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MOTOR MAIDS: UN VIAJE MARAVILLOSO DE RON PADGETT

Pastiche, divertimento, reescritura caricaturesca; Motor Maids: Un viaje maravilloso es la única novela hasta el momento del poeta estadounidense Ron Padgett (1942) –recientemente conocido por la aparición de sus poemas en la película Paterson, de Jim Jarmusch.

por Sebastián Menegaz

Hay un poema de Kenneth Koch (1925-2002) recopilado y traducido por Enrique Luis Revol en los setenta (Poetas norteamericanos contemporáneos, Librerías Fausto) que dice, decía: «Atravesamos el Océano Índico por diez centavos / Y nos internamos en África por cinco / La refrescante Argentina / Nos recompensó con muchos coches de plata / A cambio de nuestro tren de juguete». Más allá de la parte que nos toca: cuadrante privilegiado en el mapa de los sueños de un escritor-niño —que en el caso de Nueva York, suelen ser, de tal prosapia, los hijos de William Carlos Williams— el pedigrí de estos versos de Koch se ratifica en el Wonderland de Ron Padgett. Pedigrí o pelaje. Wonderland o, mejor, Kensington Gardens. Por no decir país narrativo. Por no decir: esta, la única novela que le conocemos al poeta neoyorkino nacido en Tulsa, Oklahoma, en 1942.

No es para menos: el libro no sólo está dedicado a la memoria de Kenneth Koch (suerte de Virgilio del propio Padgett en el círculo de la Escuela de Nueva York, la misma donde Jackson Pollock funge de Purgatorio) sino que es de Koch la mano que chorrea —ya que se mencionó a Pollock— el primer drip (goteo, hilillo, desvío). Hablamos de los tempranos sesenta. «Buscando al azar cosas curiosas que leer, compré un libro para chicas adolescentes titulado Motor Maids across the Continent (1911)». Son las palabras del propio Padgett. La autora era una tal Katherine Stokes y las Motor Maids, al parecer, una saga: School Days, In Fair Japan, At Sunrise Camp (sustantivo avant la lettre) y la librería una de usados de la calle 23 West, en Manhattan. Esa misma tarde, Padgett se reunió con Kenneth Koch en el despacho del segundo en la Universidad de Columbia. Koch le pidió el viejo libro, lo abrió, leyó algunas frases, tomó un lápiz y se puso a corregir el texto. «Cuando leí su versión, me partí de la risa —recuerda Padgett—y nada más volver a mi casa continué lo que había iniciado él». (Lo continuó, por cierto, durante medio siglo: menos un trabajo de Hércules que de Peter Pan.)

El resultado es un cartoon. (Lo que nos recuerda —I Remember, insistirá Joe Brainard, paisano y cómplice de Padgett) que Koch y John Ashbery escribieron a cuatro manos el poema ‘Una postal para Popeye’…) Una novela de carretera, camp y maliciosa, con el montaje de los Looney Tunes y el sentido del paso (y el ridículo) de Wes Anderson. Del Capra de Lo que sucedió aquella noche (todos los personajes masculinos parecen emojis de Clark Gable) o Cupido motorizado (que en sintonía con los imponderables badenes deícticos de la traducción española, en la península se llamó Ahí va ese bólido). En este caso: El Cometa, rojo como el cielo del primer sol de la mañana que estira su sombra, «a toda velocidad desde Chicago a San Francisco, con toda la belleza de su maquinaria en armonía perfecta y el cristal pulido de su parabrisas devolviendo los cuatro rostros felices de las Motor Maids», las jovencitas Billie, Nancy, Elinor y Mary, junto al rostro inescrutable de su tía, Miss Campbell, encarando la primera de sus muchas aventuras: asistir al aterrizaje forzoso de un aeroplano junto a la carretera, del que desciende, quitándose las antiparras y algo aturdido, Blaise Cendrars…

«Loquísima» y «deliciosa» son los adjetivos que socorren a Eduardo Lago para examinar la lectura de este storytelling concept de Ron Padgett, en un prólogo radiado por la misma melancolía lúdica de su objeto. Es que la toolbar de las vanguardias se despliega en Padgett sobre el entorno gráfico de nuestra educación pop, no existencial. No es Nadja (novela insignia del surrealismo plomazo) es A Nest of Ninnies. Que curiosamente: nació en otro auto, cuando James Schuyler le dijo a John Ashbery: «¿Por qué no escribimos una novela? Es fácil: escribí ahora la primera línea». No es la única similitud con Motor Maids: también la escribieron durante décadas. Pero la escena de Padgett y Koch es anterior. (En un tercer auto, volviendo de Brooklyn a Manhattan, después de haber cenado en casa de Paul Auster, Padgett y Jim Jarmusch se hicieron amigos recitando a William Carlos Williams de memoria: fue el origen —siempre adventicio, siempre dichoso, siempre con la infancia en la punta de la lengua— de sus prestaciones secretas en Paterson, el film de Jarmusch, por las que Padgett es más misteriosamente conocido.)

Motor Maids es un divertimento (viniendo de tal vecindario un código del hampa) donde se refractan las siluetas de ese movimiento informal, multidisciplinario, suerte de comitiva afectiva de agentes inorgánicos, que fue la Escuela de Nueva York, y su programa temperamental: balancear el peso muerto de la poesía confesional (las nubes negras de Robert Lowell, de Sylvia Plath, de Theodore Roethke) como quien pica a T.S. Eliot con una vara. Menos parricidas pesarosos (o malcriados beatniks) que alegres saqueadores de cadáveres. No obstante, la bête noire, como sucede a menudo, se haga el muerto: «Los poetas inmaduros imitan; los poetas maduros roban; los malos poetas desfiguran lo que toman, y los buenos poetas lo convierten en algo mejor (…) Un buen poeta normalmente tomará prestado de autores remotos en el tiempo, o extraños en la lengua, o diversos en los intereses». Esta autoafirmación encubierta de la propia poética de Eliot le calza a la novela de Padgett como un guante: es una victoria más de quien siempre ríe último, reímos: el lector.       

Motor Maids: Un viaje maravilloso

Ron Padgett

Firmamento Editores 

Prólogo: Eduardo Lago

Traducción: Diego Garrido

2022

176 páginas

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