LiteraturaUna suerte de estoicismo calmo ante la intemperie. Estos poemas, que pertenecen al libro inédito Guardia de cenizas, albergan un bioma, una atmósfera particular, su propia flora y fauna. Sabrina Barrego (Luján, 1987) escribe como quien camina entre ruinas y pastizales, atenta a la inflexión del viento en las hojas, a las preguntas por las…
VIMOS a la gata saltar tres veces
sobre su eje y liberarse de su pretal
para subirse en un árbol.
Vimos a seis palomas balanceándose
en la cima de un ciprés.
Vimos a los jóvenes del lugar
tomando todos del mismo mate
suspendidos en el tiempo, vociferando,
jugando a la pelota,
vimos sus músculos flacos
por la mala alimentación,
las uñas del perro arañando
el hormigón de la plaza
mientras hablábamos de Paterson,
de Foster Wallace
y de las poéticas de los pueblos.
Vimos bandadas de aves volando en
V y luego en S
-te estás poniendo lírico que oís el viento
en los alambrados y te detenés
como la luna en una horqueta
por los plásticos que hacen sapito
en el sifón del canal-.
Vimos la red colgante de la canchita
bailando sola con las ráfagas.
Vimos a un aguilucho en un palo
contemplando todo lo que existe
buscando qué cazar.
Vimos el peligro latente en cada cosa.
Vimos las bicicletas cansadas de la fábrica
como el caballo de los paisanos
que suele saber a dónde y cuándo.
Vimos dos pájaros apareándose
pero, al final, eran tres porque
siempre el amor es un triángulo.
Vimos dos arcoíris aparecer y desintegrarse
luego de la amenaza de lluvia
y era todo el cielo una mancha de petróleo,
una macha que se lo come todo
mientras yo sigo pensando en el nombre
de esos tres pájaros de cogote amarillo
y la cabecita negra cantándole a la nada.
Vimos un caballo negro y otro zaino.
Vimos todos los patios con girasoles
y las viuditas brotando de las cunetas de las casas.
Vimos a los vecinos sentados en la vereda,
todos los años en sus barbas blancas,
vimos al José y a la Teresa
y a la María en una esquina como siempre curusiando.
Vimos la finca regada a manto
y a la gente de los hornos subiendo en fila al colectivo.
Vimos una huerta encima de las vías
y crecer a los maizales
por donde supo pasar el tren.
Vimos el monumento a un submarino hundido
en el medio del desierto.
Vimos al agua correr tranquila por las hijuelas
y furiosa por los canales.
Vimos la luna llena encima del cañaveral
y el final de los tiempos
donde van a morir los cardos rusos.
Vimos a la lechuza del campanario,
esa que viene a buscar a los muertos.
***
Será cuestión de volverse recelosa
como el tero que canta solo en el callejón
por la noche y lejos del nido despistando
para que no le rompan la casa.
Cantando como la chicharra,
que a pesar de la calor canta
como el ave -¿cómo el poeta?-
toda la vida la misma canción.
***
Si el poema fuese las campanadas
que se oyen a lo lejos por el callejón
y los nombres secretos de todo aquello
que pensamos que conocemos
y, sin buscarlo, nos conducen
a lo más íntimo de nuestras propias encrucijadas,
más adentro por ese cruce de caminos.
Ay lechuzas, ay pájaro bobo, ay cardo rodante
y cada una de las hojas de las copas
de los álamos que aletean
mostrando toda su cara oculta.
Si puedo dialogar con eso, lo demás no importa.
Si el poema fuese ese segundo escaso
que conocemos apenas,
un sonido familiar o irreconocible durante años,
esa música que nos canta desde las casas del fondo
arrastrándonos de yuyo en yuyo
por un tiempo desdibujado
a una tierra que nunca será nuestra
y a la que siempre se está por llegar.
***
A esta hora saldríamos a caminar
nos hablarían espacios verdes,
cardos, pájaros bobo,
bandadas de patos silvestres, hablan teros
nacen, se reproducen y no entendemos.
Seguiríamos sin entender.
Amor qué será de nosotros
que no vemos el otoño todavía
pero este viento nos alerta de su llegada.
Es difícil escribir un árbol
sin llegar a convertirte en él.
Nos quedaremos en este tiempo
solos como las lechuzas de la bodega
que cantan toda la noche sin detenerse
sin rumbo fijo, cantan
corriendo como el agua, como las nubes.
Y cuando estemos frente a la nada,
ese montón de palos secos
arrodillados sobre su pobre imaginación,
apuraremos los pasos
para que no fijen los ojos,
para cuidarnos de gualichos y de trampas,
porque la nada se abisma sobre aquello
que la mira detenidamente.
Amor ¿qué será de nosotros?
***
El frío tensa los músculos,
curte los rostros y las manos enrojece.
Si hasta las aves de estación
están más flacas y su plumaje ralo.
Desnuda frente a la ventana
seco mi cuerpo:
estos son mis pies que me trajeron
hasta acá,
esta es mi cadera, puntiaguda
y levemente desplazada,
este es mi pecho sibilante.
Coloco mis manos como un cuenco
sobre la caja que recubre
a los pulmones
para escuchar sus ruidos con los dedos,
la nota que devela
lo sagrado en cada cosa.
No temo que me descubran
ni a responder las preguntas
de las lechuzas que graznan
por las noches
en las que el viento amaina.
Alguna me mirará de frente
hasta que aflore la bestia que anida en mí.
El monte nos hará una reverencia.
***
Mi musa no es un caballo y yo no corro carreras*
Déjenme caminar por el callejón
con el olor a gallinero
y a las quemas.
El invierno teje sobre el paisaje
un abrigo de silencio,
pero si una se deja hablar
aún se oyen
los graznidos de las catas,
el viento en los eucaliptos, las lechuzas,
alguna radio y los tronidos de la fábrica.
Al otro lado de la calle,
relinchará un potrillo
y me mirará a los ojos,
manso.
Me gustan los animales de verdad.
Déjenme vivir con los caballos,
son buenos y son leales
y nunca orinan en la aguada de la que beben.
Cuando me llegan noticias de la ciudad
no hago más
que pensar en caballos,
cerdos, vacas y gallinas.
Déjenme
déjenme vivir entre las bestias,
pasé tanto tiempo entre ellas
y las conozco:
no pretenden ser algo que no son.
* Nick Cave
***
Guardia de cenizas
Mi madre arquea su cuerpo cargando agua.
Corro hacia la negrura.
Es carbón lo que solía ser hierba.
Las ráfagas despertaron con su furia
a la bestia que dormía.
La tierra está caliente,
está escarada la tierra.
El monte está hecho de crepitantes pasos,
el monte está lleno de agonizantes chillidos.
Nadie debería entrar en el monte esta mañana.
Teros en puntas de pie hurgan entre la nada.
El sol está anaranjado.
Columnas de humo dibujan trombas a lo lejos.
Rebotan los cardos rusos.
Si viniera,
si viniera un ave encendida
y se posara
como una lumbre sobre el cañaveral.
Las manos cuelgan
a mis costados como baldes,
alzo la vista y las cenizas
se abren ante mí como un océano.
Dios ha cerrado los ojos.
Hemos trabajado para el polvo y para el viento.
Sabrina Barrego nació en Luján, Buenos Aires, Argentina, en 1987 y actualmente vive en Mendoza. Editó: Trinchera (Ediciones Culturales de Mendoza, 2019), Las hojas del otoño (audiolibro, Plataforma Mendoza en casa, 2021), Máquinas de duelo (Falta envido Ediciones, 2022), La memoria hace ruido a tren (Las furias, 2023) y Paisajes con vacas (mágicas naranjas, 2024). Forma parte de Poetas Argentinas 1981-2000 (Ediciones Del Dock, 2023), entre otras antologías. Es editora y redactora en la revista La intemperie. Experimentadora sonora. Grabó el disco Poemas de amor, junto al compositor Tulpa (FLAI, 2022). Participó del festival Poesía ya! del CCK en la categoría Poesía en voz alta y en el festival Nosotras movemos el mundo, en la cúpula del CCK. Como también del ciclo Lectura en la Terraza del centro por la memoria Haroldo Conti, ex Esma y de la muestra ARDER, en el Museo del Libro y de la Lengua, entre otros. Ganadora de una beca Formación del FNA por su propuesta La cordillera. Actualmente facilita talleres desde su espacio Botánicas textuales, es librera en Cardo Ruso y editora en Orejana ediciones.