Literatura. Hay márgenes aun en el centro. En una atmósfera sofocante, el registro sensorial y sinestésico del ambiente y sus personajes. El noticiero de fondo que devuelve a lo inmediato cuando la imaginación levanta vuelo. Especie de crónica poética, el extenso poema de Juan Ferreyra (Buenos Aires, 1992) se tensa entre el realismo y la fuga…
Detrás de una heladera, alta y roja,
de un quiosco en microcentro, se esconde
un angosto pasillo que,
después de una cortina de almacén viejo,
desemboca en un ambiente alargado y sin ventanas, con tres mesas en fila.
El ambiente está delimitado,
aunque pareciera no tener un fondo, una pared final,
se va achicando y oscureciendo hacia un sector más fresco
y menos habitable.
Ya cerca de la tercer mesa, donde estoy sentado,
se siente como caminar por debajo de un puente
o el frente de un estacionamiento abandonado.
Ahí, donde las paredes pierden la vergüenza el paso
del tiempo exhibe
sus venas inorgánicas:
los caños corroídos y oxidados que gotean un agua anaranjada
que deja huella en la pared, que deja huella en el piso,
que deja huella en olor condensado del ambiente,
metálico.
En las mesas hay ceniceros, en la tele pasan Crónica.
Ahora que es temprano, creo, hay dos o tres tacheros
y la chica trans que trabaja hasta la madrugada.
Ella es la única que sonríe acá, la única que está contenta
o pareciera mantener, en su corazón, cierta esperanza
Eso, y el anuncio del verano
en su pollera negra,
en sus labios rojísimos que van cambiando con la transpiración.
Ella me dice mi amor cuando le pido algo.
Sí mi amor, ¿qué querés mi amor?
y a diferencia de mis colegas taxistas,
sus frases son, o las recibo, maternales.
Podría ser un sueño esto,
podría ser un sueño extraño en el que estoy atrapado
en un bar, que es, en realidad, la parte de atrás de un quiosco
no tiene ventanas y no se sabe bien cuando termina.
Hay taxistas a mi alrededor,
un libro de Temperley, en la mesa,
un olor naranja,
el conocimiento inconsciente de que afuera
acecha el calor incesante del verano
y la mujer que me sirve cerveza
y que todos acá desean
es mi madre o mi maestra de primer grado.
Pero Crónica me trae devuelta a la realidad.
¿Cómo puede ser que le demos así la espalda al río?
***
Sé que afuera, el sol, no encuentra sombra:
se diluye poco a poco en una bruma blanquecina,
masticable
y hace falta ir corriendo la espesura invisible,
de la calle de enero, con las manos, a cada paso que se da
El agua cuelga en los vidrios de las oficinas más altas
y la tarde tiene forma de río,
sin cauce.
El verano en que resucitemos, Héctor
el verano en que resucitemos tendrá, como dijiste,
un chorro blanquísimo sepultado en la vena
lo veo en los caños de metal corrugados, de refrigeración
de la heladera roja que tengo enfrente. Es de un gris, casi blanco,
por el frío que lo cubre de una niebla diminuta.
Aunque ahora haya perdido color, o ganado color,
en realidad, porque está más gris
y empezó a gotear un agua translúcida,
como de glaciar,
que cae en un balde que pronto,
la chica,
a fascinación de los tacheros, va a tener que vaciar.
¿Podremos Héctor, algún día, como dijiste
beber todos de un balde,
al mediodía,
el agua helada de nuestra propia alma,
y beberla fría y nuestra?
¿Podremos todos, realmente, Héctor?
ser bienvenidos en los monasterios de provincia,
reposar el cuerpo cansado y curtido por el sol, sobre las violetas
ver el atardecer, percibir el filo final del mar?
Ahora veo las grandes piletas que muestran en Crónica, llenas de gente.
¿Cómo puede ser que le demos así la espalda al río?
cómo puede ser que olvide que esas piletas existen.
***
Va a ceder
va a ceder la piedra que atasca el engranaje,
más allá
detrás de los cristales rotos por el filo rosa del cielo:
Parque Lezama
y la sensación de un mediodía inexistente,
una tarde sin portones.
Porque hay un punto, en ese parque, entrada la noche,
cerca del camino de magnolias, donde el verde
del ambiente, tenue, recibe
como un regalo del río, el viento
y uno no sabe si la vida se va o flota
si uno flota o si finalmente se va a ir
entre partículas azules que descienden
y anuncian:
ángeles pululan por entre las cosas nuestras,
mundanas.
Y envuelto, en un velo plateado como es la noche
cuando todo alrededor declina,
entrar en La Boca,
donde la temperatura desciende, ahí,
donde el terreno desciende,
donde desciende, año tras año,
el porcentaje de edificación,
donde desciende, la televisación
de incendios semanales en conventillos
“vacíos”
Y ver, desde las escalinatas del veredón de mi esquina,
de cara al Riachuelo,
a la gran ciudad que le da la espalda al río.
***
Alerta naranja. Hombre se desvanece en la vía pública
Qué destino tan entrañable, Héctor,
dadas las circunstancias y el calor que hace allá afuera.
Desvanecerse, como un destello
o una foto vieja que se va borrando.
Aunque el hombre sólo se haya desmayado
y tenga ahora, o haya tenido,
al menos por un momento,
un cachete de la cara o alguna parte de su cuerpo
desnuda,
pegada en el asfalto hirviendo.
¿Habrá llegado eso a producir un olor particular?
a piel o pelo quemado, esa caída, digo
¿cuánto tiempo haría falta?
¿Pensaste en esto alguna vez Héctor?
Porque el fuego, además del agua,
es un medio para la transformación.
De Cartago hasta los conventillos que el gobierno quiere
expropiar y manda a quemar.
Después, esta misma tele dirá
que se debió a una falla eléctrica,
de las precarias instalaciones.
Juan Ferreyra nació el 2 de diciembre de 1992 en Capital. Vive en La Boca y trabaja en una Defensoría de la Ciudad.