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SOÑÉ UNA CIUDAD DE MIGUEL ÁNGEL PETRECCA

Reseña
Diario de paseos y extravíos urbanos, Soñé una ciudad de Miguel Ángel Petrecca (Buenos Aires, 1979), anota sus paseos por París, anécdotas propias y ajenas, lejos del chisme y el escándalo, y ensaya la posibilidades, propias del género, de generar interés e indiferencia en partes iguales.
Por Manuel Pérez

Soñé una ciudad es un libro curioso, paradójico, como casi cualquier encuentro que se suele tener con la publicación de un diario ajeno. Lo propio, lo íntimo, ha sido asociado, últimamente o hace ya tiempo, con lo frívolo, la constatación del paso del tiempo en forma de una escritura escueta, informativa. Miguel Ángel Petrecca, poeta, traductor, había ya demostrado incursiones similares en ocasiones anteriores, siendo la más célebre su diario-epílogo a la ya establecida antología de poesía china contemporánea Un país mental (Gog y Magog, 2011) donde la suma del elemento de la notación autobiográfica enriquecía de cierta manera la lectura de los poemas: el trabajo de traducción y el trabajo diarístico, casi una crónica, se potenciaban el uno al otro. Es en esa breve sección que el autor desgranaba su experiencia pekinesa, una extranjeridad ajena a la mayoría de los lectores y que Soñé una ciudad replica trasladando aquella sensación particular a otra urbe, casi las antípodas de la ciudad oriental: la París contemporánea. Ambas ciudades, sin embargo, suscitan un método similar, el de la anotación pasajera, el de la reunión, el de la anécdota propia o ajena, el de la aparición esporádica de fechas y la intención de asir la memoria a un soporte material.

Mientras la tipología diarística convencional haría surgir la interrogante de si el diario en cuestión fue escrito o no con vistas a su publicación como medio para evaluar su legitimidad, aquí la legitimidad se podría medir en términos de las pretensiones del texto en sí, en la recurrencia de inquietudes o elementos señeros, en el esquivo interés del lector por aquello que se está contando. Soñé una ciudad está casi conformado en su totalidad por paseos urbanos, apoyados más en la descripción que en la impresión del diarista, dedicado a la recolección de un anecdotario propio y ajeno. La pretensión, casi explicitada por el pasaje que media el libro y a la vez le da su título, es la de perderse en lo íntimo, en nombres conocidos y extraños, como uno se perdería en una ciudad extranjera. Pretensión lograda, con creces, por el libro. 

Pero he aquí lo paradójico de la extranjeridad: su capacidad de generar interés e indiferencia en partes iguales. Donde, en otra ocasión, primaba la mirada atenta y fascinada sobre la ciudad oriental, aquí encontramos una mirada similar, signada por la atención al detalle, en la que aparecen visitas a negocios anticuarios, encuentros con objetos de la calle y relatos de viajes relámpago. La cuestión es la convivencia incómoda de estos con relatos frívolos, de reuniones sociales, cuyos protagonistas son apenas descritos y desgranados en iniciales escuetas y relatos pocos memorables por su número excesivo y su desarrollo. El chisme y el escándalo brillan por su ausencia, salvo en conversaciones ajenas de nombres y situaciones que sólo competen al diarista en su afán de registrar al detalle lo acontecido en cada una de ellas.

Sin embargo, hay un valor subyacente al ejercicio diarístico de Petrecca. A falta de fechas precisas, hay momentos en los cuales lo privado se encuentra atravesado por lo público: un mensaje de su hermano en la madrugada le anuncia al narrador sobre el resultado de las elecciones en nuestro país (“¡Se van!”), un momento de confusión en la calle durante uno de sus tantos paseos nos informa del incendio histórico de Notre-Dame, una fecha ambigua junto a un nombre propio informa al lector del fallecimiento de Mirta (Rosenberg, una de las poquísimas instancias de “name dropping”, otro elemento a celebrar del libro). A su vez, momentos independientes de intimidad logran una cercanía que, se presume, debe ser un elemento clave del diario íntimo, como el relato mínimo del anuncio del embarazo de su pareja.

Soñé una ciudad reproduce, en una escala menor, el transcurrir del tiempo cotidiano salpicado en su mayor parte de observaciones y derivas mundanas junto con hitos y momentos de lucidez que interpelan al lector, el entrometido por excelencia, una muestra de lo que puede el género tan infrecuente del diario de escritor.

Soñé una ciudad

Miguel Ángel Petrecca

Mansalva

2023

290 páginas

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