En sus primeros 100 días, el presidente mostró un esfuerzo por mantener una coherencia teórica, incluso al precio de desconectarse de la realidad social. La agenda destructiva del gobierno, basada en recorte de beneficios y licuación de salarios y jubilaciones, está mellando su imagen en tiempo récord.
El presente gobierno, en su aparente coherencia teórica, despliega una corrosión destructiva en la realidad concreta. Busca reconfigurar la sociedad entera en torno a acuerdos privados, desestimando el rol del Estado y priorizando la rentabilidad financiera, con la intención incluso de prescindir de productores y trabajadores. Esta visión de una sociedad diseñada para el 10%, donde el resto supuestamente se someterá, es social, económica y políticamente inviable. A pesar de la pretensión narcisista del gobierno, el mundo no puede ser moldeado a su antojo, menos aún con represión. Existe una sociedad preexistente con reglas, instituciones, valores, y actores con intereses reales. Ninguna revolución puede ignorar este contexto ni hacer como si el pasado no existiera. Aunque un gobierno pueda aspirar a una refundación, no puede hacerlo sin el respaldo de las fuerzas sociales, de lo contrario sería autoritario, irrealista o negacionista.
Los votos obtenidos por Milei le otorgan el derecho de gobernar, no de reconstruir la sociedad según su voluntad, y mucho menos desde una postura destructiva basada en teorías sin precedentes en ningún país del mundo. Para llevar a cabo una refundación, existen procesos constituyentes que surgen de acuerdos y negociaciones entre fuerzas reales, planteando modificaciones profundas de raíz. La supuesta revolución contractualista de Milei es autoritaria e irrealista, al confundir gobernar con proponer una nueva constitución de manera constante.
Ante esta situación, hay dos posturas posibles. La primera es despreciar cínicamente al Presidente y refugiarse en la resistencia sin propuestas concretas, lo que solo alimentaría su permanencia en el poder. La segunda es comprender el tipo de gobierno que se está implementando y desde ahí proponer un contraataque incómodo, otro modo de hacer, sentir y pensar políticamente. Esto implica cambiar posturas y propuestas para conectar con las mayorías electorales y crear otro camino, reconociendo el profundo deseo de refundación en la sociedad y canalizándolo de manera orgánica y constructiva.
La sobreexcitación constante del escándalo diario nos impide ver la trama de este gobierno, que busca limitar la libertad de los actores sociales y niega la existencia de alternativas válidas. Se trata de un fascismo de la libertad, que desprecia e insulta a todo lo que no se asemeje a su visión. Para liberarnos de esta situación, necesitamos encontrar un camino concreto, no solo resistir pasivamente. La paradoja y la contradicción son las herramientas con las que opera este gobierno para corromper nuestros sueños y aspiraciones, y debemos encontrar la manera de contrarrestarlas.
Es esencial reconectarnos con la realidad y proponer transformaciones profundas en las instituciones existentes, basándonos en la experiencia del presente y en las luchas en curso. No podemos seguir esperando un acontecimiento que nos libere, sino que debemos hacer política de manera activa y constructiva, confrontando las propuestas del gobierno y proponiendo alternativas concretas y viables. La dialógica para un contraataque se convierte así en la herramienta fundamental para cambiar el curso de los acontecimientos y construir un futuro más justo y equitativo para todos.