Literatura
El 7 y 8 de septiembre tuvo lugar el 2° Festival Americano de Poesía en Hurlingham (Faph!) organizado por la Subsecretaría de Cultura y la Municipalidad de Hurlingham. En el auditorio del Centro Cultural Leopoldo Marechal, al cierre de la primera jornada del día sábado, el escritor I Acevedo (Tandil, 1983) leyó estas palabras que abrazan la premisa americanista del festival; una reflexión sobre la “experiencia totalizante de vivir en la emergencia”.
Por I Acevedo
Parece que me encuentro en condiciones de comenzar este breve relato. La oportunidad de este encuentro me permite intercambiar algunas ideas con ustedes, compañeras, compañeros y compañeres con quienes compartimos amplias expectativas por el futuro de Nuestra América. Ya he comentado, en otra oportunidad, que, pasados veinticuatro años en el siglo veintiuno, es bueno tomarnos la costumbre de desnormalizar nuestras fantasías evolucionistas, infiltradas en nuestra forma de pensar, desear y comprender las cosas, una fantasía evolucionista inmersa en nuestra tan argentina pasión por la interpretación, por la lectura. Ya que la humanidad no evoluciona y no evolucionará, simplemente porque nunca lo ha hecho. El evolucionismo, además de su inconveniente idea de un futuro definido delineó también una idea de humanidad voluntarista que no existe como tal: pues somos con el mundo, y en él se encuentran fuerzas no humanas que nos llevan y nos traen sin que muchas cosas que creemos buenas y justas las podamos lograr. Un ejemplo de esto es el granizo, situación adversa del clima en estas latitudes, que consiste en duras piedras de hielo que brotan desde las nubes sin que nada podamos hacer al respecto, tan siquiera, a veces, y a pesar de nuestro excelente Servicio Meteorológico Nacional, predecirlas. Sin contar las exterminadoras, caóticas e incontrolables consecuencias de nuestras acciones a lo largo y a lo ancho del planeta, y aún más allá de él, en la Luna, en Marte y alguna que otra estrella de la galaxia. ¿O no lo anticipó así Perón en La comunidad organizada, comentando que una tercera etapa de la política advendría al momento de ser globalmente concientes de esta cuestión y vernos dispuestos a la paz mundial y a la protección de los recursos naturales?
Quería que cada oración de este relato contuviera una idea precisa, y me gusta imaginar, en la soledad de este cuarto, en el silencio nocturno, visualizando sus rostros atentos a mis palabras, que lo estoy logrando. Pero alguien podría interrumpirme. Mi sobrino podría despertarse, dolorida su rodilla, y mi hermana Julia debería levantarse para darle el remedio, buscar agua en la cocina y asomar su rostro sorprendido exclamando: ¿Estás acá, trabajando? ¡Ya es tarde! Y encima, verme fumando y terminándome la botella de vino barato y medio picada que de milagro estaba en la heladera, restos de un almuerzo del domingo pasado, un día antes de que llegara toda mi familia a instalarse en casa a causa de la intervención en la rodilla que debía realizarse mi sobri en el Garrahan. El azar lo rodea todo. Los papeles con los que armé este cigarrillo los tenía de casualidad, los encontré escondidos en el cajón de la ropa interior, donde, de milagro, no los agarró el gato y los despedazó. Escucho ruidos terribles, objetos volcados por las garras del gato más chico, un salvaje, que podrían despertar a mis hermanas, mi sobrino, mi cuñado o a Gre. Temo por su descanso y temo por lo frágil del silencio y la soledad de la noche. Pienso que algún escritor solemne podría decir que estos dramas personales son bastante mediocres, pero tal vez no sabe que si para él no son dramas es porque su vida de escritor es muy cómoda, porque su señora sabe bien que en las horas en que él escribe no debe molestarlo con interrupciones domésticas que contaminen su sagrada escritura.
Lo cierto es que las principales tendencias políticas que vivimos hoy carecen de la humildad requerida por la tarea que menciono: asumir que las cosas no necesariamente “mejoran” o “evolucionan”, y dejar de vivir las catástrofes como una excepción terrible que fue nuestra responsabilidad evitar, y fracasamos en hacerlo. Del lado derecho, fuerzas que pugnan por acelerar brutalmente el imperio de un capitalismo devorador que quiere un futuro de bienes y servicios para unos pocos: qué mejor vida podríamos tener, me pregunto, aparte de agua corriente caliente, un techo, ir a la escuela? De nuestro lado, la novedad de un humanismo loable y solidario, sí, pero que se niega a considerar que Videla también era un ser humano, que por muy mal que nos pese él era humano, demasiado humano, y que si él no lo es, entonces ¿quién dicta quién es humano y quién no? Pues, cuando a un gobierno nefasto le toca decir quién es humano y quién no es que estamos como estamos. De manera macabra o voluntarista, estas tendencias borran el paradigma de los derechos humanos, borran de un plumazo la igualdad universal, lo cual es un error del peronismo que justamente acaba de ser subrayado el día de ayer por nuestra presidenta Cristina, la misma semana en que se cumplen dos años de su intento de magnicidio, por cierto. La situación es preocupante, y podemos, francamente, plantear esta crítica, pues estamos entre compañeres, sin temor a meter la pata por falta de conocimiento y sin que intentar filosofar y pensar de manera abierta y esperanzadora pueda criticársenos, pues si no estamos para eso, ¿para qué estaríamos? Podemos tomarnos la tarea de pensar, sin que esto se sienta como un escamoteo de la acción concreta (la cual, por lo demás, ya propuse, en las primeras líneas de este relato), y sin que una mirada optimista se sienta como una perspectiva inocente de la realidad, situación que ya fue zanjada históricamente cuando David Viñas, un intelectual argentino, acusó a Cristina de ser muy optimista, y ella le respondió: “usted es un intelectual, y tiene la tarea de ser pesimista, pero yo soy una militante política, y mi tarea es cambiar las cosas, y siento que puedo hacerlo”. En este cruce me gustaría situarme, pues estoy en este escenario con la tarea de decir algo. En mi caso, se da, por añadidura, que soy un narrador, y debería yo insertar algún tipo de relato en este texto.
Ya que la fantasía evolucionista basa su éxito en la gran contención que implica conocer el futuro de la humanidad, de saber o no saber, de eso se trata la historia.
Mi padre era un hombre de campo, nacido en La Pampa, en 1930, cuando la provincia aún era denominada “territorio nacional”. Es la segunda provincia con menos densidad poblacional del país, luego de Tierra del Fuego. Es una tierra árida, donde llueve poco. A la edad de tres años, pasó a vivir a la provincia de Buenos Aires, en la zona de Tandil. Y en el día de llegar a este lugar, una lluvia torrencial cayó del cielo y esto provocó una honda impresión en él. Llamémoslo miedo. O acuafobia. A partir de ese momento, se dedicó a estudiar el cielo, las nubes, el viento, el comportamiento climático cíclico, a través de las estaciones, viéndose en la capacidad de poder predecir, (al igual que mucha gente de campo, por cierto) cuándo iba a llover y cuándo no, cuándo vendría una temporada lluviosa y cuándo una sequía. El podía saber si iba a llover, y por lo tanto, cuándo era bueno cosechar, qué hacer con la siembra. Algo que hasta el día de hoy, a todos los terratenientes, nacionales o no, también les importa, más allá de que puedan especular reteniendo millones y millones de dólares en sus silos. Mi padre se sentía eufórico al comprobar que había acertado en sus pronósticos. Pero siempre intentaba reivindicarse: yo lo dije: yo dije que no iba a llover, se enorgullecía. ¿Por qué? Porque a veces, las personas confiaban en el pronóstico del SMT, y veían que luego, el pronóstico había sido errado. Entonces él decía: ¡yo tenía razón, y el SMT no sabe nada, nada, nada! Si toda la gente de la zona se hubiera confiado en sus pronósticos, quizás mi padre hubiera vivido una vida más pacífica, pero no era así. La gente parecía insegura, frustrada, ¿Lloverá? ¿Podré cosechar? ¿Habrá que suspender la jineteada? ¡Hubo que suspender la jineteada!, se lamentaban. Y él decía: Yo dije que no iba a caer ni una sola gota! Un día mi madre le sugirió que publicara sus pronósticos en el diario local, y a partir de ese momento, él se sintió mucho más tranquilo. Ya que para él no era suficiente con saber si llovería, él precisaba saber que todos sabían que él sabía. El saber otorga un reconocimiento social sin el cual es muy difícil vivir en este mundo.
Todxs queremos tener una certeza compartida. Queremos saber dónde están los papeles de Walsh. Dónde está su cuerpo. Dónde están las personas robadas por los militares cuando eran bebés. Quién mandó a matar a Cristina. Y a Marielle Franco. Queremos saber quién será candidato/a en las próximas elecciones. A nadie se le ocurre ponerse a rezarle al Gauchito Gil (cuya imagen está enfrente mío en este cuarto) para que estos datos vean la luz. Aún cuando las cosas estén por fuera de nuestro control precisamos saber y hacer algo al respecto.
Acabo de tomarme el último vaso de este humilde vino y no quisiera extenderme ya demasiado. Después de todo, la poesía es más breve que la prosa, y corresponde que me ajuste un poco a los tiempos del evento.
Lamentablemente, el gato viene a reclamarme atención, agua, o comida, no lo sé, por si acaso le doy un poco de cada una, antes de que empiece a maullar como loco y despierte a toda la familia. Cuando me reclama, los ojos de mi gato Leo se vuelven nubosos, como una tiniebla. Lo cual me recuerda las intensas sensaciones que tuve que hace un rato, pasada la medianoche, cuando me dispuse a empezar a escribir, en la computadora, en el living, con mi hermana menor dormida en un colchón, atrás mío, me dispuse a entrar en la tarea, y primero me puse a leer el diario, (mi hermana roncaba) y a mi izquierda, un colchón en vertical, el colchón donde me pondría a dormir luego de finalizada mi tarea, cubría levemente mi cuerpo como una especie de biombo, para el caso de que mi otra hermana se levantara para ir a la cocina para darle el jarabe a Ciro y no fuera a ser visto yo en esta íntima tarea nocturna, pero no lograba concentrarme, el teclado hacía mucho ruido, podía despertar a mi hermana y no sabía realmente si ella dormía o no. No sabía si estaba del todo solo. La imposibilidad de concentrarme me hizo sentir infinitamente agotado, con la perspectiva de una noche larga dando vueltas, esforzándome locamente para poder escribir. Así comprendí que lo mejor sería llevar la computadora al cuarto del fondo, donde está la aspiradora, un horno viejo, y los libros de varones cis (división genérica que hice en mi biblitoeca hace varios años, y fue quedando así). Así que saqué la silla de al lado de mi escritorio y en ese hueco extendí mi colchón en el suelo. Preparé la cama en la que, en unas horas, me tendería a dormir hasta las ocho del sábado, porque tengo que levantarme para llevar a fútbol a Gre. El ver esas sábanas y frazadas y saber que pronto dormiría en ese finito pero cálido colchón, me hizo tener fe de que terminaría pronto esta tarea. Apagué la luz del inmenso monitor. El living quedó en la oscuridad. Agarré mi pc portátil, la botella de vino, el vaso medio lleno, y empecé a desplazarme en la tiniebla hacia el cuartucho. Quienes vivimos en el campo tenemos la capacidad de ver en la oscuridad, comprobé, algo que hoy, en mi trabajo, leí en un diario mural carcelario, en un relato escrito por un militante político en que un obrero metalúrgico y un campesino charlando en la cárcel, ambos presos políticos, comprueban que deben unirse en pos de destruir la oligarquía, esto pasó en el año 59, en la cárcel de Caseros, Buenos Aires, Argentina. Pisé en la oscuridad, vi todo marrón, me sentí ciego, el gato caminaba adelante mío, yo lo seguía. Quise ser como él. Liviano, ver todo. Vi el perfil de una silla pesada, que podría hacer un ruido espantoso si me tropezaba con ella, la esquivé. Estar en la casi completa oscuridad y avanzar. Saber de memoria el lugar, porque es mi casa, pero como está ocupada esta semana por toda mi familia, todos los muebles están por cualquier lado… Saber que debo avanzar, pero no saber bien por dónde, moverme despacio, pisar suave, como un actor que simula ser un ladrón. Saber y no saber, pues jamás fui un ladrón, tampoco un actor, tampoco un gato. Atravesar la puerta de la cocina, tomar una tapa de frasco que hace las veces de cenicero, y llegar a este glorioso cuartucho. Prender la luz. Abrir levemente las ventanas del lavadero, para poder fumar, pero solo un poco, para que los murciélagos del barrio no se cuelen por ahí (tal vez, no lo sé). Colocar el tabaco en la mesa, el cenicero, el vino. Visualizar el cuadro del Gauchito Gil, abrir la computadora. Qué afortunado soy. Ojalá fuera suficiente con que cada uno pudiera realizar bien su tarea cueste lo que cueste, pensé.
Todo texto debe tener un final, pero la realidad es que al comenzar este relato, ni siquiera sabía cuál sería el comienzo. Son las dos y treinta y ocho de la noche, Dios mío, debería, por mi salud, terminar de una buena vez con la bendita manía de querer escribir un texto a último momento. Pero ahora entiendo mejor por qué necesito hacerlo así, se ve que necesito saber, hasta el último momento, qué ha pasado en este país en este día. Claramente, si hubiera escrito ayer este relato no habría podido leer el documento de Cristina. Cada día, en esta tierra bendita, que tal vez no sea la mejor nación del mundo, como lo es algún que otro país, según lo afirman sus candidatas presidenciales por aquí y por allí, en parte porque en Argentina viven varias naciones, en parte porque la idea es pensarnos americanes y hermanxs, y no uninacionales, pero que es una tierra hermosa y llena de sueños, y que puede aportar tanto al concierto americano, en esta tierra, digo, ocurren novedades y catástrofes que la sacuden sin cesar, todo el tiempo, y que muchas veces nos impiden la posibilidad de planificar, al obligarnos a atender a las emergencias más básicas, pero no por eso nos castigamos, sino que seguimos, y lo hacemos, a pesar de todo, preparándonos para lo que vendrá como se pueda; rescato entonces algún tipo de saber, para este concierto americano, uno muy fuerte: una experiencia totalizante de vivir en la emergencia, respondiendo diestramente al aquí y ahora, como gatos, esquivando, saltando locamente, a veces en retrocesos terribles, y lanzados, amortiguada la caída, replegándonos, solapados cuando hay oscuridad, cuando hay tinieblas, para después volver, pies de gato.
Festival Americano de Poesía en Hurlingham. Sábado 7 de septiembre de 2024.
I Acevedo (Tandil, 1983). Vive en Buenos Aires. Publicó cuentos, novelas y ensayos, entre otros: Jajaja (Mansalva, 2017), Late un corazón (Rosa Iceberg, 2019), Abrazo al futuro (La Libre, 2024) Una idea genial (Mansalva, 2010) y los ensayos Algo se mueve. El cuento después de Walsh (2021, Eme editorial). Durante 2022 publicó Diario de los quince. La aventura de escribir (Bosque energético). Como dramaturgo, realiza la obra de teatro Cómo saber si gusta de ti.