En mayo se presentó el libro de Darío Poterala editado por Media Res. Un extenso poema que aborda el impacto de la represa de Yacyretá en Misiones, marcado por el habla local, el conflicto y la memoria. El poeta Daniel Durand leyó estas palabras a modo de comentario, desde una lectura atravesada por su historia personal: su infancia desplazada por la represa de Salto Grande.
Hola, buenas noches. Vamos a presentar Cota 83, el libro de Darío Poterala.
Pero antes quiero decir algo personal: este libro me toca profundamente porque yo también vengo de un desplazamiento similar. En 1976, cuando tenía 12 años, se construyó la represa de Salto Grande, y mi lugar de origen —Salto Grande, Entre Ríos, mi paraíso infantil— fue inundado. Lo que era mi casa, mi paisaje, mi río, quedó sepultado bajo 30 metros de agua. A los 14, 15 años, reemplacé ese lugar idílico desaparecido y empecé a escribir poesía. Y en mí, desde entonces, la poesía ocupa el lugar del río del que fui desplazado. Escribo porque no puedo volver. Escribo desde el fondo de ese lago artificial.
Por eso Cota 83 me resuena tanto, su poema nace de un desplazamiento igual de hondo. Un desplazamiento del río a la escritura. Del habla local a una lengua poética mestiza. Lo que está frente a nuestros ojos ya no es el paisaje de Misiones, sino el habla de quienes lo habitan, atravesada por el guaraní, por la protesta, por la vida cotidiana, por la ironía y la pérdida. Cota 83 es un poema donde el habla resiste, donde la poesía es la forma que toma una memoria que no se quiere hundir.
Lo que vamos a entender —o desde donde vamos a partir— al hablar de Cota 83 es que ese número, esa marca topográfica, señala algo más que una altitud: señala un umbral de desplazamiento. Porque todo lo que queda por debajo de esa cota es zona de sacrificio. La represa de Yacyretá, como toda gran obra de infraestructura impuesta por los gobiernos, produjo el desplazamiento de comunidades enteras. Habitantes, barrios, costumbres, palabras, fueron arrasados o reubicados. Pero está también la marca de la readaptación obligada, la del ribereño que pasa de pescador a albañil chapucero o el que se convierte en bagallero de la triple frontera y entra, también por situación acuciante, a vivir del tráfico ilegal de mercancías, por ejemplo.
Su poema puede leerse como un desplazamiento igualmente radical: un desplazamiento desde el río a la poesía, desde la voz local a la escritura. Lo que habla no es sólo él, sino una lengua que viene marcada por el habla misionera, por la mezcla con el guaraní, por los trabajos, por la vida cotidiana, por el conflicto.
Frente a nuestros ojos ya no está el río, sino su traducción. No vemos el paisaje natural, sino los efectos culturales de su transformación forzada: la metrópolis como nuevo horizonte, como imposición. Y la poesía como forma de resistir y reescribir ese mapa. El poema de Poterala trabaja, con mucho oído —y de muchas maneras— con el habla, las actividades y las memorias de toda esa población. Leerlo es volver a habitar un lugar desplazado.
Pero quizás lo más importante en el caso de esta obra de Poterala es cómo opera el proceso escritural y lingüístico que se da en situaciones donde lo natural arrasado también abre una brecha para que allí la lengua encuentre un camino nuevo, una nueva expresión y una voz nueva.
Esa voz no narra la pérdida con nostalgia: la narra con rabia, con ironía, con un oído finísimo para la violencia de lo que se impone desde arriba. Cota 83 no es un libro que recuerda: es un libro que discute. Que se planta. Que toma la palabra como forma de volver.
Por otro lado, Cota 83 también es un libro que se inscribe en una tradición poética relativamente nueva en la literatura rioplatense, pero no falta de autores ya consagrados dentro de la misma, me refiero a lo que se conoce como panlingüismo o literatura de la triple frontera, o parafraseando a Poterala “literatura brazucureparagua”, dentro de la cual podemos reconocer obras canónicas como “Mar paraguayo” de Wilson Bueno, la poesía de Jorge Kanese, la poesía y actividad editorial de Douglas Dieguez y su Editora de los Bugres, los “33 Soretos Deskompuestos” de Marcelo Silva y toda la actividad literaria y traductora de Leonce Lupette, solo por nombrar algunos autores. A esa tradición que junta, mezcla y remixa el español, el portugués y el guaraní, e inventa una lengua nueva, ahora también se suma Cota 83 de Darío Poterala.