El pasado 7 de diciembre, falleció a los 96 años Ramón Gumercindo Cidade Morel, más conocido como Ramón Ayala. Enorme poeta, músico y pintor, marcó a través de su obra y figura el arte americano con un acento especial en la música del país y del Litoral. Pero como, al decir del mismo Ayala, “la poesía es la magia de la palabra”, Hurlingham Post recupera una conversación (*) que tuvo hace unos años con la escritora Marina Closs; en ella, el cantautor reflexiona al estilo propio sobre el quehacer artístico, su abolengo continental, y los desencuentros posibles entre música y verdad.
Por Marina Closs
Dice Ramón Ayala que el canto es capaz de surgir del barro, creando ciudades y caminos. Que los caminos lo son todo. Que nada en el mundo está quieto y que, así como el mundo gira, así corre también la sangre en el interior del hombre. Dice Ramón Ayala que el hombre es capaz de llevar en su pulso el rumbo del planeta. Todo esto, nos dice en un segundo, y sin que tengamos tiempo de prender el grabador, de modo que sacamos la libreta y empezamos a tomar inmediatamente nota. Cuando nos da un respiro, estamos a punto de suspender nuestra primera pregunta para pedirle que vuelva a repetírnoslo todo, desde el comienzo:
¿Desde dónde, a través de qué y por dónde conducen los caminos hasta Ramón Ayala?
R.A.: (Se ríe) El viaje empieza con un tátara-abuelo mío: Jean Morel, un francés inquieto, joven, amante de la vida, el misterio y la fortuna. Se largó en busca de oros enterrados, leyendas y mujeres bellas. Peleó en el ejército del Mariscal López. Se casó con una paraguayita y tuvo un hijo al que llamó Juan de Dios Morel. Pronto saldrá el libro en que narro parte de sus aventuras. Las canciones de cuna de ese niño fueron los disparos de los cañones de la guerra. Como nació en el estallido, jugó toda su infancia con la vida y con la muerte. Con su amigo Cambacho, cruzó un día el Paraná, desde el Paraguay, en una barquita hasta Misiones.
De modo que de Francia al Paraguay y del Paraguay a Misiones…
R.A.: De la costa del Paraná, entre lavanderas, Juan de Dios viaja hasta Posadas y de Posadas al pequeño asentamiento de Loreto. Allá, el niño crece y un día se casa. Tiene cinco hijos. Entre ellos, mi mamá, María Dolores Morel.
Así es que usted no es solo el único sobreviviente de una familia de siete miembros, sino que tiene también a sus espaldas un larguísimo viaje…
R.A.: Un viaje que va de hombre en hombre y de paisaje en paisaje. Yo tengo a mis espaldas la guerra grande de los aliados contra el Paraguay. He vivido detrás de esa guerra. Yo subía y bajaba cotidianamente de un colectivo, con el hedor de la sangre, con las balas que pasaban, con la cabeza del caballo que volaba con el tiro de un cañonazo. No podía salir de esa guerra, peligraba a cada minuto morirme ahí. Estaba en el horror de aquellas balas, aquel paisaje era mi mundo.
Así como vivió la guerra de sus abuelos en relatos y libros, usted se vio un día también envuelto en las “selvas de la guitarra, de la poesía y del canto.” Pero en cuanto a países lejanos, todos sus viajes, Ramón, parecen ser viajes de regreso a Misiones…
R.A.: Me prendo en el paisaje y me lo llevo puesto. Hasta mis dibujos son un modo de tomar notas. De un paisaje, de un rostro. Con el paisaje a cuestas, escribí Posadeña Linda en Barcelona y Un día en tu vida, estando en Irak.
Sus abuelos Morel fueron de Francia a Paraguay y del Paraguay a Misiones. Usted, Ramón, de Misiones, ¿a dónde?
R.A.: Como una catapulta del tiempo hacia el horizonte… ¿Sabés? A Cristóbal Colón todo el mundo, hasta los secretarios de Dios, los gerentes de Dios, le decían que la tierra era un plano. Y que donde el agua se cortaba, estaba el final: el cielo y el infierno. Pero él dijo: “No, puta. Voy a mirar”. Cada vez que se acercaba, el horizonte se alejaba más. “Esto tiene que ser redondo”, se dijo, “¿Cómo se va a ir el horizonte? ¿A dónde se va?”. Y así, también yo me he roto los ojos en búsquedas. Y en búsquedas he roto una cantidad enorme de bocetos y papeles. Esos son los caminos que he elegido.
Me contaron que lo fascina, sobre todas las filosofías, la de Spinoza.
R.A.: Las demás me resultan intocables abstracciones. Pero Spinoza es un Dios. Me fascina el enigma del movimiento. Lo estatuario, en cambio, me disgusta.
¿Hay una estatua de Ramón Ayala?
R.A.: Sí, en la Bajada Vieja, en Posadas. Hace cinco o seis años, más o menos, no le doy mucha importancia. Es una jangada que va llevando un ser con una guitarra a manera de remo. La balsa va arriba de una serpiente, avanzando sobre las aguas. Y atrás un hombrecito, haciendo equilibrio, como un mbiguá. ¿No la conocés? ¡Pucha, che! (Se ríe).
Y hablando de movimientos y quietudes, ¿qué cree usted que rompe, en su música, con el status quo de la tradición litoraleña?
R.A.: Pienso que nada está quieto, ni siquiera las tradiciones. Uno es siempre capaz de transformar la aparente quietud de las cosas. Y si no lo hace uno, lo hace otro. Es como si el movimiento nos aguardara. El artista crea en cada obra una nueva naturaleza. La naturaleza, tal como es, ya está creada. El artista imprime su naturaleza en la naturaleza, y de esa manera, la vuelve a crear.
Con respecto a la música, ¿qué le resulta “falso” o ajeno a lo nuestro?
Las modas, el rock and roll. Los géneros impuestos por las grandes industrias. Eso no quiere decir que yo no sea un admirador de Freddy Mercury o que no existan también grandes campeones del rock o próceres del género. No estoy en contra de nadie, pero la verdad es una sola y pienso que, en el rock, hay más malos que buenos. Yo no creo en las modas. No creo en esa forma del devenir. Creo en la verdad que existe en los pueblos que tienen su música, sus maneras, sus costumbres. Alguien que hace música rock sin conocer la música de su país, es un extranjero dentro de su tierra. No conoce ni a sus propios próceres. Un artista debe venir de la verdad e ir con la verdad, ¿no es cierto? ¿Y qué propia verdad podés tener vos con una verdad ajena?
Entre tradiciones e industrias, ¿qué papel cree usted que juega entre los músicos el talento?
R.A.: Talento sin conocimiento… pálido instrumento. El talento nace con uno, está en uno, es como un virus. Pero sin conocimiento, no alcanza. Conocimiento quiere decir aprendizaje, práctica y dedicación. Por otra parte, hay muchos músicos consagrados que parece que tuvieran la cabeza solo para hacer juego con el cuerpo. Son personas que creen que están de vuelta, cuando todavía ni siquiera han partido. Todas sus canciones adolecen de hallazgos. En el baño, haciendo sus necesidades o bañándose, podrían lograr cosas más importantes.
Creemos que su poesía, dentro del folclore, es una de las pocas que alcanza un grado de refinamiento verdaderamente “literario”. ¿Lee mucho usted, Ramón? ¿Tiene alguna influencia libresca?
R.A.: Leo, sí, y también escribo. De todas maneras, yo creo que una poesía elaborada se corresponde más con una realidad elaborada que con otras elaboraciones de la realidad. Es decir, mis influencias vienen más de la luz, del paisaje, de la realidad que de los libros. La poesía es la magia de la palabra. Revela cosas ocultas, que uno no tiene el ejercicio de ver. La poesía nos hace el honor de encontrarnos con el misterio. Nos abre los ojos al encanto. Cosas que no vemos, no imaginamos siquiera, la poesía nos está revelando.
¿Qué cosas de la realidad le producen más ganas de escribir, pintar o componer?
R.A.: Yo creo que nada es pasajero ni intrascendente. Todo es fundamental. Cada minuto, este mismo instante se perdió para la eternidad. Pero la eternidad viaja con uno, si uno logra convertirla en arte.
Usted anda montado en tres eternidades juntas: la poesía, la música y la pintura. ¿Hay algún arte en el que se sienta más cómodo?
R.A.: No tengo un arte determinado. Tengo un tiempo determinado para ocuparme de ese arte. Pienso que en todo está la poesía, pero también la pintura y el color. No puedo elegir un arte. Todas son caminos por los que he ido llegando.
De pura curiosidad: con tantas cosas en la cabeza, versos, ideas, imágenes, nos imaginamos que usted debe ser una de esas personas que sufren de insomnio…
R.A.: Ya no. Antes sí, andaba todo el día como si estuviera a punto de explotar en pedazos. Pero hoy he logrado un manejo de mi mente. En este momento, por ejemplo, parece que los ojos se me abrieran y entrara más luz al cerebro, ¿tengo más grandes los ojos, ahora, no? (Se ríe) Así, puedo aquietarme cuando necesito. Además, está el humor. La risa libera endorfinas y lubrica. Las malarias cerebrales, como el odio, la envidia, que también son nuestras (más de unos que de otros), liberan ácidos, que en vez de lubricar, oxidan. Y yo le digo al público siempre: mejor lubricado que oxidado.
* Publicada originalmente en Misiones Online el 12 de marzo de 2017.