Reseñas
Poemas históricos, poemas lista, poemas de largo aliento y epigramas. El nuevo libro de Guillermo Neo (Buenos Aires, 1971) despliega una mirada reflexiva sobre épocas y paisajes sin perder de vista el cuidado de las palabras; su efectividad, la densidad de su sentido.
por Javier Fernández Paupy
Sin un orden estricto, los casi sesenta poemas de Los perros ladran, debemos estar cerca, de Guillermo Neo, se organizan en torno a distintos grupos temáticos o recurrencias. Aparece una serie de misceláneas que remiten a la historia argentina. Así, en postales poéticas, nos encontramos con la fiebre amarilla o la supuesta no originalidad del Plan de operaciones, de Mariano Moreno. Poemas en los que desfilan, de manera más o menos oblicua, personajes como San Martín, Sarmiento, Mitre y su ejército, la patriota argentina Mariquita Sánchez de Thompson o el santo indio Ceferino Namuncurá. Sobresale, en esta serie de poemas situados en el tiempo, un contraste entre siglos. Como el poema “21 de julio de 1871”: «Habían exterminado al pueblo paraguayo/ sin saber bien por qué lo habían hecho./ Apenas 100 años antes del día de mi nacimiento». Pero también hay poemas que toman la forma de recuerdos, coincidencias o precisiones y en los que la marca temporal funciona como una eje temático generacional, como en el poema “9 de febrero de 1986”: «Fuimos por el camino negro,/ bajo un cielo negro,/ hasta donde se termina el asfalto./ Nos detuvimos en la banquina.// Buscábamos al cometa Halley/ No vimos nada,/ volvimos mientras amanecía,/ el cielo nos abrazaba».
Otra serie que aparece en el libro es la de las listas. Se trata de anotaciones, influencias, filiaciones. Como el último poema antes del anexo, “Palabras para usar en futuros poemas”, que muestra el gesto lúdico o experimental del poeta que opera con el idioma como un malabarista con el aire y la fuerza de gravedad. Más allá de las distintas inflexiones temáticas, un mismo tono sobrevuela Los perros ladran, debemos estar cerca. Algo reflexivo, de tono tranquilo, autobiográfico y en sordina, algo de medir la propia vida en la escenografía cambiante de una época. Muchos de sus poemas describen escenas. Un grupo de elefantes que cruza un río, el cielo, una peregrinación de viudas, dos perros que rompen una bolsa llena de basura, un atardecer, una tormenta. Neo despliega también el arte de la descripción náutica, una mirada casi cartográfica, ecfrástica, llena de precisiones, como las del poema XII de “Samborombón”: «Sudestada: el río se mete en la pampa./ Bajante: la pampa se mete en el río». Es el poeta viajero, paisajista ambulante, con la mirada puesta en la ribera y sus manifestaciones microscópicas. Neo mira y describe un detalle del agua con manchas de aceite, una ola, el sendero de los pescadores en la orilla de un canal, el cielo de Dock Sud. Se trata de una escritura que reflexiona sobre sus propias condiciones de enunciación, como dice en el poema “Plan de operaciones”: «(…) es la recopilación de frases hechas, desechas/ y vueltas a hacer (…)/ Es la forma de canalizar mi pesimismo/ (…) Son las anotaciones con birome/ en la palma de mi mano.// Es cualquier lugar./ cualquier historia./ cualquier aventura./ cualquier impresión./ cualquier pasatiempo./ la condensación de mis perspectivas».
Sin caer en el candor o en lo ingenuo, como si todo poeta se moviera entre esa delgada línea entre el arte y el ridículo, el libro presenta poemas de corto y largo aliento, epigramáticos y descriptivos que coinciden en el tono, la carga descriptiva y en una densidad propia que pertenece al mundo, a la vida cotidiana y a la identidad de un pueblo. Neo presta su voz a la lucha diaria de una sociedad contra las fatalidades de su sino. En pocos versos, como los del poema “Infancia en los 70”, resume una época: «¡Atención!/ No se detenga:/ el centinela abrirá fuego.» Sus poemas comunican, no es una lírica hermética ni críptica. En tiempos en los que la palabra parece vaciada de sentido profundo, ultrajada, reducida a fósil sonoro que no remite a nada concreto, es cuando un libro de poemas como Los perros ladran, debemos estar cerca se vuelve más necesario.
21 de julio de 1871 El presidente era Sarmiento. Buenos Aires azotada por la fiebre amarilla. Morían quinientas personas por día. Para enterrarlos crearon el cementerio de la Chacarita. Llevaban los cadáveres en tren desde el centro de la ciudad. Hacían dos viajes por noche, solo para transportar cadáveres de personas infectadas por la epidemia. El ejército de Mitre volvía de cometer un genocidio. Habían exterminado al pueblo paraguayo sin saber bien por qué lo habían hecho. Apenas 100 años antes del día de mi nacimiento. El botiquín de San Martín para cruzar los Andes Alumbre, flores de azufre, piedra infernal, colcótar, sublimado corrosivo, mercurio dulce, precipitado blanco, tártaro emético, antimonio emético, quermes mineral, azúcar de Saturno, azúcar de caña, magnesia calcinada, sal de Inglaterra, cremor tártaro, tártaro avitriolado, sal amoníaco, esponja prepara, agarica yesca, sen oriental en hojas, sen oriental en polvo, corteza de quina, raíz de calaguala, polvo de ruibalo, polvo de ipecacuana, raíz de seila, valeriana silvestre, amapola, azafrán, clavos de gorerefles, mostaza, flores de violeta, flores de amapola, goma arábiga, goma de amoníaco, maná, diagridio, resina de jalapa, goma de guayaco, alcanfor, bálsamo de misiones, aceite de trementina, extracto de ajenco, jarabe de chicorias con ruibacho, jarabe de jengibre, jarabe de meconio, emplastre de ranas con mercurio, diaquillon, emplastro aglutinante, tafetán inglés en paquetes, telas emplásticas, manzanilla, albayalde, nitro, vitriolo blanco, sal de glaubero, ungüento de mercurio, bálsamo dialcedo, ungüento amarillo, ungüento de cabtaridas, ungüento de sarna, ungüento blanco. Rebelión No pudimos con los wínchester, no pudimos con los rémington, ni contra el sarampión. Fracasó el último malón el cacique rebelde ahora es peón en la estancia de Don Ramón. El salesiano Ceferino el indiecito el hijo del cacique Namucurá nieto de Calfucurá. Ceferino el pagano el araucano el salvaje converso. Al que hicieron monoteísta a la fuerza se les terminó muriendo de tristeza a los diecinueve allá en Roma.
María Josepha Petrona de Todos los Santos Sánchez de Velasco y Trillo A vos Mariquita sí que te han apilado nombres uno tras otro y como si fuera poco, además te pusieron un sobrenombre.
Los perros ladran, debemos estar cerca
Guillermo Neo
Editorial Copo de Nieve
2023