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IDEAS DIVERSAS DE CÉSAR AIRA

Reseña.

Colección de sobrantes, borradores y pensamientos de una obra que abjura del desperdicio. La obsesión por sistematizar la teoría desde donde ser leído. El evidente cualunquismo político que todos pasan por alto. En Ideas diversas, César Aira (Pringles, 1949) se muestra como el mejor lector de un proyecto artístico que se sabe inestable por definición.

Por Nicolás Ricci

De Aira suele escribirse en primera persona. Algo en su obra mueve tanto a escritores como a periodistas culturales a indagar a título personal los favoritos, la experiencia de buscar un ejemplar difícil, la impresión de la primera lectura. Su irrupción en el campo literario argentino vino a terminar con ciertos conceptos establecidos y esa ruptura se replica en la cabeza de cada lector que se adentra en el sistema Aira. Pocos autores nacionales cuentan con un público tan fidelizado: impulsores de foros de discusión, coleccionistas que comparten fotos de sus bibliotecas con su obra casi completa. En él convergen el prestigio de la cultura legitimada, la retórica programática de la vanguardia y la sencillez estilística del folletín. Para consolidarse, apostó a modificar los parámetros de recepción. Logró que sus lectores acepten una alteración oportuna en la unidad de análisis: no ya ser juzgado por sus mejores textos, sino por la suma de todos, siendo la suma imposible. Un libro suyo puede ser muy bueno o muy malo, pero siempre habrá alguien que señale que eso sólo es una pieza de otra cosa, y que la gracia está en el sistema. Ideas diversas ocupa ahí un lugar periférico, o mejor, peninsular, en tanto su especificidad está dada por haber quedado afuera.

El libro se compone de textos breves, retazos descartados de proyectos mayores o anotaciones aisladas que no encontraron a qué sumarse. Algunas entradas tienen la forma del diario íntimo (“Hoy murió Chitarroni”), otras semejan esas digresiones especulativas que se intercalan en sus narraciones, generalmente con alguna reflexión metanarrativa. Todos estos pasajes sueltos forman un libro por agregación al cabo de un tiempo, acaso cada diez años, ya que de 2014 es Continuación de ideas diversas, gemelo a éste, que, pese a la paradoja sugerida por el título, no continúa sino que inaugura el mecanismo. Aira ideó una literatura sin desperdicio, una dinámica de escritura que no sólo no se detiene a corregir, que avanza y acumula, sino que habilita, entre otras cosas, un libro de sobrantes, para lo poco que no puede ser asimilado por sus libros principales. 

Si bien Aira se esforzó siempre por falsear la temporalidad y sumarse a un pasado que no fue el suyo, el de las vanguardias históricas, el proyecto es propio de la posmodernidad. Una vez desestimada, por imposible o por indeseable, la totalidad, ¿qué queda sino la diseminación de pequeñas fantasías privadas sin trasfondo, elegantes ficciones irónicas o, en este caso, ideas sueltas? La clave fue encontrar una mecánica de producción de “alta literatura” (él es el primer promotor de esa entelequia) adaptada a la nueva era, tras la caída del fundamento. El ideal es un sistema que funciona solo, como ese piano monstruoso de John Cage accionado con poleas automáticas, que siempre está sonando. Aira escribe en Ideas diversas que su sueño sería “hacer una literatura que fuera sólo literatura, sin argumentos, sin ideas, sin estilo, sin cualidades, sin nada”; ni siquiera una pura forma como quería Flaubert, sino un mero hacer intransitivo.

El estilo del libro, lejos de la claridad expositiva del ensayo airiano, incurre en el disparate, el camp y otros gestos propios de su ficción. Hay cierta reflexión, más pintoresca que rigurosa, sobre los temas que ya sabemos suyos. Ahí están las referencias a su acotada biblioteca de favoritos (Baudelaire, Proust, Lautréamont, Roussel), sus alusiones al arte plástico (Picasso, Minujín, Duchamp), su “ley de los rendimientos decrecientes”, su típica reflexión sobre el realismo. También están presentes otros elementos que a la crítica no le gusta señalar: reducciones al absurdo de temas políticos y sociales, simplificaciones de derecha. En principio, la lucha política, que fue tan cara a su generación y que él hizo carrera de despreciar, aparece demasiado en el libro como para seguir abonando al mito del escritor apolítico. En solo cien páginas, Aira enarbola un fukuyamismo ya suficientemente trasnochado, o se encierra en un cualunquismo fóbico. Como esa página y media en la que expresa, con imaginación echeverriana, su asco por las “concentraciones políticas” (los olores, los cuerpos encimados, la falta de ideas, el peligro de los fanáticos). Por supuesto, Aira se escuda: nada debería ser tomado demasiado en serio. Es más, esas imágenes, que sabe afines a “La fiesta del monstruo” de Bustos Domecq, se dan en el marco de un semi chiste, una asociación caprichosa entre lo innecesario de la “concentración” en su rutina de escritor, los campos de “concentración”, etcétera. 

Pero la mayor obsesión del libro es su ars narrativa, que nunca ha dejado de poner por escrito. Es así que estas páginas están plagadas de referencias indirectas a su obra: “A una pintura abstracta se la puede seguir pintando indefinidamente”, “La abundancia devalúa”, “Con la extensión, la forma pierde protagonismo”. Las tres frases se refieren a otros temas pero funcionan claramente como indicio de lectura para sus propios textos.  Desde luego, también hay referencias directas: “Yo cuando escribo actúo como los niños”, “puse mi buena prosa al servicio del caleidoscopio de la poesía”. Por otro lado, varias piezas son autoalegorías, un género que le es habitual: un viaje en taxi con un chofer displicente que acelera y pega volantazos rápidos resulta, previsiblemente, en un símil con la construcción de la obra. 

Aira plantea esta cuestión al referirse a un drama de Strindberg: “las obras maestras, por serlo y para serlo, explicitan el género al que pertenecen, hacen su teoría”. Tiene claro pues que debe reponer continuamente las coordenadas generales desde dónde leerlo; la figura de la construcción es tal que está obligado a apuntalarla a cada rato. Ya sea en un ensayo sobre otro escritor, en una novela sobre canillitas y monjas robot, o en estos fragmentos sobre cualquier cosa, la preocupación más recurrente es siempre la lógica interna del sistema. Y debido a que este libro reúne textos heterogéneos, escritos en diferentes ocasiones, la insistencia se hace más regular y evidente. Más allá de la figura de autor que Aira vende (el escritor que ejerce plácidamente su oficio, imperturbado por lo real, manipulando la materia de los sueños) y de la imagen que de él regalan sus detractores (un embaucador, que tuvo una idea de joven y la exprimió hasta mucho después de agotarla), Ideas diversas hace pensar en un creador astuto, harto consciente de la inestabilidad de su proyecto, condenado a explicarse todo el tiempo por temor a que el público no lo haya entendido.

Ideas diversas 

César Aira 

Blatt & Ríos 

2024 112 pp.

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