga o visitar la ciudad de un poeta admirado le imprimen al texto un tono esperanzador. En este sentido, Las cosas menores no se agota únicamente en la verbalización de la tristeza que supone el fallecimiento de un ser querido, sino que también explora aquellos sentimientos más luminosos y que, en definitiva, son a través de los cuales podemos cicatrizar y sanarnos. Se nos cuenta una historia biográfica compleja que incluye un exilio forzoso, la fractura de una familia, una adolescencia con trastornos alimenticios y el deseo de recomponer una relación filial. Pero además de eso están las pasiones, el amor y la amistad. Sustantivos enormes que, no obstante, en Las cosas menores se materializan por medio de detalles simples y acciones minúsculas. Vivencias a lo mejor imperceptibles que, al fin y al cabo, terminan siendo las que valen la pena. Y buena parte de eso tiene que ver con cuestiones referidas a la lectura en la medida en que ese acto nos permite resignificar a cada instante eso que nos pasa. Allí se explica el desborde metatextual, la necesidad de Giuliana Migale Rocco de incluir tantas referencias y citar a tiempo completo: “Uno de mis escritores preferidos dijo que hay problemas que solo tienen solución en la obra poética. ¿Existe alguna afirmación más bella y verdadera que esa?” Y lo que se cristaliza en Las cosas menores es una enorme confianza en el discurso de la poesía. Una fuerza centrípeta que acciona en todos los órdenes de la vida diaria, para nombrar lo que nos resulta imposible decir y, casi siempre también, darnos una suerte de refugio.
Las cosas menores
Giuliana Migale Rocco
Tenemos las máquinas
2024
138 páginas