logo

POLVERA DE LAS ENCICLOPEDIAS, DE ARTURO CARRERA Y GERARDO JORGE

RESEÑA
por Nicolás Ricci

Un breviario que indaga sobre poesía desde la propia escritura poética, Polvera de las enciclopedias de Arturo Carrera y Gerardo Jorge tantea la posibilidad de nuevos decires en un contexto de aparente orfandad teórica y discursiva. ¿Puede el poema ensayar un nuevo valor de verdad?

Para el librero que ubica objetos en estantes categorizados, para el editor que encadena el libro a una colección al menos provisoriamente vinculada vía género discursivo, Polvera de las enciclopedias admite el rótulo de “ensayo”, pero el entramado interno lo pone en duda constantemente. El último libro de Arturo Carrera y Gerardo Jorge se suma, así, al catálogo de ensayos que edita Mansalva bajo el nombre Campo Real, pero hace méritos para escaparse de él. La premisa es en apariencia simple: una cita propone un tema y desde allí se escribe. Cincuenta y siete entradas tipo enciclopedia, un prólogo y un epílogo. El libro, nacido de subrayados pero también del oído atento al discurso social, empieza por una frase disparadora que puede provenir de un autor consagrado, o de amigos, o de niños, hijos de amigos. El procedimiento consiste en tejer citas y zapar sobre ellas; una zapada que se alimenta de recursos académicos, filosóficos y en gran medida líricos. Ciertos párrafos se sostienen sobre el armado virtuoso de una prosa poética, que se va por las ramas, que deja de hablar “de” poesía y pasa a hablar poesía.

Una frase inaugura la cuestión: “¿Cómo hablar de la poesía?” En principio, el libro parece proponer una respuesta: desde y a través de la poesía. No hay, al menos en este ejercicio reflexivo pero también performático, un lenguaje que, desde fuera de la poesía, tenga la capacidad de abordar el tema por sí mismo. El texto, que parece partir de una intención explicativa y hasta didáctica, rodea y tantea y, paulatinamente, deviene poesía. Los primeros textos parecen ensayos, o meditaciones no totalmente ajenas al post de blog en su época de oro, pero de a poco la diagramación incurre en mecanismos de extrañamiento lingüístico y tipográfico, y uno comprende que el discurso ha ido entrando en el terreno de la poesía, que deja de ser objeto y se vuelve idioma. El resultado es un vaivén entre la escritura ensayística y la poética, donde la prosa se mezcla con estrofas de verso libre. Pero además, el propio párrafo toma características de estrofa: en vez de terminar en punto, se suspende el texto en una coma, y abajo se abre otro párrafo, que continúa una idea vecina. A la mitad del libro, hay un apartado, uno solo, enteramente versificado.

En esto, se da un curioso reparto entre prosa y verso: contrariando la expectativa del lector obediente, los pasajes en prosa gozan de más soltura poética que los de verso libre, que podrían entenderse como “prosa cortada”. Aunque de a ratos explicativa, la prosa es por lo general extremadamente indirecta, alusiva, y muchas veces elude la interpretación, lo que facilita la entrada de lo lírico en lo reflexivo. Además, la prosa se permite licencias poéticas continuas. Se suspende la puntuación para acentuar un ritmo (“la voz el cuerpo la imagen”, “cruza traza conecta”, “una grieta un canal la roca”). En otros momentos, los autores se dejan tentar por las posibilidades sonoras, y así aparecen seguido la paronimia y la aliteración (“imposible, impasible”, “ríe, roe”, “se hace tris, triza”).

El libro no llega a una conclusión, ni sostiene una hipótesis principal, y en este sentido no es una unidad cerrada, como podría serlo un tratado, sino más bien un breviario. Eso es parte de su encanto. No podía tener conclusión (de hecho, el brevísimo epílogo, más que cerrar, abre –en el sentido quirúrgico de realizar una incisión– la categoría misma de autor: Carrera y Jorge son “dos que son cuatro, siete o veinte”… contenemos multitudes, yo es un otro) un libro que parece surgir del anonadamiento ante algo que no nombra pero que podría resumirse en un término odioso: “posverdad”. Hay diseminado en el libro un cuerpo semántico que insiste: orfandad, esterilidad de los dogmas, bastardía, incertidumbre, son categorías que vuelven a lo largo del texto. Allí se plantea que vivimos tiempos de “inestabilidad”, que además de su connotación sociopolítica, debe ser entendida como inestabilidad teórica, y más generalmente, cultural; muy seguido, aparece cierto sano fastidio por “la selva de lo sedante-intuitivo que nos postra” o el “lenguaje licuado de la mascarada cultural”. (Las numerosísimas citas y nombres de autores canónicos, quizás, le juegan en contra al planteo de la orfandad).

Desde que el orden simbólico social voló en pedazos, lo que alguna vez fue materia de certezas hoy es polvo, esporas, meras partículas en el aire. La apuesta formal consiste en componer un ensayo (o un poema, o un poema-ensayo) para los tiempos que corren: una escritura descentrada, indeterminada… pulverizada. Por eso, el trabajo crítico se encara desde la “desposesión”, articulando una “dispersión de contenido”, en busca de algo “descompuesto, perdido”. Pero esta metapoética es a la vez afirmación de algo; si el polvo connota ruina, las esporas (“polvera” es el hongo que las emite) denotan (re)producción. Como en aquel soneto de Quevedo, que también hablaba de polvo y ceniza, el libro parece afirmar: “serán ceniza, mas tendrá sentido”. Es decir que la poesía prevalece. Como método hacia una nueva verdad, hacia aquello que solo ella puede decir, como un “espacio donde vivir de manera más genuina”, la poesía es el territorio de la “supervivencia” ante tanta realidad estallada.

Polvera de las enciclopedias
Arturo Carrera y Gerardo Jorge
Mansalva
2023
128 pág.

Comparti la nota

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp
Telegram