RESEÑA
por Rocío Kiryk
Después de los libros aclamados Las malas y Soy un tonta por quererte, la escritora y actriz Camila Sosa Villada (La Falda, 1982) revisita la novela realista –género burgués por excelencia– desde una premisa novedosa. Sexualidad, familia y las tensiones de un sistema cultural que amenaza con achatar cualquier atisbo de disidencia son algunas de las líneas que explora Tesis sobre una domesticación.
En una entrevista con Julio Leiva, Camila Sosa Villada cuenta cómo Juan Forn le había dicho que, para ser “tomada en serio”, tenía que escribir ficción y no autobiografía. Después de Las malas, esa búsqueda comenzó con la antología de cuentos Soy una tonta por quererte y continúa, ahora, en Tesis sobre una domesticación. La novela narra la historia del derrumbe de un matrimonio formado por una actriz travesti y un abogado homosexual que adoptan a un nene seropositivo.
Siguiendo la crítica que le habría planteado Forn, Las malas se lee como una novela iniciática –el pasaje de la infancia a la juventud–, en un híbrido entre realista y maravilloso; mientras que Tesis sobre una domesticación es una novela realista propiamente dicha, sin matices. Y ese crecimiento de la protagonista, ahora adulta y exitosa, se traduce, como indica el título, en el aburguesamiento de las formas: la domesticación de la travesti que “sienta cabeza” y de la literatura consagrada por la crítica, que no tendría otra alternativa que ir hacia las formas “respetadas”. La novela trabaja sobre la tristeza de ese mundo gris que implica la estabilidad: el derecho de sentirse una mujer tristemente casada, tristemente madre, tristemente moderna. Con el foco en un aspecto específico en el proceso de cambio de la protagonista, que tiene que ver con la forma en que los sujetos excluidos habitan la inclusión. En esa domesticación, la autora se permite escribir un drama romántico; una actriz que quiere interpretar La voz humana de Jean Cocteau y sabe que la van a acusar de “vetusta” se aleja, así también, de la cultura queer y la “militancia sexual”: “la casa tenía parque, piscina, perros Pomerania, limoneros y naranjas, terraza con vista al sur de la ciudad y muros con rejas electrificadas, porque lo torta no quitaba lo cruel”.
La figura de artista y la relación con su público se vuelve central en la trama. En el comienzo, la admiración de un fan se vuelve insulto cuando la actriz le cierra la ventana en la cara; él le grita “negra de mierda”. La escena remeda lo que podría haber salido de la canción de los Redondos “El infierno está encantador” y su alusión al público respetable; la protagonista, en cambio, “piensa que una parte de su público no vale tanto, no es tan bueno, no sabe por qué actúa para ellos”. La novela como búsqueda se vuelve invención de un mito que trata de desprenderse de la mirada del espectador: “una travesti sin pasado. Una travesti que no sólo elegía un nombre y su género, sino también el tipo de historia que la fundaba”. La escritora no quiere agradecer el lugar que, a regañadientes, la industria se ve obligada a ceder.
El sabor amargo que nos puede dejar la elección “vetusta” es el mismo que nos produce la extenuación de la novela realista, la poca sorpresa de estos sujetos que no dejan de ser personajes modernos en un drama moderno. Y a pesar de su agotamiento (por momentos la insistencia endogámica de los conflictos –mamá, papá, abuelos– satura) Camila Sosa Villada sabe mantener la tensión mediante un buen manejo de la retrospectiva. La compleja construcción identitaria de la actriz, que se debate entre público, familia, deseo y sexualidad, es construida desde el comienzo de Tesis sobre una domesticación, cuando se le revela al amante que el affaire ayuda a mantener viva la atracción sexual dentro del matrimonio. Como Madame Bovary, es una puerta de escape a la “domesticación”; lo que más adelante llamará el “derecho a ser igual de mediocres que el resto”.
Tesis sobre una domesticación
Camila Sosa Villada
Tusquets
2023
257 pág.
