Reseña.Una escritura poética que tiende hacia lo no-humano, en su lenguaje y en sus ritmos, a medida que se aventura en el monte. Una “belleza difícil” es la materia a la vez que el objeto de El monte de las furias de Fernanda Trías.por Léonce W. Lupette
¿Cuál es el lenguaje de una montaña, de un monte? ¿Siquiera son lo mismo? ¿Cómo hablan sus seres: las rocas, piedras, plantas, cuál es la vida y la percepción de aquello que no suele tener representación lingüística dentro de nuestras formas de expresión humanas?
El monte de las furias no solamente articula estas preguntas sino que las pone en práctica en su bellísima estructura misma, en las oraciones, el ritmo, las imágenes. Es una novela no tanto sobre sino de y en un lenguaje otro. Por un lado eso abarca todo lo no-humano, en una especie de object-oriented ontology ecologista y feminista vuelta aventura estética (muy cercana quizás a lo que ocurre a nivel fílmico en la última parte de Caigan las rosas blancas de Albertina Carri que salió al mismo tiempo que este libro); por otro lado, y eso también está en Carri, existen conexiones entre las otredades, y no es arbitrario que la conexión sea lo femenino que entra en interacción con el monte que habita. Para la novela, más allá de la trama, eso significa que la conexión es lingüística: la protagonista, la montañera, escribe su historia, sus pensamientos e interacciones con el monte en cuadernos, pero el monte también habla en breves capítulos entre cuaderno y cuaderno, y muchas veces su habla, su perspectiva no es antropomórfica, aunque existen acercamientos.
Asimismo la cualidad inquietante de la vida física en sí tanto del monte como de la montañera: lo negro, denso, doloroso, lo fiero, lo naturalécico son instancias que la mujer comparte con la montaña. En ese sentido, la montaña tampoco es exactamente un lugar fantástico, no estamos en un monte de las ánimas bécqueriano, y si lo siniestro nos aparece sin muchas explicaciones, como los cadáveres que le llegan a la montañera, es porque acá todo reclama su derecho de ser, de haber sido, de seguir siendo, aunque transformado. El texto está atravesado por mapas con la ubicación de los cuerpos, como poemas visuales que marcan otro orden de las cosas. Nos disloca y descoloca, y al mismo tiempo brinda un anclaje que va mucho más allá de lo territorial y terroso que la trama y los acontecimientos sugieren. Es dentro del lenguaje también que ocurren ciertos desplazamientos desterritorializantes, y explicarlos con meros biografismos sería caer en las habituales trampas de una racionalización que no quiere hacerse cargo de lo que realmente pasa frente a los ojos, cuando el texto también es un otro que nos habla. Trías entreteje voces claramente rioplatenses con estructuras que son de otro lado, más tropicales como el paisaje del monte que podría ubicarse en Colombia, donde escribió ese libro, pero por suerte las cosas no vienen tan fáciles y no se trata de reconciliar opuestos o contradicciones: siempre vienen ya aleadas, amalgamadas.
La respuesta a las dinámicas intrínsecamente destructivas de lo patriarcal que penetran este monte y sus aledaños es entonces femenina, o, mejor dicho, lo femenino acá propone otro logos, otras lógicas que enlazan un humanismo con éticas abiertas hacia lo no-humano, y todo eso se plantea sin recaer en falsos binarismos (o sea, lo patriarcal no es algo que solo atravesaría a los personajes masculinos ni lo humanista una dimensión reservada a los personajes femeninos). Al mismo tiempo ni la montaña ni lo humano aparecen como entes buenos o benévolos en sí – son «belleza difícil».
El monte de las furias
Fernanda Trías
Random House
2025
240 páginas