El 16 de mayo falleció Carmen Berenguer, una de las poetas más importantes de nuestra América contemporánea, en cuya escritura la experimentación formal y el compromiso político eran fibras de una misma lengua. En esta crónica, Gabriel Cortiñas relata algunas escenas de su último encuentro en Santiago de Chile el año pasado y recupera fragmentos de la charla con la que Berenguer inauguró el Festival Americano de Poesía en Hurlingham en 2022.
por Gabriel Cortiñas
El pelo y el reconocimiento. El 31 de agosto de 2023 visité a Carmen Berenguer en Santiago. Habíamos quedado a las 19 h en su departamento en la comuna de Providencia, frente a Plaza Italia, ahora también Plaza de la Dignidad. Mientras tomaba una cerveza esperando en el living y charlaba con su hija Carola, también artista, dos portarretratos me llamaron la atención, por su tamaño. Estaban ahí como una declaración de vida. En uno, la icónica foto blanco y negro de su rostro seco hundido en la larga cabellera y, en el otro, con Michelle Bachelet riendo en la entrega del Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda en 2008.
“Carmen Berenguer no es, se hace Carmen Berenguer. Se cuenta que cuando vine a este mundo, mi madre me bautizó Emperatriz y luego en casa como nadie me podía nombrar así en el cotidiano, por su largo, ya que en Chile nos encantan los diminutivos, tal vez en eso somos realistas, me decían “Vivita”, porque era una tromba relinguete, apenas dormía, igualito que ahora. Y en mi adolescencia me abrumaba mi nombre, era de hospital y colegios, es decir institucional, que a algún galán que se apareciera me nombraba Beatriz. Luego, cuando me fui a vivir con mi padre, le cargó el nombre Emperatriz y dijo que no supo en qué estaba pensando mi madre cuando me lo puso, yo le dije que en una amiga que se murió, pues él me rebautizó Carmen. De ese modo el juego de las identidades marcó mi infancia. Cuatro personas distantes una de la otra. Ahora amo ese nombre Emperatriz, me dio la fuerza para aprender a vivir en un mundo hostil”, dijo Berenguer en una entrevista que le hicimos en la revista Rapallo n4 en 2019.
Su primer libro –Bobby Sands desfallece en el muro– apareció en 1983, en homenaje al poeta y militante del IRA que muriera producto de una huelga de hambre bajo el régimen de Margaret Thatcher. En esa misma década publicó Huellas del siglo (1986) y A media asta (1988), un texto fundamental donde la condición de india y mujer son los hilos de su tejido poético. En esos años, Berenguer desafió a la dictadura pinochetista y a las estructuras patriarcales organizando el Primer Congreso de Literatura Femenina (1987) junto a otras compañeras.
Cuando llegué, Carmen no estaba en su casa y la voz en el portero que pensé suya, era de su hija. Un día entes, el 30 de agosto de 2023, había muerto el Presidente del Partido Comunista de Chile Guillermo Teillier. Mamá está por llegar, se retrasó un poco porque fue el funeral de Teillier en el exCongreso Nacional, me dijo Carola cuando abrió la puerta y me ofreció un té o una cerveza. Charlamos y reímos hasta que llegó Berenguer, no sin mirar cada tanto esas dos imágenes. Una presidenta y una poeta, primero con el cabello negro y largo hasta hundirse en la base de la imagen, y después, riendo, por saber que el tiempo hace su trabajo. Muchos años fueron los que tuvo que esperar su obra para ser reconocida a la par de otras compañeras y compañeros de generación, el tiempo en que tarda el valor estético en subir a la balanza.
Desde un comienzo y en más de una oportunidad, su poética fue tildada de marginal. Su obra no es una obra elementalmente telúrica, como otras obras importantes de la tradición poética chilena; pero hoy podemos afirmar que su “tierra” es la historia. Hay en su poética un componente descolonizador cuando asume el color de la piel: “El arte manifiesta sus claves en las formas. Esa es mi política que me ha permitido elaborar la búsqueda a cómo pensar el feminismo, cómo pensar en un lenguaje de uso futuro”. Si al estilo, a veces, se lo define como el centelleo diagonal a lo largo de las obras publicadas; en el caso de Berenguer, su estilo se define como lo opuesto: política y experimentación formal.
En 1997 ganó la Beca Guggenheim y, una vez más, rompió su máquina de escritura para crear otra nueva: Naciste pintada (1999), un poema donde aparecen las voces de la prostituta, la militante, la golpeada, la presa, siempre política, la mujer hecha presa. No es solamente el yo hablante de Carmen el que se manifiesta, sino que, a través de un ventriloquismo, deja entrar a todas las voces desposeídas y les da palabra; dijo una vez Pedro Lemebel a propósito de su obra. Hoy la mayoría de sus libros se pueden conseguir en el sitio Memoria Chilena.
Carmen se sienta en el sillón principal y yo al lado, charlamos mientras tose y dice que cogió el esmóg, que por eso se ahoga. Me cuenta de la ciudad y de cómo le afecta a sus pulmones. Vino con una amiga que la acompañó al funeral. Me empieza a contar acerca de Teillier. Tenías que ver el exCongreso lleno a tope, es increíble, eso –ahora habla no sólo para mí sino también para su amiga que está con Carola en la cocina fumando y asumo no escucha pero igual levanta la voz– eso, enfatiza, es la cultura comunista, los años de dictadura. La charla deriva, aparece otra cerveza. Le cuento lo que estuve haciendo en Santiago esos días y a quiénes vi. El problema de A es que no superó al copete, el copete lo superó a él, dice Carmen y ni bien termina la frase se ríe, como si estuviera fumada pero el que está fumado soy yo. Empiezo a llorar de la risa. Lo que pasa, Carmen –le digo–, es que cuando decís copete me imagino un bonete, entonces la imagen es muy absurda. Nos volvemos a reír los dos, mucho, y al rato me pregunta: ¿qué es un bonete? Volvemos a la política. Me cuenta de su reescritura de Hamlet. Estoy haciendo una reescritura de Hamlet, porque acá lidiamos con un fantasma –dice– el presidente Boric, que es bien joven como tú, y el fantasma con el que tiene que lidiar, el fantasma del padre político de esta generación, Allende. Carmen toma un té, ya no tose, llega Carlos, su pareja de toda la vida y se hacen chistes mutuamente, ironizan.
“La mayoría en Chile, desde la cordillera somos indígenas. Es nuestra realidad, a mí siempre alguien cuando quería maltratarme me decía india, negra, negrita. El problema racial no es mío. Reivindico mi media sangre mapuche. Soy mestiza. El pelo ha sido símbolo de mucho en mi vida hasta la llegada del cáncer que me lo arrebató de cuajo. En ese mismo momento hice un video arrancándome los pelos que iban quedando. He revisado a una parte de mi familia y ahí tengo la idea que sin tener apellido mapuche lo más probable es que mi abuelo haya sido mapuche”, decía Carmen en aquella entrevista para Rapallo.
Antes de irme me muestra su estudio, donde escribe y tiene un pequeño altar en el que recuerda a su hijo. Quedamos en vernos al otro día por unos libros, no llego a la cita. Quedamos en vernos en Buenos Aires a fin de año pero sus pulmones no la dejan. Quedo en volver a Santiago para seguir la charla. Los audios de Whatsapp van y vienen. Así estamos en medio del vértigo vertiginoso, celeridad, tal vez estamos ya fuera del tiempo. Acá los incendios me tienen en crisis asmática, y sí, el del cerro San Cristóbal frente donde vivo fue premeditado. Quieren hacer el caos y comienza la acción de la extrema derecha. El FMI necesita dinero, impuestos, y la guerra entre China y USA. Los delincuentes de corbata se adueñaron de América, por aquí comienza la lucha: Las Guayanas, Hong Kong están siendo los focos y claro Ucrania, es uno de sus últimos mensajes este verano.
Berenguer había nacido en Santiago en 1942 y falleció de una afección pulmonar el pasado 16 de mayo, el mismo día que había nacido Juan Rulfo, aunque ciento siete años antes. En 2022 dio la charla inaugural del Festival Americano de Poesía en Hurlingham, con poetas de distintos países del continente. Ahí contó que llegó a la escritura como modo de resistencia a dos fracasos de su niñez, dos voces masculinas que le dijeron no. Un profesor de danza ruso que por la anatomía de sus rodillas la condenó a no poder bailar y su padre, que le prohibió participar del coro de la escuela. Se hizo poeta, aprendió a esperar y a respirar, más allá de las dificultades. El gesto punk de la foto en blanco y negro con la pelambre de raíces haciendo pie y su contraparte, la risa con Bachelet. La vamos a extrañar y la vamos a seguir leyendo.