RESEÑA
por Malena Nijensohn
En su estudio sobre las discusiones al interior de Montoneros durante los setenta, y las diferentes fracturas que se sucedieron, Daniela Slipak propone la cuestión de la violencia revolucionaria como eje fundamental. Hasta qué punto esta lectura surge menos de los debates de la organización que de un discurso forjado a posteriori es una de las preguntas que invitan a replantear el asunto en términos de táctica y estrategia política.
Discutir Montoneros desde adentro de Daniela Slipak parte de un interrogante aparentemente inocente — “¿Cuánto discutieron los militantes armados de los años setenta sobre su política y su violencia? ¿Cuán convencidos estuvieron? ¿Existieron voces críticas que plantearon alternativas?” Pero estas preguntas encuentran las condiciones de posibilidad para una respuesta en el subtítulo: Cómo se procesaron las críticas en una organización que debía pasión y obediencia. Así, un doble sesgo recorre las páginas del libro: por un lado, el disciplinamiento como parte de la subjetividad de los militantes orgánicos anunciado en el subtítulo; deudor de, en segunda instancia, la primacía de la violencia sobre la política, que se irá descubriendo desde las primeras páginas.
Bajo el supuesto de que los escasos trabajos sobre las discusiones en Montoneros espejan la propia dinámica de las organizaciones revolucionarias, que censuraban las divergencias y los desacuerdos a través de normas rígidas y exigentes, Slipak analiza cuatro rupturas en la organización más importante de los setenta (sobre la cual ya había publicado Las revistas montoneras. Cómo la organización construyó su identidad a través de sus publicaciones, producto de su tesis doctoral realizada en co-tutela entre la Universidad de Buenos Aires y l’École des Hautes Études en Sciences Sociales de París). En esta ocasión, se centra en las “disidencias” que fracturaron la organización: Montoneros Columna José Sabino Navarro (1972), Juventud Peronista Lealtad (1974), Peronismo Montonero Auténtico (1979), Montoneros 17 de Octubre (1980) para examinar las críticas en la militancia montonera y, así, analizar la norma de la organización y la subjetividad militante que allí se forjó.
Su hipótesis es que las lecturas críticas retrospectivas que se hicieron sobre la violencia revolucionaria (críticas al vanguardismo, el foquismo, el autoritarismo, el militarismo, el desinterés por la democracia, la falta de comprensión de los sectores populares, el mesianismo, la mistificación del combate, el terrorismo, el elitismo, el sectarismo, la falta de comprensión de la realidad argentina y el empleo de la violencia) no fueron una novedad posdictatorial sino que ya se encuentran en la propia “década montonera” en las discusiones que llevaron, finalmente, a las cuatro fracturas que analiza. Así, se propone desmontar los sentidos inscriptos en la “imagen actual” de las organizaciones de los setenta según la cual no hubo lugar para la discusión en los grupos armados: hubo crítica, los militantes no estaban tan convencidos, pero a los que plantearon voces alternativas los censuraron.
Slipak historiza y contextualiza los debates que se fueron dando en el seno de la organización, lo cual le permite pensar cada una de estas experiencias por separado y, al mismo tiempo, en serie: ¿qué insiste? ¿Cuáles son los tópicos que se repiten o se resisten?
En los casos de la Columna José Sabino Navarro (1972-1975) y la Juventud Peronista Lealtad (1973-1974), Slipak centra el análisis en dos tópicos: la concepción de Perón y el peronismo, y la articulación de violencia y política. Así, examina las críticas de ambas “disidencias” al foquismo y al militarismo que habrían llevado a Montoneros a jerarquizar la lucha armada sobre la militancia política y territorial, tornando la organización crecientemente verticalista y disciplinante. Pero si la Columna José Sabino Navarro criticaba la idealización montonera del peronismo que le impedía disputar la burocracia política y sindical, la JP Lealtad discutió el antagonismo con el peronismo que la “cúpula” montonera fomentó influida, a sus ojos, por la desviación ideológica hacia el marxismo-leninismo y el vanguardismo que habría traído la fusión con las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).
Por su parte, y ya en el marco de la dictadura militar del 76, el Peronismo Montonero Auténtico (1979-1980) y Montoneros 17 de octubre (1980-1982) discutieron, según la reconstrucción de Slipak, el militarismo foquista, la concepción elitista de un partido de cuadros, el sectarismo, la burocratización, el autoritarismo, la ausencia de democracia, de participación y de discusión interna, y el triunfalismo irresponsable o exitismo negador de la realidad que habrían llevado a Montoneros a sustituir la vida política y la discusión por la disciplina.
Ahora bien, ¿hasta qué punto es legítimo plantear que la violencia es el eje central de esos grupos disidentes? Si las discusiones versan más bien sobre las formas en que esta se aplica o, incluso, en que se decide (como la propia autora indica en numerosas ocasiones), ¿no estamos ante una discusión eminentemente política, que sólo puede ser leída como discusión sobre la violencia retrospectiva y acaso anacrónicamente y al costo de desdibujar las particularidades de cada una de estas experiencias o aun los sentidos efectivamente en disputa? Así, la autora sostiene que “incluso con sus enormes diferencias, los cuatro grupos disidentes tuvieron continuidades. No en sus orígenes, en su estructura o en sus alcances, pero sí en sus planteos y en sus discusiones”. Digamos que el lector podría legítimamente preguntarse si las continuidades en los planteos y discusiones son la conclusión que se sigue del análisis o, antes bien, el presupuesto o el lente a través del cual Slipak se aproxima a su objeto de estudio.
Para concluir, ¿cuál sería entonces la “norma montonera” que el libro vendría a develar a través de las disidencias y cuál la subjetividad militante que esta norma habría forjado? La autora indaga los “códigos formales, publicaciones y documentos partidarios, escenas jurídicas e interacciones cotidianas [orientados] a bloquear la expresión de diferencias”. A sus ojos, este patrón normativo tuvo como fin normalizar y disciplinar a los militantes, clausurando la posibilidad de expresar las diferencias en la medida en que exigían “conductas obedientes, sacrificiales, integrales, convencidas, burocráticas y eficaces”, reforzando la estructura interna vertical en la cual “las decisiones ‘bajaban’ desde los niveles jerárquicos (militares) a los inferiores (militares y legales)”.
Y si bien es cierto: hubo códigos formales e informales, hubo juicios en el interior de la organización, hubo sanciones a ciertos cuestionamientos y desobediencias, los militantes debían conducirse y dejarse conducir, ¿hasta qué punto es interesante continuar indagando esas cuestiones desde la perspectiva de la violencia revolucionaria? ¿Por qué no pensarlas en términos de las tácticas y estrategias políticas de una organización?
Así, este libro se inserta en la trama interpretativa violentológica que emerge en los tempranos ochenta con las lecturas auto/críticas de la conducción, primero y de la organización, después y que terminará de sellarse al calor de los debates sobre responsabilidad en los inicios de los dos mil. El problema de estas interpretaciones es tanto lo que hacen como lo que dejan de hacer, porque la primacía de la violencia en la comprensión histórica de la experiencia setentista, amén de su anacronismo (quien dice “violencia” de los ochenta en adelante habla una lengua inconmensurable con la que dice “violencia” en los setenta), obtura la indagación por los sentidos políticos que movilizaron (a) esos militantes. ¿Con qué soñaban los militantes montoneros?, ¿qué imagen de país y de sujeto interpelaba su compromiso?, ¿cómo concebían los caminos que los llevarían a destino? son preguntas que siguen quedando sin responder.
Discutir Montoneros desde adentro
Daniela Slipak
Siglo XXI
2023
238 páginas