Reseña.¿Plaqueta o libro? Los poemas póstumos de Alejandro Rubio en Habíamos pensado hacen pensar en una etapa nueva de su obra. Tierra incógnita de una escritura que no se reduce al estilo sino a una singular relación con el lenguaje y la realidad.por Nicolás Ricci
Se puede hacer un planteo en torno a la idea, clásica ya, de que la poesía es transmisión de energía, lenguaje cargado de sentido al máximo de sus posibilidades, etcétera: la capacidad, única entre los géneros literarios, de alterar la realidad (en principio, la mente, la percepción del entorno, el futuro biográfico de quien lee) con solo un pliego de páginas. Una buena plaqueta puede más que la mayoría de las novelas gruesas, es obvio, pero no es fácil diferenciar entre libro y plaqueta en general y menos en el caso de Alejandro Rubio. Bien mirado, Música mala —su primer libro, de 1997, cuyos efectos en el campo literario perduran hasta hoy— tenía veinte páginas.
Sucede que Habíamos pensado es también un libro breve, tan breve que fue estirado a fuerza de bonus tracks. Rubio murió el 14 de febrero de 2024; poco antes, dejó a sus editores un puñado de textos nuevos. El libro editado por Mansalva junta tres títulos: uno de ellos inédito, el póstumo, que da nombre y justifica el volumen; los otros dos, plaquetas ya editadas con anterioridad. Lo nuevo abarca la mitad exacta del libro. Le siguen Not serbian (Ascasubi, 2017) y Hablando de poesía con el tachero (Belleza y Felicidad, 2016).
Uno de los aciertos editoriales de La enfermedad mental, su poesía reunida de 2012, fue instalar un mapa crítico de la obra del poeta, dividiendo sus textos entre una “línea general” (los poemas famosos de tono político-satírico, herederos del objetivismo de los 80) y un “paréntesis formalista” hecho de experimentos verbales. Ahora bien, Habíamos pensado no encaja cómodamente en ninguna zona de este esquema. Los nuevos poemas pertenecen a un tercer territorio, un movimiento inesperado, una coda si se quiere. Versos dilatados, pocos encabalgamientos, con cortes de verso que acompañan por lo general la sintaxis y una tendencia a la segmentación estrófica antes muy infrecuente en Rubio; un estilo más cercano a Claudio Bertoni que a García Helder.
Llama la atención la puesta en página, en la que cada verso comienza con mayúsculas. Muchos poetas modernos (George Oppen por ejemplo) elegían esa composición, aun escribiendo a mano, pero en Rubio contrasta con sus libros anteriores e incluso con las otras dos secciones de este. Hubo unos años en que Rubio solía compartir casi a diario videos en su muro de Facebook, en los que leía sus borradores; la cámara del celular apuntando a cualquier punto, a veces a milímetros de la hoja, la radio de fondo. (Ninguno de esos textos, por cierto, figura en el libro, lo que habla de la vastedad de los borradores aún inéditos, y deja ver que la brevedad del volumen solo obedece a un proceso de selección.) Ahí puede verse aún, entre poemas escritos con birome, sin particularidades gráficas, un poema en Word recién tipeado, con las mismas mayúsculas iniciales. Dos conjeturas posibles: o se trata de una decisión, que busca destacar la autonomía del verso como unidad formal y de sentido, o la editorial copió y pegó los versos de un Word mal entrenado. En todo caso, esta primacía del verso por sobre el flujo del poema lo vincula con la poesía clásica, un gesto de solemnidad irónica que no le es ajeno. De ahí que el libro inicie en el tono elevado de la épica (“El proceloso mar”) para profanarlo a media página (“Pero estoy en mi balcón / Haciéndome la paja”).
No hace falta conocer la biografía del poeta para hallar en el libro un tono de culminación. Rubio refiere explícitamente a su legado, a los nuevos poetas, al fracaso personal de un proyecto creativo:
Saltó una cuerda de mi lira, tengo gota,
La ciudad no me habla, escucho idiomas
Que no entiendo.
O:
Que escriban otros, los recién nacidos.
Yo con gran tiento les enseñaré.
Ser tutor o maestro
De una palabra nueva.
Y, por sobre esas cuestiones netamente literarias, la seguridad de que el fin se acerca: “He perdido de golpe la voz. / Todo pasa, todo pasa”. Se dan juntas, entonces, la afonía y la emergencia de una “palabra nueva”, ajena, mencionada en varios poemas. La escritura se vuelve imposible cuando se pierde el oído; ese idioma inentendible constituye el verdadero límite del poeta plebeyo.
Los nuevos poemas oscilan entre la alegoría onírica y la materialidad cotidiana de un modo de vida aislado. La escena usual es el encierro (“el bajón sedentario”, “una prisión doméstica”), donde lo que domina son las largas horas frente a la computadora (“Tecleando palabras disformes”, “dedos agarrotados sobre el teclado negro”, “mi pantalla y yo”, “romper de una patada el monitor”). En una palabra, el acto solitario de la escritura. El sujeto lírico, que en Rubio jura ser Rubio, alejado de la comunidad y abocado a una tarea de la que descree: “Este poema va a fracasar. Yo / Soy un fracaso”. El tono personal predomina pero, desde luego, no es el único. Algunos poemas (ver sobre todo “El desarraigo”) pueden leerse como un diagnóstico de nuestro presente, aun cuando este no lo incluya al poeta:
Mi país fue vendido a Silicon Valley.
Estoy feliz por ello porque odio a mi país.
Solo se sostenía en los papeles.
(...)
¿El resultado? Soy un taiwanés.
No voy a viajar alrededor del mundo
Con la moneda informática que ellos me otorguen.
(...)
Mi país fue vendido por unos idiotas a unos piolas.
Estos versos se acercan a aquella “línea general” de sus poemarios centrales. Pero lo que caracteriza a Rubio no es un estilo, sino una cierta relación con el lenguaje (entre otras cosas, búsqueda formal extrema, amplitud de recursos verbales) y con la realidad (entre otras cosas, la obligación autoimpuesta de decir lo que nadie dice). Recorriendo el libro póstumo, pero en sentido contrario, se pueden pensar las mutaciones del último Rubio: Hablando de poesía con el tachero en el estilo clásico, Not serbian en una etapa de transición y los inéditos, tierra incógnita.
Habíamos pensado
Alejandro Rubio
Mansalva
2025
80 pp.