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DOS PEQUEÑAS ISLAS MIRÁNDOSE FIJAMENTE DE TILSA OTTA

RESEÑA
Por Magalí Legarralde

Los nuevos poemas de Tilsa Otta (Lima, 1982) transitan entre mundos espejados de tecnología chatarra y naturaleza sublimada. Un nuevo desembarco en Argentina que inaugura un planeta de poesía con perspectiva extraterrestre.

Dos pequeñas islas mirándose fijamente retrata con perspicacia mundos contrapuestos que corren en paralelo: uno cimentado en la naturaleza, donde lo sensorial, la belleza y la espera construyen un refugio, frente a otro desértico, fundado en las leyes de internet a base de cables, aplicaciones y ultravelocidad.
Ante este panorama Tilsa Otta toma la palabra para hacer de la “basura inorgánica” aquel material vivo con el que trabaja la poesía. Su voz apacible ―y desgarradora en cierta medida― evoca escenas microscópicas focalizadas sea en la frescura de una ducha matutina o del césped atajando un cuerpo que no deja de dar vueltas.
El desorden de la cabeza infestada por datos se convierte en aparataje simbólico mediante este mecanismo sutil. Los versos hilvanan a modo de enredadera una trama como recurso para habitar la Tierra, justo cuando empieza a perder la órbita: “Nanoescritura entrando a mi cuerpo/ por mis venas corren ideas extrañas/ alteran las funciones de mis órganos internos”. Estos pasajes que concentran intoxicación y suciedad parecen lavarse cuando el diálogo intraespecie sale a rodar: la verdadera conexión entre servidores se manifiesta con abrazos, marco de cuerpos borroneados por obra de pantallas luminosas que no responden a ningún llamado (“Este abrazo es el mejor encuadernamiento que me han hecho/ el amor preserva los árboles/ pues se imprime directamente sobre nuestros cuerpos”). Así la voz poética se escurre del mundo vacío, volviendo una y otra vez sobre la estimulación de los sentidos a fuerza de estrellas fugaces, besos y vagabundeo nocturno.
También el anonimato de las fotos de internet, colgadas en aquellas plataformas donde la cultura del aplauso está a la orden del día, se transforma en otra cosa como efecto de la continuidad entre sustancia hablante y naturaleza, por momentos fusionadas (“hilos magnéticos nos unen al sol/ quién crees que te despierta cada mañana?”). La autora conjura un portal potable y habilita el planeta de poesía ―¿ofrendado por extraterrestres?― como suelo respirable en el que la inspiración es un chispazo capaz de rescatarnos de la melancolía o de la sensación de vacío, mugre generada por el mundo plagado de datos: “sostengo la poesía con ambas manos/ la elevo para que pueda ver el juego/ la habito como un planeta donde se puede respirar”.
Bajo el pulso de este artificio, Tilsa Otta se arrima al mundo de las fiestas falsas, links y validaciones de la web para luego distanciarse. Contempla con ironía outsider el abanico de clics posmodernos, “invitaciones en idiomas desconocidos” en busca del placer inmediato; operación que transfiere a quienes leen no un archivo, sino una clara sensación de extranjería frente al desierto de la informática, todo un lenguaje calculado.
Burlando robots y apelando a un futuro inestable que llegó hace rato, Dos pequeñas islas mirándose fijamente, desde el título, cobra valor de espejismo. Esa superficie plagada de imágenes se parece mucho a un espejo, pero carece de sustancia.

Dos pequeñas islas mirándose fijamente, de Tilsa Otta
Mansalva
90 págs.
2023

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