Reseña. ¿Cómo ofrecer una respuesta estética pertinente al mundo actual? Caterina Scicchitano (Mar del Plata, 1992) endurece su sensibilidad, radicaliza sus juicios y convierte la soberbia en una forma paradójica de sociabilidad. Soberbias, su nuevo libro, propone una mutación necesaria del programa de Belleza y Felicidad —el yo y el vos, los nombres propios, el imaginario de lo contemporáneo— para estar a la altura de un presente atravesado por la violencia y la precariedad. por Juan Rocchi
¿Estoy exagerando? Sí, pero con razón.
Huir de Latinoamérica sería renunciar al amor.
Yo quiero quedarme acá.
Necesito seguir en este país para ver
en que culmina esta violencia.
Vos no lo entenderías.
Ni Europa ni Nueva York, el anteúltimo libro de poemas de Caterina Scicchitano, tiene una consigna clara: quedarse acá, en Argentina –o más precisamente en Buenos Aires–, para ver dónde termina la violencia. Cuatro años después, el octubre pasado, se publica Soberbias, un libro de prosas cortas que muestran en qué se convirtió ese sujeto, ese “yo” que decidió permanecer.
En poesía hablar del yo es casi necesario, porque constituye esa fuente desde la que, sin coincidir con lx autorx, surge el material del texto. Al mismo tiempo es peligroso, porque remite a ese gran continente que se llama “literatura del yo”, en el que pueden inscribirse lxs más diversxs autorxs mientras usen con insistencia la primera persona para retratar algo cercano a sus propias vivencias. Como toda etiqueta, la de literatura del yo confunde más de lo que determina. En el caso de Scicchitano, hablar del yo nos abre dos direcciones: por un lado, su relación con la tradición literaria y artística específica de Belleza y Felicidad; por otro, su relación con el mundo contemporáneo y la subjetividad actual.
Habiendo nacido en 1992, Scicchitano no pudo haber vivido las exposiciones, fiestas y encuentros que nucleaba la galería Belleza y Felicidad gestionada por Fernanda Laguna y Cecilia Pavón. La relación se da entonces bajo la forma de la escuela estética, y podemos mencionar tres elementos centrales que ubican a Scicchitano como parte de esta tradición: la escritura espontánea del “yo y vos”, una primera persona que relata de forma más o menos directa sus sentimientos e ideas a una segunda; el universo local de los nombres propios, que consiste en una comunidad de amigos y conocidos; un imaginario personal y crudo sobre lo contemporáneo, en general expresado en juicios de valor que eluden lo mainstream. Por si no alcanzara, la propia Scicchitano nombra a Ceci y a Fer en sus textos (así, abreviado y sin apellido), así como a Lucía Seles, la que pareciera ser la nueva integrante natural del grupo en este nuevo formato 2025.
Tomar a Belleza y Felicidad como escuela no es algo particular de Caterina Scicchitano: a las maestras Ceci y Fer no les faltan alumnxs. Lo que diferencia su obra es la vuelta que da a estos elementos que mencionábamos antes (yo y vos, nombres propios, juicios sobre lo contemporáneo), ajustándolos al presente y permitiéndole escribir poemas nuevos. Es quizás en Soberbias donde estas transformaciones se ven con mayor claridad, donde encuentra un ‘aquí y ahora’ que le permite explayarse al respecto.
Empecemos por el yo y el vos, ese aparato tan particular de ByF (y tan denostado). En particular el yo, hacer de la propia experiencia algo digno de ser narrado, es fácilmente criticable: puede ser individualista, caprichoso, autocomplaciente. Al mismo tiempo tiene un potencial positivo: puede ser contestatario, responder al propio deseo y no a un mandato (mercantil, institucional, extranjero, etc.). Por otra parte, como escribió Claudio Iglesias en Corazón y realidad, un buen crítico tendría que darse cuenta de que en ByF no se jugaba tanto (o solamente) el yo de quien hablaba, sino el vos al que se estaba apuntando. Eran obras y textos dedicados, teledirigidos. ¿Cómo era el yo de ByF, a principios del 2000? Naive, juguetón, femenino. ¿Y a quién se dirigía? A su entorno cercano, a quienes circulaban por la galería.
Por el contrario, en Soberbias el yo es un poco violento, un poco border (“Nada me da vergüenza, solo parecer loca, e igual me encantaría poder ser yo al cien por ciento y putear mucho y no respetar ciertas leyes”). Pero sobre todo avispado: tiene definiciones respecto del mundo, y sus juicios parecen ser llevados por una racionalidad maníaca que acompaña las sacudidas del sentimiento. En el mundo actual, signado por la violencia, la ingenuidad no tiene lugar ni siquiera como simulacro: justamente el yo que permanece, para hacerlo, tiene que endurecerse y avivarse (“Un agente literario me contactó desde España y me quiere representar. ¿Representarme a mí? Va a tener que ponerse de mal humor por hacer filas delante de viejas platinadas y cosas por el estilo. Seguro le voy a decir que sí porque mi alma es cara, y Europa tiene los euros para comprarla. Venderse siempre, ya que de humilde no la jugué nunca”). No puede hacer una actividad romántica como vender acrílicos en una motito; más vale tiene que tomar trabajos y perderlos, manguear, aprovecharse de las situaciones que pueda para sobrevivir (“¿Sabés que cuando alguien llama doctor o doctora a alguien es porque quiere sacarle guita?”).
Por otra parte el vos al que hablan los poemas también se pervierte. Ya no hay relación de entrega, afecto, o en su faceta negativa despecho. Lo que prima es la agresividad, la bajada de línea y la exigencia (“Ya no hay nada en la tele, todo está afuera. Necesitamos que la gente de 16 años tome las riendas del país urgente”). No quiere decir que no haya declaraciones amorosas o buenos sentimientos en algunos pasajes, pero lo que suele prevalecer es, o bien la postura defensiva del yo, o bien el yo que aviva a otro. Un estado mental entre atacado y, justamente, soberbio (“Basta, Santiago motorizado, hasta acá llegaste. Es mentira todo lo que decís y nadie te cree. Hacés que toda una generación de señoritas crea en los hombres y no es así, no es justo porque es mentira que hacés todo para ellas”).
Esta presencia del vos, al que el poema se dirige con nombre propio, se multiplica hasta formar una red. En el mundo de la violencia vivimos una guerra constante, y eso significa que no hay institución, no hay espacio público. ¿Qué queda? Los nombres propios, los afectos individuales. Y estos, potenciados por la lógica seudo-democratizante de internet (idealmente, cualquiera puede hablar con cualquiera), construyen un espacio en que lo que existen son los nombradores y los nombrados, y en ese mundo participa Scicchitano. Por eso nombra a Tamara Tenembaum (“Tenenbaum”, le dice), a Žižek, a Ceci y Fer, a Lucía Seles, a Cande Benetti, a David Foster Wallace, a Santiago Motorizado y a muchos otros. Esto ya existía en ByF, pero funcionaba como un círculo íntimo. Ahora se extiende a gente que el yo del poema no conoce, pero podría potencialmente conocer. Les responde sus canciones y declaraciones, los halaga como si supiera que eventualmente esas palabras podrían ser leídas por ellos (en definitiva, ¿no estuvo casado Žižek con una psicoanalista-modelo argentina?).
De esta manera, el ejercicio de evocar nombres propios no parece ser el de las amistades ni el de la referencia bibliográfica, sino más bien algo nuevo: la creación de un espacio público débil, compuesto por las referencias mismas y la posibilidad –un poco alucinada, un poco siempre real– de que llegue una respuesta y se forme una conversación.
Esto nos lleva al tercer eje que Scicchitano toma de ByF y retuerce en función del ahora: su imaginario contemporáneo. Si Laguna y Pavón amaban Buenos Aires porque podían hacer cosas con poca plata y porque podían encontrarse con sus amigos, Scicchitano se queda por una especie de placer perverso. De hecho no se priva de recordar su Mar del Plata natal y enumerar sus virtudes, mientras describe Buenos Aires como un lugar donde pasa poco y la gente es cruel, boluda, o ambas. El mundo sin conflictos sociales de ByF queda afuera, y lo que se vive acá es la guerra:
“Ya no es necesario comprar drogas todos los días para hacer que un día sea diferente; se pueden comprar chucherías. Entonces, si pasa algo nuevo, compras cositas distintas durante el día y te es diferente. ¿No hay mucho pasando hoy día, no? Estamos, desde siempre, en guerra, y pocos lo ven. No es que la guerra sea algo nuevo para vos”.
En el universo que construye Soberbias no hay ninguna institución que contenga a los individuos, ni que los convierta en un cuerpo social más allá de ellos mismos. Y lo contrario de la sociabilidad es la guerra (“Cuando las Torres Gemelas explotaron desde adentro, yo estaba en la cama, y mi tía, testigo de Jehová, me despertó y me dijo: ‘Ya comenzó la guerra’. Ella después nos robó un terreno. ¿Por qué, tía, fuiste así?”). En ese contexto –lo que es paradójico, pues éstas siempre generaron rechazo–, son justamente las soberbias propias y ajenas las que posibilitan la sociabilidad: para poder comunicarse, para poder crear un espacio, hay que superar la barrera de la personalidad contenida, de las buenas maneras establecidas, y hablarle de igual a igual a quien se considere relevante. Alguien lo suficientemente sensible como para percibir el estado del mundo se daría cuenta: “Yo siento que solo David Foster Wallace me entendería él nunca me llamaría creída o pesada él me contaría cuentos de verdad (Me amaría.)”.
Así, la voz de Soberbias rechaza supuestos espacios de sociabilidad preexistentes (“Y antes pasé por Clásica y Moderna y me da que tomar un café ahí es re fifí, no sé, diganmelo ustedes, que sí saben”, o “No, nunca fui ni iré al mítico Varela Varelita Bar. Fui a otro bar donde vi a Osvaldo Baigorria empujando a otro por los hombros, que hablaba encima de él cuando recitaba y que cayó arriba de la mesa de una manera.. Y pensé no puedo ir a ningún otro bar nunca.”) y los reemplaza por los nombres propios con los que sí querría relacionarse (“Qué hermosa es Tamara Tenenbaum. Yo me casaría con ella, tendría una familia e hijos. (…). Igual, que pavadas estoy diciendo, yo no tendría hijos, solo los tendría con un hombre: Slavoj Žižek”). Hay un mundo que no es interesante, y acceder al que sí lo es implica arriesgarse a estar delirando o ser tomado por soberbio.
Los distintos fragmentos, a raíz de su arbitrariedad, a veces dan risa, a veces irritan, casi siempre desconciertan. La forma soberbia se exacerba en el estilo descuidado, con comas y mayúsculas puestas un poco al boleo y nombres mal escritos. Eventualmente, las ocurrencias desopilantes y la despreocupación para corregir la acercan a la escritura grafómana de Lucía Seles. Pero más esencialmente que el estilo, lo que vincula a ambxs autorxs es la capacidad para exprimir la ambigüedad del sentimiento, un avance en paralelo hacia la fragilidad y la amenaza. En Soberbias, Caterina Scicchitano logra una voz coherente en sus devaneos, novedosa respecto a su tradición y pertinente para el mundo en que vivimos. Al coquetear con la ingenuidad más extendida en la poesía actual, se diferencia de sus textos anteriores más raros y experimentales como Chaco mecánico. Pero también se distingue de la mayoría de la poesía que se publica hoy, incluso en un formato que podría confundirse, al subirle las revoluciones. Solo con este grado de intensidad y violencia se puede sobrevivir en este mundo, y lo que es más importante, llamarle la atención a otrx.

Soberbias
Caterina Scicchitano
Mansalva
2025
64 págs


