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MARIO ORTIZ: ”LA RAZÓN NO REPUGNA CON LA FE”

Entrevista.

Mario Ortiz (Bahía Blanca, 1965) es autor de la colección de libros en poesía y en prosa Cuadernos de Lengua y Literatura. Este año, publicó bajo el sello LUX el libro Los signos, un testimonio de fe que pone entre paréntesis el proyecto literario de los Cuadernos por una urgente palabra evangélica. Las pruebas materiales de la fe, la escritura testimonial, la poesía de los ochenta y noventa, una carta manuscrita de Leónidas Lamborghini, anécdotas sobre Alejandro Rubio, el rol central de Gustavo López (editor de LUX y su predecesora VOX), y una desambiguación del término “Apocalipsis” son algunos de los asuntos que surgen en esta entrevista. 

por Manuel Pérez

Es un jueves o un miércoles, y da la coincidencia de que es el día de San Cayetano. Me encuentro con Mario llevando su bicicleta a pie y rápidamente elegimos un café donde poder sentarnos a conversar y, de paso, guarecernos de la llovizna leve que comenzó hace ya unos minutos. Tomamos asiento y no pide nada. Le ofrezco al menos un café o una botella de agua, pero no, viene de una jornada con el estómago lleno. Me pregunta, amable, cordial, sobre el grabador que traje, sobre cómo va mi vida (la laboral y la otra). Le ofrezco la misma cortesía, las mismas preguntas, y me cuenta sobre sus cursos de la escuela, de la universidad. Ahora están leyendo Calígula, de Camus, una pequeña muestra de sus inquietudes actuales. Hace alusión a alguna otras cuestiones de “chapa y pintura”, nada serio por ahora. Toda la conversación transcurre con él moviendo los servilleteros de la mesa de manera tal que formen una fila, y los acomoda y los reacomoda entre las pausas en las que se ajusta los lentes. Hace ya unos meses se lanzó su libro Los signos, donde da cuenta de su testimonio de fe, algo de lo que pocos sabían hasta el momento. Fue a partir de aquel hito, distanciado de sus ya consagrados Cuadernos de Lengua y Literatura, que decidimos hacerle algunas preguntas sobre aquella y otras cuestiones.

Para empezar, ¿Recordás algo del lanzamiento del primer cuaderno? ¿Algo sobre la época, el contexto?

Eso lo hablaba justamente en una entrevista que me hizo el otro día Diego Rosake: veníamos, por un lado… Yo empecé a escribir en el secundario. Después tuve idas y vueltas, comenzaba y dejaba de escribir o me dedicaba a otra cosa… Mi actividad literaria siempre fue discontinua. Pero al momento del primer cuaderno, en el año dos mil, en un momento muy… Particular, muy interesante y tremendo… Por un lado yo ya venía con una práctica de la escritura humorística con Luis Sagasti y con Miguel Martos en Maldición llegó el verano [un programa radial local], que salía todos los jueves en la FM de la Calle… Eso fue a principios del año dos mil. Paralelamente, Marcelo Díaz, Sergio Raimondi, los chicos, estaban vinculados un poco a lo que había sido la actividad de los poetas mateístas…

¿Más o menos en qué época…?

La primera formación en la cual yo estuve (al poco tiempo me fui) fue en el año ochenta y cinco. Yo a partir del ochenta y seis me fui, estuve haciendo otras cosas, y ellos continuaron con la tarea, sacaron revista murales, sacaron panfletos, la revista ocho mil quinientos… Marcelo fue siempre también un gran escritor de revistas. Y ellos tomaron contacto con gente de Buenos Aires, con toda esa generación de Fabián Casas, [Eduardo] Ainbinder también…

¿Había también un vínculo con la Whiskys?

Exactamente, había un vínculo con la 18 Whiskys, que ahí estaba justamente también José Villa. E hizo también sinergia ese movimiento con el espacio Vox, donde estaba Gustavo López sacando su revista y su editorial. Gustavo es lo más grande que hay: como persona y como editor. Él ya tenía, antiguamente, una revista y editorial que se llama Senda, pero en los noventa él se concentra más específicamente en lo artístico. Viste, porque la antigua Senda tenía una parte artística y había también artículos que iban por el lado o de lo espiritual o del naturismo, que yo recuerde… Pero cuando funda Vox, ya es específicamente artístico, pintura y literatura. La revista nace como una revista objeto, y la editorial también forma parte de ese proyecto… Y además ya se estaba alquilando esa mítica esquina de Las Heras y Zeballos. Es decir, que en ese contexto… que veníamos de un contexto político y económico adverso, que veníamos del neoliberalismo y del menemismo, que se continuó con De la Rúa… que veníamos de la caída de la Unión Soviética y la hegemonía global-universal de Estados Unidos… ya no había más ideologías, el estado desaparecía, las privatizaciones… el menemismo, que era un neoliberalismo, pero que era una cosa más bien chabacana, ramplona… Entonces se generó una cierta idea, un cierto núcleo de resistencia cultural poética-literaria: el espacio Vox, los chicos que venían del mateísmo, el Museo de Arte Contemporáneo, donde estaba Andrés Duprat… Trabajaba allí también Sagasti… En el MAC tenían allí un espacio donde ensayaba el grupo teatral Caos, que era experimental, de vanguardia, que había directores de afuera… La feria de la cultura… Se dió con toda esa gente y, en un espacio como Bahía Blanca, más o menos nos conocíamos todos y más o menos estábamos todos en contacto.

Y Gustavo fue también un gran gestor cultural, que no solo editaba la revista y la editorial, sino que además gestionaba recitales, llevar gente a Buenos Aires, traer gente de Buenos Aires… A través de Fundación Antorchas trajo clínicas de poesía, varias sesiones. La primera tanda que estuvimos todos, que debe haber sido en el dos mil uno, dos mil dos, estaban [Daniel García] Helder y [Arturo] Carrera: o sea que estábamos también en contacto con gente de Diario de Poesía. El primer libro se dio entonces en este contexto de movimiento cultural, año dos mil creo que fue el Volumen Uno… Y el Volumen Dos salió en dos mil uno o dos mil dos, no me acuerdo ahora… El primer volumen era de un tamaño reducido, chiquito. Para el segundo volumen ya ahí Gustavo había conseguido un subsidio de Fundación Antorchas, pudo sacar ediciones más grandes, con otro papel, y yo recuerdo que allí en el Volumen Dos fue muy importante eso… Porque, claro, para tener un subsidio nosotros teníamos que ser recomendados por otros poetas. Gustavo consiguió que me recomendaran Daniel Samoilovich y Leónidas Lamborghini…

!!!

La carta de recomendación de Leónidas creo que la tengo por ahí fotocopiada, escrita a mano: un tesoro. Gustavo, justamente en esta movida de llevar poetas y de traerlos, había traído a Carrera, a Leónidas, a Calveyra… Leónidas estuvo una o dos veces en Bahía: Bahía Blanca en ese momento se había puesto a la altura de las grandes ciudades de la Argentina en cuanto, precisamente, no sólo al movimiento cultural sino a la actualización. Porque acá estábamos en contacto con la gente de Buenos Aires, de Rosario, y un poco… ¡en pie de igualdad!

Y entonces el Volumen Dos salió en una tanda de libros en la que salió el mío, junto con uno de Roberta Iannamico, El collar de fideos y con Poesía civil. Y bueno, Gustavo fue el gran gestor y el impulsor de decir bueno, publicamos, publicamos, vamos a publicar… Y bueno, así más o menos salió el primero.

¿Música mala de Rubio había salido con la revista, puede ser, o era parte de esa tanda…?

No me acuerdo, pero eso fue parte de un momento… Me parece que Música mala había sido premiado por Diario de Poesía, y justamente con Gustavo formamos parte del jurado de la segunda tanda del concurso…

¿Lo llegaste a tratar a Rubio?

Sí, sí, sí… lo conocí, lo llegué a tratar… Es más, una vez en una quinta de Gustavo López, acá a la salida de Bahía, se armó un partido de fútbol y él no jugaba nada y yo tampoco… Y Ale fue al arco y después yo también… Pero sí, a Ale lo conocí, lo llegué a tratar. Una vez vino a Bahía, a la casa de Sergio [Raimondi] y me llama por teléfono y me dice: “¿¿¿Qué hacés que todavía no me viniste a visitar???” Sí… era una persona muy peculiar, porque para algunos podía ser un áspero. Sus intervenciones eran polémicas, pero era una persona también demandante de cariño, viste. Y si vos te le acercabas y le demostrabas cariño, era… era una persona entrañable, ¿no? Extremadamente inteligente, un lector voraz, y aparte tenía una memoria borgeana: tenía libros enteros en la cabeza. Lo que pasa que Ale, pobrecito, había tenido sus problemas… y además era un fumador terrible, a nivel de decir dos o tres atados por día. Un día me junté con él en la casa de Raimondi… Y eso que yo fumo, pero para él era uno atrás de otro, atrás de otro, atrás de otro… Él ya estaba deteriorado. Una vez, durante el último tiempo, se había dedicado a grabar unos poemas orales que ponía en Facebook y decía: “Considero que mi obra de arte barroca más exquisita… es la arquitectura de mis pulmones”, algo así decía, ¡claro, tenía los pulmones hechos pelota! Pero fijate vos, estamos hablando de un tipo que tenía una cabeza poderosísima, y una capacidad de lectura… Yo lo he visto: tenía poemas enteros, fragmentos enteros de libros en la cabeza, viste.

Algo que me interesaba también era que conversáramos un poco sobre Los signos, si a vos te parece… Me pasó a mí, y no sé si a varios, algo que mencionás allí en esos versos que citás de tu cuarto cuaderno, ¿hubo un regreso a aquellas “crispaciones del nacionalismo católico”? ¿Qué entró en juego en ese regreso?

Mirá… efectivamente, mis relaciones con la fe, con la religión, fueron cambiantes. Momentos de mayor fervor, momentos de enfriamiento… Tuve momentos de fervor religioso muy fuerte en el año 89, en el cual, bueno, incluso había pensado la posibilidad de unirme al seminario. Pero bueno, lo que cuento allí es todo real. Ese libro no solamente no es ficción, sino que tampoco es otro Cuaderno de Lengua y Literatura. Tampoco es literatura. Cuando Gustavo me dijo de publicarlo… Porque yo lo escribí para dar testimonio. Pero mi idea era hacer libritos, imprimirlos, o mandárselo por mail a la gente que quería, o imprimirlo a la gente que quería y repartirlo. Porque digo, ¿quién me va a publicar esto? Pero yo se lo di a Gustavo, y fue él el que me insistió en publicarlo. Por ahí alguno… Me habían hecho algunas objeciones, “tené cuidado con ese libro porque no sé si todo el mundo lo va a entender”.

¿Hubo entonces una resistencia al libro…?

Por parte mía no hubo ninguna resistencia, y Gustavo fue un fervoroso partidario de que el libro se publique. Es un libro testimonial, y es un libro que da cuenta de determinada cantidad de cosas. Bueno, lo que ocurrió es que Gustavo conectó rápidamente con el libro. A Gustavo lo conocemos como editor, como persona que está en el mundo del arte, pero él desde siempre ha tenido una veta, un costado espiritual. Lo que pasa es que es una espiritualidad que quizá no necesariamente se enmarca en los parámetros de una religión convencional, pero una búsqueda espiritual siempre tuvo. Entonces, él estaba de acuerdo con muchas cosas que ponía allí. Habló de la necesidad de que el libro se publique, que comience a circular, y que la gente lo tome y vea… Debo decir que el libro se publicó por el fuerte interés que tuvo en él.

Y sobre las objeciones… Mirá, en un principio, alguien me habrá dicho que tuviera cuidado con este libro, que no lo publique… Claro, yo era más bien conocido desde un punto de vista más bien literario, y si de pronto salía con un libro donde directamente hablaba de entidades espirituales y completamente encuadrado dentro de la iglesia católica, me dicen “te van a tomar por loco”. ¡Pero después Gustavo me dijo de publicarlo! Aparte ya, a esta altura, justamente después de las cosas que he visto y que he comprobado, yo no me puedo quedar callado. Yo tengo que dar testimonio de esto: quiero y necesito dar testimonio. Y sí, es verdad, nadie quiere que a uno lo humillen o nadie quiere pasar un mal momento… Pero, en definitiva, lo que se pueda llegar a pensar de mi carrera literaria, si con este libro queda ensuciada o no, o si quedo como un loco fanático o no, o si mi carrera literaria se va al bombo o no… Me tiene sin cuidado. Porque total, sé que hay cosas que en definitiva son mucho más importantes. Entonces: si mi conocimiento o el renombre que pueda tener desde la parte literaria ahora que me dieron el Konex…

Eso mismo, felicitaciones.

Gracias, muchas gracias… Si eso lo puedo capitalizar para que este libro se lea más, en buena hora.

Es que siento que varios nos acercamos al libro, primero porque llama la atención que no pertenezca al proyecto de los Cuadernos y después leyéndolo uno puede, de cualquier manera… Personalmente, no soy creyente, pero de todas maneras es algo que pude leer y disfrutar, tal vez de una manera distinta que la lectura de los Cuadernos. Justo también viene a cuento de esta mención que aparece allí de Coleridge respecto a la suspensión de la incredulidad: al menos yo lo pude leer no sólo como un acto de fe, sino como una especie de mecanismo literario. ¿Vos qué opinás al respecto?

Mirá, justamente… Una de mis preocupaciones al momento de escribir el texto es que fui deliberadamente consciente de que yo quería dar un testimonio y quería transmitir una determinada cantidad de contenidos de orden teológico. Pero, al mismo tiempo quería… quería que el libro fuese legible y accesible a un público vasto, amplio y no especializado, que de algún modo estuviese bien escrito, no en un sentido de calidad literaria, sino en un sentido de legibilidad: que fuese ameno, que tuviese su parte reflexiva, por eso también las imágenes, cierta apelación e interlocución con el lector imaginario. Es buscar, es interpelar, porque en definitiva la función del libro es esa: llamar la atención, interpelar… Y bueno, después el proceso espiritual que cada uno hace… Tendrá que arreglar su alma en relación a la trascendencia. Es un proceso interior, personal. Uno facilita, uno dice, “yo he visto esto, esto, esto y lo otro”, y a mí esto me llevó a concluir tal y tal. Entonces, las cosas que yo he visto por mis investigaciones también coincidían con el deseo de una búsqueda espiritual. Pero me vengo a encontrar con que ese deseo de algo espiritual, aquella nostalgia religiosa, tiene un fundamento en la realidad experiencial. Y es decir, puede hasta tener una comprobación científica. No porque sea necesario acudir a la ciencia para demostrar la existencia de Dios: la existencia de Dios es un acto de fe, es un acto de una afirmación, una verdad revelada. Por lo tanto tiene que ver con una afirmación personal, pero al mismo tiempo… Por determinadas circunstancias, Dios ha permitido la presencia de determinados signos, de ahí el título del libro. Y por eso está el título de San Juan, porque justamente a los milagros de Jesús no los llamaba milagros, sino signos… Son milagros porque es la intervención de un orden sobrenatural, pero un milagro también puede ser malinterpretado como algo que tenga que ver con la magia… En cambio el signo, que nosotros lo sabemos por la carrera de Letras, es un significante que remite a un significado. Y entonces, este acontecimiento que ocurre remite a un significado de orden trascendente que está de otro lado. Hay determinados signos, cuya existencia ha permitido Dios, a los cuales el ser humano puede acceder a través, incluso, de la razón. Porque, en realidad, y es un principio muy firme dentro de la teología católica, la razón no va en contra de la fe. La razón no repugna con la fe. Obviamente, hay una jerarquía… Las verdades de fe son verdades reveladas a las cuales uno debe dar su consentimiento. Pero al mismo tiempo no son verdades que estén en contra de la razón. La razón es un don de Dios, y el ser humano por su propia inteligencia puede llegar a los umbrales de la afirmación de la necesidad de algo de un orden trascendente.

Algo llamativo del libro es el énfasis en que estos signos, estos milagros, tienen una presencia material, en que es necesario que se den presentes de forma visible y tangible…

Justamente por eso, ese costado materialista está destinado precisamente no a un público creyente, aunque se supone que el público creyente ya debería saber todo esto… Este libro no va destinado al católico practicante, pero varios practicantes lo han leído y me han dicho que a través de él pudieron replantearse varias cosas. Porque también dentro de la iglesia católica, lamentablemente, se han introducido corrientes de interpretación modernista que consideran que eso del demonio es un mito y hacen interpretaciones naturalistas o racionalistas de lo que se lee en la Biblia y dicen “bueno, no, Jesús no exorcizaba demonios porque no existen los demonios: Jesús lo que hacía era curar epilépticos o enfermos psiquiátricos, que, como en aquella época como eran ignorantes, los llamaban ‘endemoniados’, pero a fin de cuentas no existen…” Minga. 

El énfasis en este costado material no es porque un católico o un creyente deba exigir esas pruebas materiales. La fe es un acto voluntario, de adhesión a una verdad revelada. Ahora, en determinadas circunstancias, quizá una permisión de Dios sin lugar a dudas… Por una permisión de Dios, como sabe que uno es limitado, es débil, que la razón humana llega a determinada punto, o que por dudas o frialdad o por confusiones, uno cae en la indiferencia, o en la incredulidad, o en la duda… Entonces por ahí se permiten determinados signos. Y Jesús hizo esos signos para acompañar su predicación, pero Jesus decía que acá lo importante no es el milagro, sino que crean en una verdad superior, decía “no me sigan a mí porque yo multipliqué los panes”. Lo que pasa es que, justamente, como nosotros provenimos de un mundo formateado por la modernidad, por la filosofía ilustrada… Venimos del mundo de lo que Alain Touraine llamaba la “ideología de la modernidad”: la eliminación del orden sobrenatural, que queda reducido al ámbito de la creencia privada y nada más, el único fundamento de todo es el orden racional-matemático, todo debe ser explicado en función de la razón y de las ciencias experimentales… No existe Dios, o si existe no lo sabemos, quizás algo haya… O si no es ese Dios abstracto de los filósofos o de la masonería, un gran arquitecto del universo que creó al mundo, puso las leyes fundamentales y después chau, se echó a dormir o desapareció o no interviene… Justamente, utilizando esas mismas herramientas, esa misma ciencia, la propia ciencia puede no solamente analizar, sino demostrar que hay algo más. Porque cuando hay algo que ocurre, que se analiza científicamente, y la ciencia no encuentra explicación de eso, entonces allí la ciencia no está demostrando a Dios.  Pero con su imposibilidad de explicación, de algún modo está reafirmando que allí está ocurriendo algo. Como en el caso de los milagros eucarísticos: con toda la aparatología moderna, el científico afirma “esto que yo tengo acá es un pedazo de tejido de músculo cardíaco, inexplicablemente vivo”. Se certifica esto. Ahora cómo un trozo de pan se convierte en un trozo de músculo cardíaco, no lo puedo explicar. Yo científicamente puedo demostrar y comprobar que es esto. Ahora, ¿cómo esto proviene del trozo de pan? No lo puedo explicar. La ciencia llega a ese límite, más allá del cual la explicación viene del orden de la fe. De allí el énfasis en estos costados materialistas, porque va destinado precisamente a un lector que ha sido formateado en el pensamiento laicista, racionalista…

Otra cuestión que me preguntaba luego de haber terminado el libro, ¿podría existir una conciliación a futuro entre este testimonio y la poesía? ¿Por qué no tuvo la posibilidad de tomar forma de Cuaderno…?

Mirá, los Cuadernos van por un lado más bien literario, medio testimonial a veces… Yo no quería que este texto… Se podría sumar a los otros Cuadernos, pero quería que fuera un texto aparte, como decir, bueno, “esto no es otro texto literario, esto es un texto tes-ti-mo-nial”. Por eso está también en primera persona, no por una cuestión de vanidad, sino por una cuestión del testimonio. “Yo pasé por allí, yo vi esto, yo experimenté esto, y yo doy testimonio de esto, testimonio que se los ofrezco a ustedes para que ustedes lo vean”. Con la literatura tengo pensado hacer otra cosa que vincule también cierto aspecto de la fe… Pero no sé muy bien qué voy a hacer. Este libro debía ser testimonial, para que no se piense que es una cosa ficticia o producto de la imaginación. Porque todas y cada una de las palabras que están allí en ese libro tienen un fundamento en la realidad, en mi realidad biográfica, en la realidad de los estudios que realicé, en la realidad científica, en la realidad testimonial. Esto es real.

Mencionás muy temprano en el libro que estas son las páginas más importantes que has escrito en tu vida, ¿a qué le adjudicás esta importancia?

En primer lugar… Jesús dió el mandato misionero: “vayan y prediquen… y hagan discípulos”. Este libro intenta cumplir con este mandato. Y llegar con la palabra a los lugares donde normalmente no llega, el mundo de la cultura, o el mundo de la gente letrada, etcétera. Hoy en día, la misión en un mundo post-cristiano debe comenzar en la esquina de casa, a la salida de la puerta… Entonces, llevar la palabra o llevar un testimonio de esto comienza acá. Y después… Es absolutamente importante porque en este mundo… donde vivimos en un mundo en crisis, donde la palabra “apocalipsis” está en boca de muchos, ya sea por la crisis de la guerra o la pandemia, etcétera… llevar esta palabra testimonial, de que existe algo superior, de que las sencillas cuestiones de las verdades de la fe son reales… O sea, no es una mitología, no es un cuentito rosa para viejas chupacirios. No es algo edulcorado para calmar la conciencia, o como decía Marx, el opio de los pueblos. No es ningún opio: es una realidad que exige una responsabilidad. Por eso me parecía que es el libro más importante de mi vida porque, bueno, estoy dando cuenta de Dios. ¿Qué cosa más importante que eso puede haber? ¿Qué cosa más importante que el fundamento de la existencia de la creación del universo? Claro, no hace falta ser creyente para convenir que hablar sobre los fundamentos de lo que constituye la existencia del cosmos no es un tema intrascendente, ¿no es cierto? Cada cual le dará su respuesta en función de su educación, de su fe, de su creencia, etcétera. Pero debemos convenir que si hablamos del fundamento del orden visible e invisible de lo material y lo espiritual, de lo físico y de lo metafísico, digamos que no es un temita de esos que trata Jorge Rial en el programa de la tarde… Y aparte, bueno, es también una advertencia de que… primero, de que el mal existe, de que es poderoso, que el mal no es una abstracción: es algo que hacemos los seres humanos. Pero que también hay seres que son efectivamente malignos, que fueron creados por un Dios bueno pero que se rebelaron, y que esos seres efectivamente actúan. Y actúan sobre todos nosotros, que son poderosos, pero al mismo tiempo hay algo superior a ellos: porque ellos son criaturas. Entonces, hay algo que es infinitamente más grande, infinitamente más bueno, infinitamente más poderoso, luminoso, amoroso y bondadoso a lo cual estamos llamados. A esa felicidad. Y que estos bicharracos actúan hasta donde Dios les permite, en función de sus decretos. Siempre están ahí, hinchando, siempre están rompiendo las pelotas y siempre están tentando.

El libro está fechado un veinticinco de marzo de 2022, dos años después del inicio de la pandemia. Antes de eso describís a este siglo como uno “incrédulo y despiadado”. Dos años después de escrito esto y veinticuatro años después de su comienzo, ¿sentís que lo sigue siendo?

Mirá… Despiadado lo sigue siendo. Vos fijate que nosotros pensábamos que después de la pandemia salíamos mejores. No: la gente salió rota y salió igual que antes. ¿Por qué vamos a pensar que el ser humano va a cambiar? Nosotros desde un punto de vista antropológico, teológico, tenemos una naturaleza dañada por el pecado. Ya lo sabemos. Una pandemia no nos va a cambiar, lo que nos cambia es la gracia. Lo que nos cambia es Dios. Una pandemia puede llegar a, en todo caso… puede ser un instrumento, como me sirvió a mí, para profundizar en estos temas y hacer un cambio. Escuché a otros que la pandemia les sirvió para eso. A otros no les sirvió para nada. A otros los mató. A otros los dejó fisurados… Después, es un siglo donde, lo estamos viendo: ¡volvió la guerra! Cosa que parecía que había quedado atrás, pero ahora nos estamos encaminando… Bueno, ya lo había dicho el Papa Francisco: una Tercera Guerra Mundial en pedacitos. Despiadado, sí, despiadado lo es. Vos fijate que tenemos un… Y con esto capaz se me ofende alguno, pero bueno, no puedo evitarlo: tenemos un presidente que no tiene empatía con el dolor, con el sufrimiento, sino con el número, con las estadísticas, y con Twitter… Y con sus perros. Tiene empatía con ellos. Y el resto, y bueno, si se tiene que caer, o si se tiene que morir, viste… El liberalismo, ¿qué es eso? Bueno, el liberalismo es el individualismo. El liberalismo es… Despiadado, claro que es despiadado. Ahora, al mismo tiempo, y este libro me ha llevado a comprobarlo, yo creo que el tema de lo incrédulo, eso creo que es algo que está empezando a moverse. ¿Por qué? Y porque la gente también se agota… Ya que mencionamos antes a Albert Camus. Bueno, muy bien. Camus siempre, oficialmente, fue un agnóstico. En el año dos mil y pico, Howard Mumma, un pastor metodista norteamericano que cumplió su ministerio en París en la época del cincuenta, tuvo entrevistas secretas con Camus. Y bueno, hablaron de Dios, hablaron de la Biblia… Y aparentemente Camus estuvo a punto de convertirse y de pedir el bautismo. No llegó porque tuvo el accidente… Pero de haber seguido con vida, no hubiese sido extraño encontrarnos con un Camus cristiano, finalmente. ¿Cómo se llama el libro de Mumma en el que cuenta estas conversaciones con Camus? El existencialista hastiado… Y yo creo que la gente estuvo siempre, y ahora más que nunca… está en búsqueda. Ese mundo árido que plantea el cientificismo, no la ciencia, nos deja con hambre… Hay clima de incerteza, de inseguridad, de angustia. Angustia en la cual, incluso, las pseudo religiones políticas también han entrado en crisis. Porque la política puede convertirse en un sustituto de la religión. Todo eso también ha entrado en crisis. Pareciera ser que se ha perdido un mundo en común, ahora cada cual vive en su propio mundo… Justamente, este libro va en el sentido contrario del pesimismo.

Justamente, e incluso también me llamó la atención ese cierre que tiene, hablando sobre esta cuestión de la fecha, mencionando a la Virgen María…

Un cierre mariano, sí, totalmente… Porque, ¿sabés qué es lo que pasa? Siempre parece que el mal tiene la última palabra. Y no: el mal se pone pesado, se pone denso y se va a poner más denso todavía. No solamente que estamos mal, sino que posiblemente estemos peor. Pero el mal no tiene la última palabra. La última palabra la tiene Dios. Y Dios, que es bondad y que es amor, ya lo sentencia al mal. Lo deja actuar, pero ya está sentenciado… ¡Y el Maligno lo sabe! Lo sabe perfectamente. Estaremos sacudidos, pero la historia va a terminar bien, necesariamente. Y porque está profetizado: en el último libro de la Biblia que es el Apocalipsis… porque la gente tiene la idea de “¡No, el Apocalipsis! ¡¡¡Hay monstruos y Dios va a destruir el mundo!!!!” No. Primero, Dios no destruye nada, no destruye su creación. Somos nosotros los que destruimos. Segundo, esos monstruos que aparecen allí son los que ya están actuando. La guerra es un monstruo. El capitalismo financiero, la adoración al dinero, es una de esas bestias que están dando vueltas. Lo que lleva al enriquecimiento de unos pocos que son cada vez más ricos al punto de creerse que están más allá del bien y del mal a costa de pobres cada vez más pobres. Y todo esto va a llegar un momento en que, a nivel histórico, va a tener un cambio o un cierre o… Un cambio a otra cosa. Y segundo, nosotros también vamos a tener nuestro propio apocalipsis personal el día que no estemos más en este mundo.

Luego de corregirme sobre la raíz del término “Apocalipsis”, Mario retoma su rol docente por unos minutos para explicarme su etimología, su significado original de “revelación” y una o dos palabras que comparten su raíz con ella. La exposición se da con su característica cordialidad, con ese tono serio que toma su semblante en reflexión, volviendo casi visible el ir y venir de las ideas detrás de sus lentes gigantescos. 

Para ir terminando, ¿te acordás qué te dijo Leónidas en su carta de recomendación?

No… Creo que me dijo que, bueno, que le había gustado el libro, que si bien había algunas cosas con las que no estaba de acuerdo… pero que le parecía un gran libro. Una cosa así.

¡Fue positivo entonces el balance!

¡¡¡Sí!!! El balance es necesariamente positivo. Eso tiene que quedar bien remarcado.

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